El retorno del ex presidente Tabaré Vázquez al ring político merece ser considerado por partes y con la mochila llena de prejuicios, como les gusta a Jack el Destripador y a Ignacio de Posadas.

Lo primero que salta a la vista es que a Vázquez no hay con qué darle. Y que tiene ganas. La biología que a él tanto le gusta indica que el 1 de marzo de 2015, con 75 años de edad, se pondrá de nuevo la banda presidencial, porque es médico, sabe cómo cuidarse y lo hace. La política, por su parte, indica que el oficialismo carece de figuras con voluntad o posibilidades de enfrentársele, que el ex presidente está dispuesto a tomar la bandera y que cuenta para eso con un “núcleo duro” o “foco” vazquista y con apoyo en todos los sectores oficialistas.

En segundo lugar, es preciso tomar con pinzas eso que se repite a lo loro sobre lo indiscutible o indiscutido de su liderazgo. Las críticas se formulan con disimulo. ¿Quién no las escuchó, y más de una, diez, cien veces, y de bocas izquierdistas?

En este caso, un factor decisivo para la supervivencia de Vázquez es, de nuevo, de naturaleza biológica: como pasó antes con el Partido Colorado y con el Nacional, los militantes más jóvenes se resisten a la tortura de soportar estructuras políticas dominadas por viejos, tan viejos que a los 40 años, e incluso más allá de los 50, se los identifica con la “renovación”. Algo de eso pensaba el sindicalista Richard Read cuando, en declaraciones a Últimas Noticias, consideró sintomático de “una crisis importante en la coalición” que “alguien sea alternativa por cuarta vez”.

Otro factor es que a Vázquez, como a Mohammed Alí, le gusta pelear eludiendo los piñazos. ¿Para qué darlos él, si un montón de dirigentes dispuestos ponen los puños y también el cuerpo para recibir los contragolpes? Este líder inició su carrera política de veterano y sin los atributos antes obligatorios en la izquierda, aquellos que sólo se podían cultivar en la cátedra humanística, la asamblea sindical o la trinchera guerrillera, tal vez horneándolos un poco en el club tradicional. Pero goza de la incondicionalidad de miles de simpatizantes, y eso sólo puede explicarse con una palabra inexplicable: carisma. También recibe ayuda desde ámbitos antes inexplorados por la vieja ortodoxia, como el empresariado más pituco, los deportes y la comunidad internacional.

A pesar del esfuerzo que empeña en su actual campaña por la “renovación ideológica” del Frente Amplio, Vázquez no conoce ese paño como sí lo conocían un Rodney Arismendi, un Vivian Trías, un Héctor Rodríguez, un Juan Pablo Terra, un Raúl Sendic o incluso un Zelmar Michelini, un Enrique Erro y hasta militares (quién diría) como Liber Seregni y Víctor Licandro. Y, dígase también, a algunos de esos líderes les faltaba lo que se requiere para llenar las urnas de votos, y algunos no podían organizar ni un asado en la playa, para no hablar de un partido político.

El Frente Amplio aprendió de la experiencia y por eso evita darle la manija a cerebritos de otra densidad, como Danilo Astori, Enrique Rubio, Constanza Moreira, Gerardo Caetano, Agustín Canzani, Margarita Percovich o Guillermo Chifflet, por citar un puñado de sobrevivientes que piensan mucho. Porque tampoco hay tantos, y si hay otros, andan escondidísimos.

¿De qué se trata el repentino empeño de Vázquez en “renovar” la “ideología” que el Frente Amplio nunca tuvo o de aggiornar sus estructuras? Lo que les está pidiendo a sus correligionarios es que suavicen bastante más las ondulaciones, que bajen los decibeles a los reclamos (hay mucho “reparto de riqueza” y mucha oposición a las minas a cielo abierto y los puertos de aguas profundas y poca “atracción de inversores extranjeros” o “crecimiento de la producción”, por ejemplo). Les pide que aceiten la máquina para que lo dejen ganar las elecciones, así todos podrán sacar alegres la bandera roja, azul y blanca el 26 de octubre o, en el peor de los casos, el 30 de noviembre de 2014. ¿Qué manera más explícita de plantearlo que su rechazo al “striptease mediático”?

Si el Frente Amplio no fuera “bastante sinfónico, y a veces demasiado”, como se quejó Vázquez, capaz que los explosivos de Aratirí ya estarían resonando. La economía de Uruguay tal vez estaría atada desde el período pasado a la de Estados Unidos, libre comercio mediante, y soportaría las olorosas salpicaduras de su crisis económica igual que hoy México y los países centroamericanos y caribeños.

La renovación del Frente Amplio, para Tabaré Vázquez, implica pasar de la sinfonía a la monofonía que tanto les gustaba a los monjes en la baja Edad Media, cuando no se había desarrollado aún la armonía, las voces e instrumentos hacían la misma melodía y el Sol, las estrellas y todo el universo giraban en torno de la Tierra.

Así que habrá que acostumbrarse al incesante show de Tabaré Vázquez en horario estelar. La política uruguaya ya gira en torno suyo. Unum Deum, Patrem omnipoténtem, factórem caeli et terrae.