El gobierno colorado lanzó en 2002 la marca “Uruguay natural” para promover el turismo. A los otros partidos les gustó el lema, hoy transformado en una declaración de principios general y bastante indefinida que va mucho más allá de su propósito originario. El Frente Amplio (FA), en su programa de 2004, avanzó sobre la idea al incorporarle una consigna suya. Una operación sencilla, como suma escolar. “Uruguay natural” más “país productivo” igual “Uruguay natural de producción sustentable”. Redondeando, un país próspero, sano y disfrutable.
El FA mantiene en sus postulados la defensa de los recursos naturales y el desarrollo sustentable. Pero apareció un error de sistema. Parece que, a veces, “Uruguay-natural-de-producción-sustentable” es un número negativo. Que el bienestar de la población exige restarle al resultado los valores de “natural” y “sustentable”, rebajarlos o guardarlos en la memoria de las utopías. Se suponía que no debía ser así, que los manifiestos, programas y discursos señalan caminos transitables. Sin embargo, en los hechos, el “Uruguay natural” y el “país productivo” se enfrentan en una especie de guerra. En varios frentes. Y el “Uruguay natural” va perdiendo la batalla de Rocha.
La película es vieja. La han repetido un montón de domingos de tarde y viernes de noche. Se hicieron remakes y secuelas. Es bélica. También de catástrofe. La viste tantas veces que ni esperás la tanda para ir al baño. Ya no te interesa.
La historia se conocía mucho antes de que lo “natural” se pusiera de moda. Faltaban décadas para que reyes y reinas, presidentes y primeros ministros prendieran la luz roja y se vistieran de verde en la Cumbre de la Tierra de 1992, en Río de Janeiro, al definir “desarrollo sustentable” como el que satisface “las necesidades del presente sin comprometer la posibilidad de que las futuras generaciones satisfagan las suyas”. No había que mirar lejos, ni a la ciudad india de Bophal nublada por pesticidas, ni a la radiactiva Chernobyl, ni a la Alaska empetrolada. La historia era acá nomás, y acá sigue. Te tapaste la nariz por los vahos fecales y químicos del Miguelete que desgraciaban al Prado montevideano. Veías madrigueras yermas o lagunas donde hubo canteras. Te calzaste botas cuando las lluvias desbordaban los drenajes de la Ciudad de la Costa que se superpoblaba. Cada vez caminás más para encontrar una playa decente, o una duna donde jueguen tus hijos, y te quejás porque el balneario ya no es lo que era. Los pescadores se alejaron de la costa y donde estaban sus ranchos hay chalets. Capaz que estuvo bien demoler un cuchitril con baño afuera, capaz que no petrificar dunas debajo de un complejo de cabañas. En Juan Lacaze a veces cuesta respirar, pero la papelera da trabajo. El tomate no tiene gusto. Evitás la miel nacional por los pesticidas. Te da asco el arcoíris que se fríe sobre el agua cerca de un puerto. Ya ni te preguntás cómo fue que te robaron el sol de la tarde en Pocitos detrás de una muralla de apartamentos, parecida a la de Copacabana aunque a pasos de la orilla. La dictadura escurrió humedales en Rocha para cultivar arroz: por culpa del chorrete de agua dulce del canal Andreoni, La Coronilla ya no es lo que era.
Querés conocer la costa rochense o los tramos que te falta conocer. Y que la conozcan tus hijos y tus nietos. Difícil que ellos lleguen. Vos, apurate. ¿Viste el susto por el malón carnavalero que creían a punto de invadir La Pedrera? Con el puente que se apura en la Laguna Garzón, cabe esperar algo así como un desembarco en Normandía sobre ruedas. Tal vez otra Ciudad de la Costa, o varias, porque queda mucho por colonizar a lo largo de 170 kilómetros de litoral atlántico. ¿La Paloma, Punta del Diablo, La Esmeralda? Metele. Ya hay proyectos para instalar puertos allí, o ampliar los existentes, que incluyen uno o dos: maderero, minero, granelero, de aguas profundas... no se sabe bien qué, porque el gobierno y los inversores cambian de idea a cada rato. Todo alimenta una visión de futuro de Rocha como extremo oriental del “corredor interoceánico” que atraería mugre y una población flotante de dimensiones inciertas compuesta por trabajadores de cargueros rumbo a Asia y a Europa. Habría que aumentar o multiplicar la infraestructura actual. Aratirí planifica su puerto en el agreste paraje La Angostura (a cortísima distancia de Punta del Diablo y La Esmeralda) y pretende llevar hierro hasta ahí por un caño de 212 kilómetros a través de cinco departamentos, procedimiento en el que será difícil evitar derrames que contaminen suelo y aguas subterráneas. Y están por verse las inversiones que podrían radicarse en tierras próximas a Valizas, hoy propiedad del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, si pasan a manos privadas.
El “Uruguay natural” va perdiendo la batalla de Rocha. Rocha, la hermosa Rocha, también pierde. Se pierde. Se la perderán también tus hijos, tus hijas, tus nietos y tus nietas, que no tienen cómo defenderse en esta guerra.