El 19 de junio, por cadena de radio y televisión, el presidente José Mujica propuso a “la sociedad” que comenzáramos un mes de reflexión acerca del “tema más elemental de la existencia humana”: el valor de la vida y la necesidad de cuidarla. Aún se llevan a cabo actividades relacionadas con aquella propuesta, de modo que la referencia a “un mes” resultó semejante a la manejada para prever la duración del último censo nacional. Es cierto que, una vez iniciada la meditación sobre cuestiones tan profundas, poco importa cuándo puede terminar, si es que alguna vez termina, pero lo que pasa es otra cosa: el proceso de reflexión social no ha finalizado porque tampoco empezó.
Apenas un día después del mensaje presidencial, altos jerarcas del Poder Ejecutivo presentaron el documento “Estrategia por la vida y la convivencia” y adelantaron una descripción resumida de 15 medidas vinculadas con esa estrategia. Casi de inmediato, el propio Mujica y otras figuras del oficialismo comenzaron a divulgar distintas versiones sobre el contenido concreto de algunas de las medidas, con sucesivas contradicciones, antes de que ninguna de ellas se concretara. Y cuando empezaron a conocerse los proyectos, que no habían sido considerados previamente en ningún organismo del Frente Amplio, se hicieron públicas dudas y discrepancias dentro de esa fuerza política, en especial sobre cuatro de las 15 iniciativas: el aumento de las condenas para el tráfico de pasta base, la modificación del Código de la Niñez y la Adolescencia en lo referido a las penas mínimas, la legalización del comercio de marihuana y la posibilidad de internar en forma compulsiva a personas con consumo problemático de drogas ilegales (que no se mencionó en forma explícita el 20 de junio, pero apareció luego como parte de la anunciada “estrategia integral e interinstitucional para actuar sobre las principales consecuencias del consumo de drogas, en particular de la pasta base de cocaína”).
En resumidas cuentas, el documento marcó la cancha para la reflexión propuesta por el presidente, el resumen de las medidas acotó la discusión del documento, y el debate sobre algunas medidas, enturbiado por su indefinición, terminó por reducir todo a nuevos episodios en la caótica saga del desencuentro progresista. Que, como de costumbre, dieron lugar a intervenciones airadas y alarmistas desde la oposición. Una lástima, porque tanto el mensaje de Mujica como el fundamento de la “Estrategia por la vida...” y muchas de las iniciativas planteadas merecerían una consideración serena y profunda, muy difícil a esta altura del vodevil.
A veces parece que se hubiera vuelto epidémico el trastorno conocido como “amnesia anterógrada”, la incapacidad de recordar sucesos recientes que se ha popularizado mediante películas como Memento, Como si fuera la primera vez e incluso Buscando a Nemo (donde presenta ese tipo de amnesia la simpática Paracanthurus hepatus llamada Dory). Se diría que, al igual que esos personajes de ficción, muchos olvidan lo que dijeron el día anterior, o a veces lo que acaban de decir, y quedan atrapados en una sucesión de instantes sin densidad histórica, privados de la posibilidad de argumentar con coherencia porque empiezan una y otra vez desde cero, y no siempre arrancan para el mismo lado.
Así es inútil intentar procesos colectivos con el propósito de “aprender a convivir”, como el que propuso hace poco más de dos meses el presidente de la República. O desarrollar “el conjunto de los comportamientos, valores, actitudes y percepciones que comparten los miembros de una sociedad y que determinan las formas y la calidad de la convivencia, influyen sobre el respeto del patrimonio común, y facilitan o dificultan el reconocimiento de los derechos y deberes ciudadanos”, según se planteó en el documento del 20 de junio. Las mentes sin recuerdos viven en un eterno resplandor, o por lo menos en un continuo chisporroteo.