Ignacio Rebollo es docente de la Universidad de la República. A las 18.00 del 1º de febrero, y después de 15 días en Córdoba, estaba pasando por el detector de metales de la terminal de Buquebus de Puerto Madero, cuando éste sonó, a causa de un cuchillo que tenía en la riñonera. Resignado, Ignacio se dispuso a ser interpelado.

“A ver, ¿qué tenés ahí?”, le ladró un aduanero. Lo primero que sale de la riñonera es un desmorrugador. “Ah, ¿qué es eso? ¡Tiene un desmorrugador!”, alertó. De la nada salió otro funcionario: “A ver, venga por acá, acompáñeme”, e Ignacio fue conducido lejos de la fila de tripulantes, hasta un sector encerrado entre mamparas.

“¿Qué tiene ahí?”, “es un desmorrugador, pero está vacío, porro no tengo, revísenme”. Uno de los actuantes revisó la riñonera y el otro enfrentó a Ignacio: “Esto es un equipo para procesar marihuana.” “Sí, sí, lo es, pero no es ilegal, no estoy pasando droga”. Ignoradas respuesta y aclaración, el registro siguió bolsillo por bolsillo: “¿esto qué es?”, “yerba”, “¿esto?”, “tabaco”, “¿y esto?”, “una pipa para fumar las puntas de marihuana”, “ah… bueno, ¿y esto qué es?”, “una pipa común, me la regaló mi abuela, la uso para fumar tabaco, a veces marihuana, pero mire que droga no tengo nada”, “¿cuándo se va usted?”, “ahora, a las seis”.

Siguieron buscando, revisaron pliegues y bolsillos; segundos después apareció un tercer aduanero. Ignacio estaba encerrado, rodeado, y comenzó un ida y vuelta sin otro objeto que intimidarlo, con “policía malo” y “policía bueno”, como en las películas. Uno lo acosaba: “¿qué hacés vos?”, “¿de qué trabaja tu padre?”, “¿de qué trabaja tu madre?”, mientras el otro, condescendiente: “¿tus padres saben que fumás marihuana?”, “¿qué pasa si se enteran, boludo, qué pasa?”.

No entendía a qué venían las preguntas y sin estar en falta alguna empezó a ponerse muy nervioso. “Va a haber que abrir una causa […] y encima tiene un cuchillo”. Destriparon el tabaco, revolvieron la yerba, ¿qué era lo que querían los milicos?, ¿por qué seguían revolviendo gratuitamente?

Y se oscureció todo: “Va a tener que pasar en el calabozo, porque el juez hasta el lunes no viene […]. Tenemos que llamar a la Dirección de Narcotráfico…”. El tono y la elección de palabras surtieron efecto; Ignacio ya no estaba nervioso, ahora tenía miedo: convertido en criminal, lo retendrían en Argentina, en un calabozo.

Turno del policía bueno: “Che… ¿y esto cómo se puede solucionar?”. A todo esto habían abierto la billetera y la estaban revisando, por si necesitaba más pistas. “Bueno… no sé… ¿cuánto está bien?”, “está bien todo”, y se llevaron 400 pesos argentinos, el desmorrugador, hojillas y las dos pipas. “¿Y qué hago con el cuchillo?”, “na, el cuchillo quedátelo”. El policía malo cierra: “y de esto, no digas nada”.