La información más fácil de hallar en internet aporta datos biográficos básicos y una larga lista de sus actividades durante décadas, pero dice poco de sus ideas. La memoria corta lo ubica como referente de una corriente socialista con rótulo de “ortodoxa” e incluso de “conservadora”. Esas pistas insuficientes conducen a un lugar en el que falta demasiado de Polo Gargano.

A contramano de lo habitual en la izquierda uruguaya de inspiración marxista durante el siglo XX, fue un líder sin laureles de conductor teórico, ante todo un militante político forjado en la militancia estudiantil y sindical. Un hombre con la convicción medular de que es necesario combinar perspectiva estratégica y capacidad táctica, pero que no buceó en profundidades ideológicas ni en la investigación de la realidad nacional como lo habían hecho, dentro de su Partido Socialista (PS), Emilio Frugoni o Vivian Trías, sino que dedicó su energía, que parecía inagotable, a nadar tenazmente en la dirección de sus convicciones, aun contra fuertes oleajes y en medio de las tormentas.

A la salida de la dictadura, Gargano distaba mucho de ser visto como un “ortodoxo” en el escenario de la izquierda frenteamplista. Cuando asumió la secretaría general del PS en 1984, con 50 años de edad y después de haber mantenido, como exiliado en España, fuertes vínculos con el PSOE de Felipe González, esa experiencia y su participación en el grupo de dirigentes del PS que impulsó el proyecto de “democracia sobre nuevas bases” (incorporando una revalorización radical de la dimensión democrática y del papel de la sociedad civil en los procesos de cambio) llevaron a que se lo identificara más bien como un “renovador” o incluso una figura cercana a la socialdemocracia, algo que en aquellos tiempos y en aquel ambiente equivalía, para unos cuantos, a ser sospechoso de “debilidad ideológica”.

Sin embargo, pocos años después quedó claro que no estaba ni estaría nunca en las filas de quienes, invocando la necesidad de renovación ideológica y política, terminaron separándose del Frente Amplio (FA) en 1989. Luego, en medio de la crisis del “bloque socialista” y del Partido Comunista del Uruguay, tampoco aceptó el convite de quienes buscaban consolidar espacios “renovadores” dentro del FA, y en el seno del PS aniquiló el embate de un grupo de jóvenes que intentaba tomar ese rumbo, en hipotética alianza con Tabaré Vázquez. Por cierto, no fue la única vez que Polo actuó con astucia y mano de hierro dentro de su partido. Éste había sufrido varias crisis y escisiones desde los años 60 hasta el golpe de Estado, y Gargano fue uno de los que quedaron especialmente dispuestos a evitar que volviera a suceder algo semejante.

En 1992 fue, junto con Danilo Astori, uno de los dirigentes del FA que más batallaron por la derogación parcial, en referéndum, de la ley de privatización de empresas públicas. Catorce años después, cuando era canciller, se plantó contra el intento de firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, enfrentándose con Vázquez y con Astori. En ambas ocasiones hubo quienes atribuyeron su conducta al anacronismo ideológico, mientras que otros lo veían como uno de los más consecuentes defensores de los principios del FA. Nadie puso en duda, sin embargo, que actuaba con honestidad y en defensa de lo que siempre había considerado mejor para el país. No es poco mérito.