De todos los bienes comunes, el agua es el que despierta más sensibilidad entre las personas, particularmente entre las urbanitas. Su no existencia significa la no vida. A diferencia de la tierra, por ejemplo, el agua está ahí, al alcance de la mano para millones de personas: en la canilla, en la lluvia, en la rambla, en la playa. Pero para otras tantas es un bien escaso o nulo.

"Si te digo ‘ciclo del carbono’, ‘del nitrógeno’ o ‘del fósforo’, no te llega tanto como si te digo ‘ciclo del agua’. Si nos dicen ‘se pierde equis porcentaje de suelos’, difícilmente alguien que no esté en el tema diga que eso puede significar un riesgo para la soberanía alimentaria”, reflexiona Taks. "Pero si nos dicen que hay un problema con el agua, seguramente se nos vienen los peores pensamientos del futuro; nos toca una fibra muy fuerte porque en nuestra cultura está presente la idea de que todo pasa por el agua", completa.

Este recurso está presente en todas las culturas, en las historias, en los mitos, en la literatura, en la religión. En el bautismo católico, en los rituales del judaísmo y también en el umbandismo. Quienes practican esta religión en Brasil entienden que el fracaso de los rituales se debe a la contaminación del agua y que por este motivo se la debe purificar. El modo mediante el cual lo hacen es, por ejemplo, recoger agua de distintas fuentes, juntarla y verterla al río. Para Taks esto se asocia con las discusiones científicas sobre el carácter físico o químico del agua (H2O), o a si ésta tiene o no memoria. Hay investigaciones japonesas destinadas a determinar qué propiedades tiene el agua que no lo hacen un elemento inerte, abiótico. Incluso se llega a polemizar sobre su carácter vital.

Se mueve

La reforma constitucional aprobada en el plebiscito del 31 de octubre de 2004 impulsó una campaña organizada por la sociedad civil que marcó un precedente en Uruguay en cuanto a la defensa del agua como recurso natural en sí mismo y a su acceso como derecho humano. También representó un argumento en contra de la amenaza que representan megaproyectos industriales públicos y privados, la megaminería, la exploración petrolera, las pasteras, los puertos de aguas profundas, la extranjerización de la tierra, el uso de los suelos y la plantación de eucaliptos, de soja o de arroz.

El agua se mueve y moviliza a las personas. A nueve años de la mencionada reforma, otra movilización de consulta popular mediante referéndum está en marcha para declarar "libre de minería metalífera a cielo abierto" la zona rural del departamento de Tacuarembó (ver recuadro). "En Uruguay existe la idea de que tenemos un recurso casi infinito. Lo que ha sucedido es que el peligro de contaminación y degradación ha aumentado exponencialmente pero los urbanistas no nos damos cuenta porque no estamos en contacto con el origen. Muchísimos uruguayos no saben cuál es la fuente de agua -para ellos es la canilla- porque son muchas las mediaciones", dice el antropólogo. Por esa razón no es extraño que la defensa de los recursos naturales surja de pequeños grupos en áreas rurales o semirurales: "El agua es una forma de ser y de estar en su territorio".

Cargado de sueños

La llegada de los megaemprendimientos suele ir asociada al concepto "desarrollo productivo". Taks ve en esa expresión una "lucha de sentidos". "Algunos dicen que los manantiales son de mucha energía, es parte del origen, se hacen rituales. Otros no tienen ese nivel de sacralización pero entienden que es un bien público y que no hay que embotellarlo. Un tercer sentido dice que si el caudal de infiltración es suficiente para renovarlo, ¿por qué no embotellarlo para vender o exportar? Ahí hay dos sentidos productivos, el valor crematístico y el valor de la mercantilización", ejemplifica.

Para Taks la discusión es mucho más amplia que definir qué lugar ocupan los recursos naturales en el desarrollo productivo. El punto sería "cuáles son los principios que rigen el funcionamiento de la realidad. Si todo se basa en el costo-beneficio, en el ecosistema y en la regeneración de la vida o si, por el contrario, en otros enfoques que pueden ser extremadamente fundamentalistas y reaccionarios que ven el todo como una creación divina y por lo cual no hay que tocarlo".

¿Y qué es el "Uruguay Natural"? Taks recuerda que ése fue el eslogan de un velero que luego fue adoptado como "marca país" de promoción para el mundo. "Difícilmente alguien haya conceptualizado en profundidad qué significa un país natural. Los movimientos sociales hoy utilizan el concepto para jerarquizar a la preservación del ambiente con relación a un aceleramiento de la producción que pueda no respetar los ciclos de regeneración. Dentro de diez años probablemente querrá decir otra cosa. En la literatura internacional ese problema entre el Uruguay, el país o la producción y lo natural se resolvió con el concepto ‘desarrollo sostenible o sustentable’. Fue el resultado de quitarle la combatibilidad o el carácter más crítico a la crítica ecologista y el poder lograr un equilibrio de todas las cosas. El agua entra como un símbolo flotante que puede ir para un lado o para otro, y para que vaya hacia el discurso de la naturalidad, la sacralización es fundamental”.

