“Otros presidentes van al hipódromo; yo estoy acá”, se escuchó por los altoparlantes. No era la voz de Mujica, sino la de un locutor que lo parafraseaba. Yo quería ver para creer y al rato sucedió: el presidente de la República dio un par de vueltas en su Volkswagen celeste al frente de un grupito de escarabajos históricos. Me pareció que había entrado a la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, aquella que mezclaba a actores reales y dibujos animados. Pero era verdad: el brazo enfundado en gamuza marrón que nos saludaba a través de la ventanilla era el de El Pepe. Como tuerca, cuando pasó adelante nuestro me emocioné y le pedí a mi hijo “¡Aplaudí, es el presidente!”. Quedamos un poco en orsai, el peque y yo: la tribuna no era precisamente oficialista. Como declaró luego un directivo de la Asociación Uruguaya de Volantes, Mujica fue el primer presidente en funciones que se acercó a una carrera de este tipo. Lo habría hecho en atención al empleo que genera el automovilismo deportivo -que también tiene mucho de hobbie- y a su importancia para el turismo. Los organizadores, felices. El enano y yo, también. Fue un domingo de sol, un domingo peronista, como dicen los argentinos. Y además, era del Día de la Madre.