El senador blanco Gustavo Penadés (Una, Herrerismo) reincidió en la propuesta de que su partido y el Colorado formen una alianza electoral para disputarle al Frente Amplio (FA) la Intendencia de Montevideo (IM) en 2015. Reunido el martes con la diputada Ana Lía Piñeyrúa, presidenta de la Departamental montevideana del Partido Nacional (PN), abogó por facilitar la sumatoria de “los ciudadanos disconformes con el FA” para “sacar” a éste del gobierno del departamento, aprovechando el “agotamiento” de su “modelo”.
Piñeyrúa también sostiene que el “modelo” de los frenteamplistas se agotó y que “hay que sacarlos”, no sólo de la IM sino también, por supuesto, de la Torre Ejecutiva. En una columna de opinión publicada el domingo (http://ladiaria.com.uy/UBJ) escribió: “Tenemos una misión que es sacarlos del gobierno. [...] El Partido Nacional es el único que tiene la posibilidad de sacarlos y Unidad Nacional como sector mayoritario del partido tiene que cumplir con esa misión”.
El problema es cómo. Encuestas de opinión recientes (no todas) han registrado un descenso de la intención de voto al FA, pero sin el correlato de un aumento de la preferencia por el PN. Según algunas de esas mediciones, lo que se ha incrementado es la cantidad de indecisos, mientras que los blancos, lejos de capitalizar la disconformidad, disminuyen también su potencial electorado y quedan a menor distancia de los colorados. La suma de intenciones de voto a los dos llamados lemas tradicionales no supera la correspondiente al FA en ninguna de las encuestas.
Parece que los disconformes con la gestión frenteamplista en la IM y/o en el gobierno nacional no se convencen, en proporción significativa, de que votar a los blancos -o a una alianza de éstos con los colorados- lograría mejores resultados. Quizá eso se deba a que los grandes partidos opositores intentan ponerse a la cabeza de las críticas ante cualquier asunto en el que perciben descontento ciudadano, pero no han logrado identificar, en términos fácilmente comunicables, cuál es el común denominador de los problemas que la gente asocia con el gobierno del FA, ni presentarse como portadores de una alternativa integral que pueda resolver esos problemas y llevar al país a una situación mejor que la actual.
La mencionada columna de Piñeyrúa es un buen ejemplo: incluye una lista de motivos para el “enojo” ante “todo este desastre que estamos viviendo”, pero las causas del presunto desastre parecen residir en algún tipo de maldad o incompetencia connatural a los frenteamplistas. Tampoco se dice cuál es el “modelo agotado”, y lo que se ofrece vagamente como alternativa es un “buen gobierno” como el de Luis Alberto Lacalle.
Cuando el Congreso de Una decidió sintetizar cuál es el motivo de fondo para que haya que “sacarlos”, a los redactores de la declaración final no se les ocurrió nada mejor que atribuir al FA una intención totalitaria, con un discurso parecido al de los opositores venezolanos. Fue un exabrupto chocante para las grandes mayorías que -más allá de su grado de conformidad con el actual gobierno- no perciben nada parecido a semejante amenaza, y además reveló una notable incapacidad de comprender el estado de la opinión pública. Si algo causa malestar hoy, más que la percepción de malas intenciones en el gobierno nacional, es el desconcierto y el desagrado ante su inconsistencia, lo difícil que resulta comprender si realmente tiene intenciones claras y es capaz de llevarlas adelante.
Probablemente los blancos, al igual que los colorados, ven que las críticas más pertinentes a la gestión encabezada por Mujica pueden ser, más que motivos para preferir a los partidos de oposición, argumentos a favor de un relevo dentro del FA en 2014. Necesitan articular una descalificación genérica que abarque a Tabaré Vázquez, a Danilo Astori y a cualquier otro posible candidato presidencial. Pero no han sido capaces de hacerlo en forma convincente, y por eso tampoco pueden formular en qué consistiría el gran cambio si ellos gobernaran. O no se atreven a decirlo.