La campaña para las elecciones internas del Frente Amplio (FA) entra en su recta final sin haberse convertido en un tema de primer nivel en la agenda nacional, y muchos prevén una votación de escasa magnitud. Eso pondría en tela de juicio las expectativas de que estos comicios, en los cuales se decidió elegir directamente la presidencia de la fuerza política, sirvan realmente para producir en ésta transformaciones importantes.

Es cierto que desde que se definieron las candidaturas una gran cantidad de noticias de alto impacto le ha quitado espacios a la campaña. En los últimos meses hubo enfermeros homicidas, entrega de firmas para bajar la edad de imputabilidad, polémica sobre la referencia a Jesús por parte del ministro Fernández Huidobro, paros de docentes e intervención policial para desalojar liceos, nuevos cuestionamientos a la jueza Mariana Mota, debate sobre los alcances del derecho de huelga y la opinión en la materia de la Organización Internacional del Trabajo, mediático recuerdo de la guerra de las Malvinas, recuperación del grado inversor, vaivenes del proyecto de legalización del aborto, anuncios de un nuevo marco de adjudicación de concesiones para emisoras de televisión, motines carcelarios, problemas en el Mercosur, asesinatos de personas trans, expropiación en Argentina de la mayoría del paquete accionario de YPF, propuesta de permitir allanamientos nocturnos, declaración en un juzgado uruguayo del joven haitiano Johny Jean, dichos de la senadora Topolansky sobre las Fuerzas Armadas, traslado del fiscal Ricardo Perciballe (que estaba a cargo de procesos contra Gonzalo Fernández) y, por último pero no con menor revuelo, el asesinato de un trabajador de La Pasiva. Casi nada.

De todos modos, cabe preguntarse por qué, en un panorama con tal variedad de asuntos relevantes, las cuatro personas que aspiran a presidir el FA no han encontrado puntos de apoyo para proyectar con más nitidez perfiles diferenciados, pistas para que sus potenciales votantes vean mejor con quién se identifican y estén motivados para participar.

La cuestión es que esta campaña se ha desarrollado en un marco muy peculiar. En el proceso que condujo a la convocatoria electoral, gran parte de los debates estuvo relacionada con el peso en la estructura de un reducido núcleo de militantes. La votación de la presidencia con padrón abierto fue, en gran medida, una apuesta a establecer una nueva y poderosa fuente de legitimidad para ese cargo, que permita a quien lo ejerza empujar con éxito contra el actual statu quo. Para eso, por supuesto, es necesario que el total de votantes sea mucho mayor que el de los militantes a los que se responsabiliza de tantos problemas.

Pero nadie sabe cuánta gente va a sufragar el 27 de este mes. Lo único seguro es que la participación será muy alta entre quienes militan habitualmente, y alta en un círculo relativamente más amplio de frenteamplistas antiguos y muy politizados. Esto significa que, para empezar, hay que tratar de ganar apoyo en ese universo. Un universo muy apegado a cierta concepción tradicional de la unidad, en el cual no es redituable la polémica dura, y mucho menos (por razones fáciles de comprender) la declaración expresa de que se desea reducir la incidencia de los militantes.

Ernesto Agazzi, Juan Castillo, Enrique Rubio y Mónica Xavier han evitado, por lo tanto, un espectáculo de discrepancias fuertes. La tarea de “picar” la campaña fue asumida por algunas figuras sectoriales, pero eso, lógicamente, repercute menos.

Para disputar preferencias entre quienes con mayor seguridad participarán en la elección, Xavier, Rubio, Castillo y Agazzi evitan gestos que podrían atraer a otros, y un resultado probable es que esta votación sea definida por el electorado de siempre. El cuarteto, además, navega casi a ciegas, ya que la propia incertidumbre sobre cuánta gente irá a las urnas disminuye mucho la posibilidad de realizar encuestas certeras. Eso aumenta la prudencia de las campañas, que se vuelven poco entusiasmantes. Salvo, quizá, para quienes ya son dueños de “la orgánica”, y ven alejarse la posibilidad de perder poder.