Saber cómo saber

A la distancia que se impone entre los capitalinos y recursos naturales se suma en muchos casos la idea de que los discursos ambientalistas son fundamentalistas. Un mosaico de voces no es perjudicial, aprecia Taks, lo perjudicial es cuando no se puede dialogar, cuando no hay forma de escucharse. Para el investigador, son "pocos" los grupos que adoptan esa actitud.

"Cuando hay relaciones de poder de por medio es más fácil etiquetar, catalogar y generalizar porque es muy fácil romper el diálogo: no se puede dialogar y punto. Mi experiencia es que son bastante minoritarios los que no quieren escuchar, lo cual no significa que en algunas coyunturas eso se extreme y se vuelva más profunda la brecha entre una racionalidad más basada en el positivismo, la ciencia, la eficiencia y lo moderno. Puede haber casos puntuales: está contaminado o no un curso de agua. Ahí se vendrán la lucha discursiva, y el tema es que en la discusión medioambiental la sacralización es fundamental", desarrolla.

Como sucede en otros tipos de discusiones, los aspectos políticos del discurso se entrecruzan con los técnico-científicos que pueden resultar de difícil acceso y comprensión. Taks valora que si bien históricamente la ciencia cumplió un determinado papel, en la actualidad ese papel se ha mercantilizado: muchas veces no responde al "saber por el saber" o en función del bienestar colectivo sino para las organizaciones que financian las investigaciones.

Esto muchas veces compromete la confianza de las personas en la información que divulgan el gobierno, las empresas o incluso las organizaciones de activistas. "Ha habido un cierto fortalecimiento de un discurso crítico a la ciencia, pero en el fondo los movimientos ambientalistas se basan en la ciencias para sus argumentaciones y caen en estudiar los mismos instrumentos o narrativas que a veces critican", señala.

El antropólogo parte de una premisa básica: la ignorancia es parte del poder. "Hay dos movimientos que se tienen que juntar. Lo técnico-científico tiene que lograr un discurso de popularización y comprensión de los contextos en los que se va a decir. Por el otro lado, el ego, o la población en su conjunto, tiene que tratar de mejorar su comprensión acerca de cómo se produce el conocimiento científico, sus ritmos, sus contextos y las relaciones de poder que hay en ese conocimiento", enfatiza Taks.

Eso puede permitir un diálogo de saberes, una "ecología de saberes" que respete la diversidad y la posibilidad de que algunos de esos discursos pueden articularse, se alienten constantemente y que en todo caso aquella idea de que existe una única verdad sea difícil de sostener, concluye.

La convivencia, no la escasez

La posibilidad de una guerra por el agua o por el petróleo -con la expectativa de halla este último en Uruguay- está presente en el imaginario social. Al respecto, Taks sostiene la existencia de dos escuelas: la de quienes dicen que ya hay guerras por el agua y que por lo tanto habrá más en el futuro y la de aquellos que afirman que la escasez puede motivar las mejores prácticas de cooperación entre los pueblos. “Hay casos registrados de ambas. Uno escucha hablar a los técnicos israelíes y palestinos sobre el uso del agua subterránea y quizás entiende que una vez que haya voluntad política entre ambas partes la primera cooperación gire en torno al agua”, apunta.

El antropólogo hace notar que incluso en Uruguay hay ejemplos de conflictos y de cooperación relacionados con el agua. Hay diferencias entre arroceros y ganaderos por la gestión y el almacenamiento, denuncias de centros poblados donde se ha cortado el agua porque la fuente fue retenida para el riego o quejas por las repercusiones del funcionamiento de las represas hidroeléctricas en las personas que viven río abajo. Pero también hay comunidades fuera de Montevideo donde la escasez de agua impulsó medidas locales de gestionar el recurso. En Los Furtados, por ejemplo, existe consenso en evitar el uso de este recurso en la escuela cuando los tanques de agua llegan a determinado nivel, dado que, de lo contrario, el establecimiento quedaría desabastecido. Las propias cooperativas canarias u otras que no tienen nombre ni personería jurídica también son estrategias de colaboración y no de competencia.

“Lo que pasa es que hay una noción de bien común que en los otros casos es bastante débil y prevalece la idea del recurso apropiable. Todo eso convive. En aquellos lugares donde ya existen conflictos sociales éstos se van a agudizar. En aquellos lugares donde existe una sociedad más igualitaria, que logra resolver los problemas y los conflictos -que siempre están presentes- en un sentido más horizontal de diálogo, no necesariamente va a provocar una guerra. En el documento acerca de la reforma del agua hay un inciso que dice que este recurso se podrá exportar en caso de solidaridad humanitaria. Eso habla de un principio de comprensión de la vida social democrático y cooperativo. Podría haber habido una cláusula que dijera que no se permite sacarla de Uruguay por ningún motivo. La problemática de fondo no radica en la escasez y en la guerra del agua, sino en las formas de organización social, que son generadoras de conflicto entre sí. Del agua, de la atmósfera, de los alimentos o del petróleo”.