No es de ahora. José Mujica tiene por costumbre, desde hace ya muchos años, comer un asado los primeros de mayo en el quincho de su vecino, amigo y ocasional colaborador Sergio Varela, y es frecuente que entre los invitados haya destacados empresarios. Ocurre, sin embargo, que tal costumbre adquiere otras connotaciones desde que el ciudadano Mujica es presidente de la República.

Imaginemos por un momento qué habría sucedido si, durante sus gobiernos, Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle o Jorge Batlle hubieran almorzado, en un Día de los Trabajadores, con decenas de prominentes patrones, entre ellos varios representantes en Uruguay de firmas transnacionales. Supongamos que el asado se hubiera servido en un salón cuya decoración incluyera una bandera del partido de gobierno, y que recién después de una prolongada sobremesa, alguno de esos primeros mandatarios hubiera pasado brevemente por el tradicional acto del PIT-CNT, llegando casi al final.

Es indudable que si eso hubiera ocurrido los medios de prensa habrían recogido indignados comentarios de sindicalistas y dirigentes políticos de izquierda, quizá con alguna oportuna cita de la canción “Mire amigo”, de Alfredo Zitarrosa (aquella que dice “no dirá que chupaban y que brindaban a mi salú”).

Es obvio que Mujica, por ser quien es, puede hacer cosas que le habrían costado muy caras a sus antecesores (incluyendo a Tabaré Vázquez), por las mismas razones que hacen políticamente menos riesgoso el diálogo con representantes de la Autoridad Nacional Palestina para un primer ministro israelí derechista que para uno de centroizquierda. Los simbolismos no dependen sólo de qué se hace, sino también -y a veces ante todo- de quién lo hace. De todos modos, que Mujica pueda no significa que acierte al hacerlo.

Durante la misma reunión del Día de los Trabajadores en el quincho de Varela, a la derecha del presidente estaba sentado el embajador de la República Bolivariana de Venezuela, Julio Chirino. El diplomático, que reside desde hace unos cuantos años en Uruguay y ya no se debe sorprender con las peculiaridades de nuestro elenco político, es además una persona discreta, y seguramente ni se le ocurrió retirarse del amigable almuerzo cuando Mujica sostuvo que “éste es el mundo de Brasil” y exhortó a los empresarios presentes a priorizar sus negocios con ese país. Aun así, cabe preguntarse cómo le habrá caído el asado al embajador venezolano.

Estamos acostumbrados a leer los hechos en un contexto sobreentendido. Sabemos que Kesman es Kesman y en él no nos llaman la atención algunas expresiones que resultarían escandalosas en boca de Víctor Hugo Morales. Mujica es quien es y es como es; a eso se debe, en buena medida, que haya ganado las elecciones. En muchos aspectos no esperamos que actúe como sus predecesores y probablemente nos perturbaría que lo hiciera. Le aceptamos y muchos le festejan gestos que no serían tolerados en otro presidente. Pero de vez en cuando puede ser interesante preguntarse hasta qué punto tiene carta blanca.