Importa leer los escritos del doctor Julio María Sanguinetti, porque a pesar del notorio declive de su poder de convocatoria, no hay dentro del Partido Colorado nadie que se le acerque en la capacidad de articular un discurso político-ideológico sobre el país y el mundo. Pero eso no es bueno para la colectividad de Rivera, los Batlle y Washington Abdala, porque el discurso de Sanguinetti pierde consistencia en forma acelerada.

En su última columna para el diario argentino La Nación, publicada el 1º de febrero ( http://www.lanacion.com.ar/1444938-cenizas-de-ayer-semillas-de-futuro ), sostiene que América Latina corre peligro de no aprovechar “las bendiciones de un nuevo mundo de globalidad y tecnología”, en una coyuntura internacional que como nunca “nos regala pan y paz” debido a la demanda china y el fin de la “Guerra Fría”. Según Sanguinetti, en vez de consolidar perspectivas de futuro a partir de tan venturosa circunstancia, muchos gobiernos latinoamericanos ceden a la “tentación populista”, derrochan recursos en políticas sociales que generan “mendigos presupuestados”, nublan la democracia con amenazas a la prensa y transgresiones de las normas constitucionales, permiten que “corporaciones profesorales obsoletas” impidan la “formación para la competencia globalizada”, incurren en regresiones proteccionistas y, empantanados en ideologías perimidas, no ven que tanto el brasileño Lula da Silva como el colombiano Álvaro Uribe “hicieron lo que debía hacerse en sus países”.

El problema es que la diatriba contra el “progresismo” latinoamericano lleva intercalados varios comentarios entusiastas sobre China, que envía a sus estudiantes a Estados Unidos y cuyos esforzados trabajadores, “producto de la moral confuciana”, nos sacan creciente ventaja.

¿Cómo es que en el mundo “triunfó la filosofía liberal” y a la vez China “marca el ritmo”? ¿Dónde están, en China, la “justicia confiable”, el “ensanchamiento de la libertad” y el clima propicio a la “creación de riqueza intelectual” que Sanguinetti reclama? Él no lo explica ni lo puede explicar. Sus ansias de denigrar la influencia marxista en las fuerzas “progresistas” de nuestra región lo llevan a ensalzar a un régimen que ha cambiado profundamente su manejo de lo económico sin abandonar las peores prácticas políticas del “socialismo real”.

Sanguinetti se va convirtiendo, como muchos de los que critica, en un hijo de otros tiempos que no alcanza a comprender los actuales, extraviado en una lucha ideológica cuyo único general victorioso es, hoy, el general desconcierto.