Con la ayuda de algunas amigas he recuperado la frase original, que puede haber sido “Edmond Halley avait un goût précoce pour les chiffres”. Era sexto año en el liceo IAVA, el año del cometa, y con nuestros torpes rudimentos de francés traducíamos la frase como “Edmond Halley sentía una precoz atracción por las cifras”. Con los resultados de los escritos en la mano, la profesora amonestó, no sin dejar de reírse, a Pérez, que tradujo la frase como “Edmond Halley sentía una perversa atracción por las chicas”.

De manera más o menos periódica, muchos medios de comunicación, a veces en la voz de locutores o periodistas, a veces entrevistando a cientistas sociales, autoridades o políticos, presentan cifras de resultados educativos. Aparecen allí índices de repetición, de deserción, de horas perdidas de clase, resultados en pruebas estandarizadas internacionales, comparaciones con otros países en cuanto a porcentajes de cobertura de la enseñanza media, horas de concurrencia a establecimientos educativos, etcétera.

Las apariciones de estas cifras tienen su propio lugar en la grilla de los programas periodísticos y en los informativos, aunque están aún por debajo de las noticias policiales. El tratamiento que se les da a ambos temas tiene bastantes coincidencias. La inseguridad ciudadana es un concepto que se ha desarrollado a golpes de cámara. Videos, fotos, reportajes a las víctimas, han ido dibujando nociones de inseguridad hasta convertirse en un fenómeno evidente. Estas imágenes se refuerzan con palabras como las que resumió La Mojigata en su cuplé de los menores del 2009: “Robo, atraco, móvil, efectivo, impacto, herido, malhechores, parto, redujeron, maniataron, birrodado, diéronse a la fuga...”.

A golpe de cifras se constituye un discurso sobre la problemática educativa. Las imágenes de las noticias policiales son sustituidas por las cifras para presentar un panorama caótico y desesperanzador en materia educativa, en especial en la enseñanza secundaria pública. Son aprovechadas como oportunidad de decir algo para captar votos, para aparecer en cámara o para eludir temas con una cortina de humo cuando las papas queman.

El discurso sobre la inseguridad ciudadana se traslada a un nuevo escenario de inseguridad: la enseñanza. Las fotos ahora son la presencia pornográfica de cifras que se presentan parcialmente, sin crítica, desnudas o tapadas con un plumaje provocativo que incluye palabras que se repiten una y otra vez: índice, pruebas, ausentismo, preocupación, paro, deserción, violencia, repetición… Así aparecen problemas que sólo lo son o se agravan porque se reiteran en la prensa, un día sí y otro también, esgrimiendo cifras machaconamente sin poner en duda su valor informativo. Una de ellas reflejaba preocupación por las inasistencias a nivel preescolar. ¿En qué sentido es preocupante en un tramo etario en el que los niños son más vulnerables a enfermedades? ¿Sería una buena noticia saber que los padres mandan a sus hijos casi siempre, sin preocuparse por su salud? O se destaca el rezago en la duración de las carreras de formación docente. Las cifras fueron acompañadas por un tono de preocupación en el que se destacaba que muchos profesores no terminan en tiempo y forma sus carreras. La pregunta sería: ¿cuál es el tiempo para terminar una carrera? ¿Se asegura la sociedad mejores profesionales si éstos anteponen terminar sus estudios lo antes posible a adquirir una buena formación?

Esto no significa que no haya problemas en la enseñanza (o en la seguridad), ni que los indicadores no sean insumos importantes para poder pensar en estos temas y proponer soluciones. Pero las cifras, desnudas o vestidas con plumas, deberían ser digeridas con un poco más de criterio. Para eso se necesita tiempo para pensar, desconfianza de la sensación de seguridad que nos dan las cifras, y saber que los problemas complejos no se solucionan sumando dos más dos.