-El presidente José Mujica insiste en la necesidad de atraer inmigrantes mediante una política de Estado. ¿Esto tiene antecedentes en nuestro país?
-Se ha hecho en otros momentos históricos. Uruguay tuvo una política proactiva de atraer inmigrantes que fue muy eficiente en el siglo XIX. Consecuencia de eso son los valdenses y los suizos que llegaron a Colonia, los rusos de San Javier, por ejemplo. El Estado tenía una preocupación, por intermedio de sus institutos internacionales, consulados y embajadas, que promocionaban al país como lugar interesante para que vinieran extranjeros y fundamentalmente se pensaba en colonias agrarias.
-¿Se puede tener éxito?
-Las corrientes migratorias a veces ocurren en espacios de tiempo muy cortos. A España llegaron casi seis millones de inmigrantes en poco más de diez años. Otro ejemplo vertiginoso es Argentina, que recibió 10% de su población entre bolivianos, paraguayos y peruanos, unos cuatro millones de personas en un período de 15 años. Acá no sé si van a ser exitosos o no. Podríamos preguntarnos por lo contrario: por qué otros países que no han hecho demasiada campaña tuvieron inmigración. España se estaba desarrollando rápidamente con un hueco en ciertas actividades de la economía que los españoles no hacían, y además había una facilidad muy grande de ingreso. En Argentina antes de la crisis de 2001 ya estaban llegando bolivianos, peruanos, paraguayos y aumentaron con el despegue, Argentina estaba mejor que Perú o Bolivia y era muy fácil llegar por la frontera tan porosa por vía terrestre. En el momento actual, Uruguay está como para lanzar un mensaje de este tipo, porque nunca hemos tenido un momento económico tan bueno. Pero se está pensando en inmigrantes calificados y esa inmigración selectiva es mucho más difícil. Otro aspecto problemático es que a Uruguay nadie lo conoce en el mundo. La última inmigración que hubo en Argentina fue de chinos. En cinco años llegaron unos 100.000, casi todos a Buenos Aires. ¿Por qué no vinieron a Uruguay? Ellos dicen que el mercado uruguayo es muy pequeño y muchos son comerciantes que en Buenos Aires pueden estar mucho más a gusto.
Lo dijo
-Inmigración temporaria- Es una alternativa. Se entrega una visa para trabajar por unos años y luego se retira, y el inmigrante vuelve a su país de origen. Así funciona con trabajadores agrícolas mexicanos en el sur de Estados Unidos y se hizo con españoles en Alemania.
-Debate político- La inmigración ya no divide a la izquierda como más benévola y la derecha como más restrictiva, como ocurría antes. En Francia se pueden encontrar discursos duros contra la inmigración árabe realizados por reconocidos dirigentes de la izquierda tradicional.
-Legalización en Uruguay- Era un problema. Los peruanos, por ejemplo, no conseguían trabajo porque se les pedía un documento uruguayo y las autoridades no les daban documentos si no tenían un contrato de trabajo. Imposible de resolver.
-¿De dónde vendrían más fácilmente inmigrantes al país? Se maneja que del sur de Europa.
-Del sur europeo es bastante difícil. No vendrían españoles o italianos como en el siglo XIX. Sería una estrategia equivocada apuntar hacia allí. Captaríamos inmigrantes de países de América Latina, podríamos tener éxito con los provenientes de China y probablemente de India, que tiene 1.200 millones de personas y muchas con calificación. Habría que empezar por los países más grandes del mundo; además los chinos se están desplazando por todos lados y hay una política del propio gobierno chino para que sus habitantes salgan, para tener válvulas de escape.
-¿Cómo impactaría un flujo importante de inmigrantes?
-No va a ser fácil. Los uruguayos decimos que somos muy tolerantes con los inmigrantes, que no somos xenófobos ni racistas, pero la última inmigración que tuvimos, de unos 3.000 peruanos que se instalaron en Ciudad Vieja, generó muchos problemas. Aparecieron pintadas de rechazo de trabajadores de la pesca, porque los peruanos trabajan ahí por salarios más deprimidos y en condiciones poco controladas. Sufrieron agresiones en la Casa del Inmigrante, donde vivían muchos de ellos. Si con 3.000 se produjeron esos problemas, hay que imaginar lo que sucedería con una inmigración mayor. Las políticas de atracción de inmigrantes deberían estar acompañadas por la toma de conciencia de que su llegada implica muchos desafíos y problemas de integración que ocurren hasta en el país más tolerante que uno se imagine.
-Pero Uruguay es un país que se hizo con inmigrantes. ¿Cuál es la diferencia?
-La inmigración es distinta a la del siglo XIX. En Uruguay operó una enorme política de asimilación del inmigrante: lo que se pretendía y se terminaba haciendo era debilitar toda su tradición cultural, idioma, vestimenta, relaciones familiares, vínculos con los países de origen, para trasformar a esa persona en un ciudadano común. Además, quienes llegaban tampoco eran demasiado conscientes de sus derechos a la identidad cultural. Hoy en día, poder mantener la identidad cultural es un derecho, y Uruguay no es ajeno a eso: en la última Ley de Inmigración se reconoce el derecho de los inmigrantes a mantener su identidad y el vínculo con su país de origen. A los chinos que vengan se les debe reconocer su derecho a que mantengan y cultiven su idioma, su religión, sus costumbres. Esto genera los dilemas y desafíos de los contextos donde hay fuerte inmigración.
-¿Es necesaria una política activa?
-El siglo XXI es un siglo de inmigración. Actualmente hay 120 millones de personas que viven fuera de sus países de origen. Esto se va a seguir acrecentando en las próximas décadas y es muy difícil que un espacio como Uruguay, demográficamente tan vacío y con un ecosistema tan gentil, no reciba inmigración. Si además hay una política proactiva del Estado, más rápido será.
-¿Qué otras dificultades tiene Uruguay para atraer inmigrantes?
-Uruguay no tiene fantasía para vender como otros países. La inmigración mexicana que llega a Estados Unidos no se mueve sólo por la decisión determinante de encontrar un lugar donde no morirse de hambre. Además de conseguir un sustento quieren vivir parte de ese ensueño asociado a la realización que tiene mucho de consumo, de luces, de glamour. Ahí tenemos un déficit enorme.