Al leer muchos de los comentarios publicados sobre el Congreso que realizó el Frente Amplio (FA) el fin de semana pasado, queda la impresión de que el interés en criticar a esa fuerza política con miras al próximo ciclo electoral ha predominado sobre la racionalidad del análisis.

  1. Los delegados de comités de base, abrumadora mayoría en el Congreso, llegan a éste en nombre de un pequeño porcentaje del total de votantes del FA, con un perfil ideológico muy distinto al del promedio de esos votantes y también al de las cúpulas dirigentes. Durante décadas ha sido habitual, en sucesivos congresos y en los plenarios nacionales, que haya forcejeos debido a esa integración, y esto ha dado lugar a muchos debates, sin que el FA haya sido capaz de cambiar su estatuto ni de lograr mayor participación en los comités.

Uno puede estar a favor o en contra del modo en que se integran los organismos, pero no tiene sentido que en algunas ocasiones se sostenga que les falta representatividad y en otras se los considere representativos. En otras palabras: se puede poner en tela de juicio la legitimidad democrática de los congresos del FA, o se puede juzgar al FA en su conjunto por lo que se dice en sus congresos, pero no es válido alternar ambas críticas según convenga para dar palo.

  1. De los forcejeos registrados en el último congreso surgieron, como suele suceder, fórmulas de compromiso que no expresan por completo las posiciones de ninguna de las partes ni establecen lineamientos inequívocos. La interpretación futura de tales fórmulas dependerá, por supuesto, de la relación de fuerzas que surja de las elecciones internas y de las nacionales, como ha ocurrido siempre en el FA y en los demás partidos. Cada parte intenta destacar, como era previsible, sus logros, pero es muy relativa la importancia de los lineamientos aprobados de ese modo, y en todo caso hay que tener presente que definiciones de congresos frenteamplistas mucho más concretas que las aprobadas en el último fin de semana fueron soslayadas luego por quienes asumieron responsabilidades de gobierno.

  2. Se ha puesto en circulación la tesis de que, si el FA vuelve a ganar el gobierno nacional con mayoría propia en el Parlamento, el presidente quedará cautivo de los sectores frenteamplistas más “radicales”, que impondrán sus puntos de vista en el debate interno de los proyectos de ley y lograrán la aprobación de normas insensatas, inconstitucionales y calamitosas para el país. Quienes alegan esto parecen haber olvidado que Tabaré Vázquez, el más probable ganador de las internas frenteamplistas y de las elecciones nacionales según todas las encuestas conocidas, no se caracterizó precisamente, cuando era presidente de la República, por su disposición a que los sectores del FA o sus parlamentarios lo llevaran por la nariz, y que más bien se le solió criticar la inclinación contraria.

  3. Desde que Vázquez anunció que aceptaría una nueva postulación parece que las expectativas de la oposición han decrecido mucho, y se centran en convencer a la ciudadanía de que lo más conveniente es que el FA no sea mayoría en ambas cámaras, para que la negociación forzosa con otros partidos determine un acotamiento de sus iniciativas. Pero si tenemos un tercer gobierno nacional frenteamplista, será porque la ciudadanía habrá quedado satisfecha con los resultados de los dos primeros, en los cuales el FA dispuso de tal mayoría, o porque considere, sin estar demasiado satisfecha, que el oficialismo (pese a sus diferencias internas) es menos malo que la oposición.

  4. Una de las bases fundamentales del esfuerzo por lograr que los frenteamplistas no tengan mayoría parlamentaria en el próximo gobierno nacional es la prédica sobre la naturaleza antidemócratica de las ideas socialistas, que el doctor Hebert Gatto retomó desde la página editorial del diario El País el lunes 25, tras la finalización del Congreso del FA.

Esa prédica ha sido desarrollada con perseverancia por Gatto desde que defendió la teoría de “las dos izquierdas” a fines de los años 80, trabajando con éxito para que el Partido por el Gobierno del Pueblo, liderado por Hugo Batalla, se separara del FA. La idea es que una parte de los frenteamplistas es democrática pero otra es totalitaria, y que la incompatibilidad entre ambas posiciones es un pecado original e irredimible.

Sin embargo, va a hacer 43 años que ambas partes cooperan. Ganan las elecciones en Montevideo desde 1989 y las nacionales desde 2004, vienen bien perfiladas para 2014 y la oposición ni siquiera parece muy convencida de que las pueda derrotar aliándose para las departamentales montevideanas de 2015 (de otro modo no se explica, por ejemplo, que los colorados reincidan en la postulación a la Intendencia de Luis Alberto Ney Castillo, que compitió con magros resultados contra Ana Olivera). Ante los porfiados hechos, asoma la peregrina tesis de que, para que los frenteamplistas democráticos hagan menos daño desde el gobierno, hay que ayudarlos votando a la oposición.

Si a esto se reducen las expectativas de los adversarios del FA, no es probable que éste se vea obligado a corregir sus errores e insuficiencias para seguir ganando elecciones. Y eso es una mala noticia.