Los políticos están en campaña todo el tiempo, y ya se esbozan líneas de acción con miras a las elecciones nacionales de 2014. Para evaluar sus posibilidades de éxito, hay que tener en cuenta que ninguno de los competidores juega solo ni empieza de cero.

El dato más básico es que, desde que Tabaré Vázquez se presentó por primera vez como candidato a la presidencia, ha predominado la contraposición entre frenteamplistas y antifrenteamplistas. Esa disyuntiva le dio la victoria a Julio María Sanguinetti en 1994, determinó el triunfo de Jorge Batlle en 1999... y condujo a la coalición de colorados y blancos a la derrota en 2004, ya que su necesidad de aliarse contra el FA no dejó espacio para que alguno de sus dirigentes se salvara de pagar los costos de la crisis de 2002.

En los comicios de 2009, la segunda vuelta entre José Mujica y Luis Alberto Lacalle representó en forma casi caricaturesca la vigencia de la misma polarización, y hasta el momento no se vislumbra ningún espacio relevante fuera de ella.

En ese marco, lo de Pedro Bordaberry es muy claro: para llegar a ser el referente nacional del antifrenteamplismo necesita “crecer hacia el centro” sin perder bases de derecha. Su iniciativa de reforma constitucional para bajar la edad de imputabilidad penal es muy adecuada en ese sentido, ya que resulta tentadora para porciones de la ciudadanía que, con independencia de sus preferencias partidarias, se sienten amenazadas por lo que perciben (y se las incita a percibir) como un estado de “inseguridad creciente”, e irritadas por el discurso de quienes abundan sobre la complejidad del problema, sin prometerles soluciones simples.

El líder colorado se ha cuidado muy bien de presentar su propuesta con un lenguaje cerril o extremista; así tiene muy poco que perder (ningún derechista va a perderle la confianza por “blando”) y mucho que ganar. Pero “mucho” es un término relativo: Bordaberry ganó la mayoría de su descalabrado partido, pero aún está muy lejos del apoyo necesario para disputar el gobierno nacional. Su meta más razonable por el momento es lograr una porción del voto opositor más cercana a la de los blancos, que tuvieron 29% de los votos en octubre de 2009, contra 17% de los colorados.

Los nacionalistas también necesitan ganar centro sin perder derecha, si quieren mantenerse como principales abanderados antifrenteamplistas, pero afrontan fuerte competencia en ambos flancos, y eso contribuye desde hace décadas a mantener la vitalidad de una “interna” con dos grandes corrientes, que atienden sendas fronteras partidarias (como en la actualidad, con Jorge Larrañaga contra la rebaja de la edad de imputabilidad y Lacalle a favor).

El problema es que, después de la renuncia de Lacalle a una nueva candidatura, los movimientos del herrerista Luis Alberto Heber desde la presidencia del directorio blanco apuntan a que la derecha del partido conduzca un crecimiento hacia el centro, y esto, que podría haber sido una buena estrategia para 2009 contra Mujica, no lo es tanto con miras a 2014.

En los próximos comicios, si no hay problemas económicos graves que volteen el tablero, el FA tiene todo a favor para conservar o recuperar, con una nueva candidatura de Vázquez, el voto de muchos “centristas” que hoy están desconformes. Si el escenario es ése, el Partido Nacional puede quedar maltrecho por los dos flancos, y atrapado en la perspectiva de una nueva polarización FA-colorados para 2019, después de perder una década de oportunidades.