La Facultad de Derecho enseña las normas que rigen en una sociedad. Su aprendizaje exige un gran esfuerzo de memoria. Introduce también a los estudiantes en el arte de la retórica; ese poder de convencer, de utilizar correctamente los argumentos y la expresión, sin importar en favor de quién ni de qué. Se trata de un arte necesario, pero no suficiente. Salvo excepciones, los argumentos jurídicos abundan, de un lado y del otro. Lo que inclina la balanza son las convicciones éticas de cada persona, la capacidad de indignarse ante la injusticia, de conmoverse ante el sufrimiento de las víctimas y sus familiares. A ser Mariana Mota o Mirtha Guianze no se aprende en la Facultad de Derecho, ni se refleja en las escalas jerárquicas construidas por los hombres. Los romanos representaban a Iustitia, su diosa de la Justicia, con un casco y un escudo, y hasta un león, para protegerla. En cambio Astrea, la diosa griega de la justicia, sólo tenía una balanza y una antorcha en la mano. Pero Astrea tuvo que abandonar la tierra, decepcionada con la iniquidad de los seres humanos, y su nombre no fue tenido en cuenta para designar a ese organismo que hoy la avergüenza.