Hace unos días volvió a la mira de la opinión pública el cuplé “La Violencia” (2011) realizado por Agarrate Catalina, con la participación de No Te Va Gustar (NTVG). Volvió gracias a la aparición de un videoclip del cuplé hecho canción, a cargo de la productora Diezcatorce. La letra ya había sido objeto de controversias hace dos años, el videoclip reaviva esas ascuas y suma escenas en la ex cárcel de Miguelete, en el estadio Centenario y en una furgoneta blindada, donde son personajes violentos del imaginario popular quienes cantan.
Existen muchas canciones contra la violencia, una reciente es «La Bala», de Calle 13. Allí la protesta es explícita, «cuando se lee poco/ se dispara mucho»; se enfoca en lo anónimo de la violencia («la bala», «el rico da la orden/ y el pobre la dispara»). No resulta polémico, su público puede compartir el mensaje con facilidad, invita a ser repetido, cantado.
«La Violencia» no es tan sencilla, atrás de su ritmo cadencioso hay varios niveles de complejidad. Lo primero que llama la atención es que no se habla en contra de la violencia, sino que se genera una saturación de agresividad. Esto hace que la protesta surja del público como reacción visceral, logrando un efecto de convicción mayor a cuando viene de afuera.
Después del primer minuto se intercalan versos que actúan como red de contención, para que la reacción del público sea contra los orígenes de la violencia, y no contra sus protagonistas. Esta contención tiene dos efectos: relativiza lo monstruoso del violento, y evita que la canción resulte una apología de la violencia.
Por otra parte, a diferencia de la canción de Calle 13, la culpa de la violencia no está en una bala ni en «la gente mala», está en todos, incluyendo al público. Pero este anonimato no la disuelve, la carga sobre cada uno de los integrantes de la sociedad.
Es una canción contra la violencia pero el primer minuto rebosa de agresividad. La voz no es la de un paladín social que protesta contra una realidad, es la del violento que la vive y sufre, al que le «chupa un huevo matarte o no». Pero la voz desborda al personaje y el arquetipo popular violento se desdobla en una figura que reflexiona sobre sí.
Lo que vemos en «La Violencia» no es «la cruda realidad», como se dice una y otra vez en las redes sociales. Hay un tono anticapitalista, y se pasa por sus lugares comunes: el «sistema», la «funcionalidad del marginal». Los versos se ponen en boca del subalterno, pero no son de su voz sino de otra, que aventura explicaciones a su violencia. «Se» describe como víctima y –sin justificarse–advierte que su herencia lo condiciona: nada que perder, lejos de poder decidir sobre su vida. Al mismo tiempo, esta voz hace que el público se vea a través de otros ojos: despreciativo e hipócrita, rechaza al marginal pero necesita al traficante para la droga, al policía para defenderlo, y a todos en general como depositarios de sus miedos o chivo expiatorio de problemas mayores.
El videoclip le da cara y cuerpo al «violento» que canta: presidiarios, indigentes o enfermos mentales, barrabravas y policías antidisturbios. También podría haberse mostrado a quienes usan al violento, para relativizar su culpa. Pero mostrar a quien manda a los policías a reprimir, o a quien paga un sueldo a los barrabravas, transformaría la canción en un himno de batalla contra «los poderosos». Pero no es eso, es un grito desgarrado que nos increpa a todos.
En una primera instancia la presencia de los policías parece fuera de lugar. Los prejuicios en su contra hacen que se los tome como culpables. Pero al prestar atención se ve que son los policías quienes cantan «Vengo del basurero que este sistema dejó al costado/ Las leyes del mercado me convirtieron en funcional». El montaje del video muestra especialmente que ellos también son víctimas. De todos modos la imagen de los policías se trata con cuidado: no salen a reprimir, la violencia se ve en golpes y estallidos en las ventanas y gestos de golpear con las porras.
Las acusaciones de que la canción glorifica la violencia recrudecieron con la aparición del videoclip. En tanto poder, la violencia atrae. Ana Inés Larre Borges, en una nota en Brecha, ya señaló que no se genera un rechazo total: los presidiarios seducen, «feos, [...] defienden una vitalidad que los embellece», los barrabravas festejan en conjunto. Pero también se ven expresiones consternadas, y tenemos versos como «mi vida es un infierno» o «soy un montón de mierda»; solo se podría tomar como apología si se entendiera que todo uso de violencia conlleva su glorificación.
Otra línea de comentarios acusó a los músicos de hacer caridad de un día para dormir con la conciencia tranquila. Corresponde señalar que NTVG empezó a colaborar con Amnistía Internacional en 2005, y luego con Mujeres de Negro, recaudando fondos y participando en campañas contra la violencia, con la preocupación de no quedar en el mero discurso.
Una tercera línea de crítica vincula al gobierno a una apología de la violencia, acusándolo de promover o financiar el video. Tal asociación es posible por la fama de Agarrate Catalina como murga oficialista, sellada cuando participaron con el jingle «Pepe con la gente» para la campaña del Frente Amplio en 2009. La murga lucha contra esa fama, pero reconoce su simpatía con el FA y justifica un primer tiempo de amabilidad con el gobierno del FA diciendo que era necesario permitir un tiempo para observar, y que luego, «con el panorama un poco más claro, se saludó lo que estaba bien y se criticó lo que no», de acuerdo a lo que recogió La Mañana de Neuquén en marzo de este año.
En el carnaval de 2011 la murga recibió críticas similares a las actuales, el léxico grosero fue un blanco fácil para tacharlos de efectistas, y no faltó quien pusiera el grito en el cielo «¿quién pensará en los niños?». Pero la conmoción podría tener causas más profundas; más allá de lo jactanciosas que suenen las palabras de Tabaré Cardozo –«haber monitoreado el corazón de la gente, es bien distinto a decir lo que quieren escuchar», según le dijo a El País en febrero de 2012–, la interpelación directa al público como culpable no es fácil de digerir. Una murga busca agradar a su público, pero a esto se le suma tradicionalmente la crítica social, y a veces hay que optar por lo uno o lo otro.
El verano pasado Agarrate Catalina no sonó en los tablados. Este verano todavía no empezó y ya va logrando más ruido que cualquier otra murga.
- Nota: después de escribir esta columna entré en contacto con «No me gusta el carnaval» (23/02/2011, uypress.net) de Soledad Platero, que incluye un análisis similar al mío pero enfocado en otros aspectos. Recomiendo su lectura.