Desde hace ya un buen tiempo el gobierno del Frente Amplio tiene en la mira a lo que cataloga algunas veces como izquierda “radical”, otras como “infantil”, utilizando el término leninista. Con el primer calificativo quiere alertar sobre su peligrosidad; con el segundo, denostarla, decir algo así como que no está a la altura de, ya que la niñez parece ser sinónimo de torpeza, incluso de estupidez. Efectivamente, en algunos casos el extremismo de izquierda puede ser estúpido. A veces es simplemente oportunista. Y en muchos casos le hace “el juego a la derecha”. Pero la “madurez” también tiene sus desventajas. Hay maduros que, desde el poder que detentan y haciendo un uso que antes cuestionaban de los aparatos represivos del Estado, vigilan día y noche a activistas políticos o simplemente trabajadores que discrepan con el gobierno desde un lugar que ellos consideran de izquierda -si lo es o no, es otra discusión-. Hay maduros que parece que ya no toleran ninguna disidencia, o peor, una crítica bien intencionada. Y creen que el infantilismo se combate con balas de goma. Claro, madurar implica también eso, llegar a una altura en que se tiene mucho para perder. De ahí a volverse conservador, hay un paso.
La madurez
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