Es probable que este viernes no se hable de otra cosa que de la frase sobre “la vieja” y “el tuerto” que pronunció ayer el presidente José Mujica en Sarandí Grande, sin caer en la cuenta de que se registraban sus palabras. Esta nota se ocupará de otro hecho que ocurrió en la semana que termina, en el mismo departamento de Florida y menos escandaloso, pero probablemente más fecundo.

Una de las características singulares del actual gobierno, si miramos más allá del anecdotario, es el interés por la llamada “economía social” o “solidaria”, que condujo a la creación del Fondo de Desarrollo (Fondes) para “dar asistencia y soporte financiero a proyectos productivos viables y sustentables”, con prioridad para los “modelos autogestionarios, donde se conjuguen la propiedad del capital, la gestión empresarial y el trabajo en el mismo núcleo de personas, dando especial atención a la reinversión de las utilidades”.

En ese marco hay que ubicar la presencia del presidente, el lunes, en la celebración del primer aniversario de la curtiembre cooperativa “El Águila”, una empresa recuperada que aún no ha recibido apoyo del Fondes pero que espera recibirlo, por más de dos millones de dólares. En la ocasión, Mujica dedicó más de una hora de su tiempo al contacto directo con los trabajadores, a quienes felicitó por “dar la lección de que no hay que resignarse”, pero también pidió “disciplina”, “responsabilidad” y “un cambio cultural” para sostener la propiedad común y el proyecto colectivo sin un patrón que los esté controlando. Algo especialmente difícil, dijo, en un “mundo jerárquico” que no nos educa “para ser equipo” en el trabajo, sino “para cumplir determinadas funciones e irnos”.

Las experiencias de autogestión, a las que pocos gobiernos de izquierda han apostado fuerte, son un camino complejo, por las razones que mencionó el presidente de la República en Florida y por muchas otras, pero también un camino atractivo para quienes seguimos pensando que proclamarse “de izquierda” no es legítimo sin confianza en que los seres humanos pueden construir relaciones sociales más libres y solidarias. Por eso resulta pertinente, e incluso esperanzadora, la actitud del Poder Ejecutivo ante tales experiencias. Sin embargo, hacerse cargo de una empresa fundida por irresponsabilidad de sus anteriores dueños o por factores adversos del mercado, suele ser una decisión forzosa, a menudo la única que queda para mantener una fuente de trabajo. Es algo muy distinto a iniciar un proyecto con la convicción de que será mejor realizarlo en forma colectiva; esto tiene que ver con las diferencias entre “el reino de la necesidad” y “el reino de la libertad” que señaló un famoso alemán barbado.

Los compromisos en cuesta arriba que han asumido los trabajadores de “El Águila” y muchos otros son valiosos en sí mismos (es falso que obligado cualquiera pelee; muchos se rinden) y pueden ser también trascendentes, al demostrar la viabilidad y la riqueza de otras relaciones productivas, pero entre ellos y un cambio cultural que nos involucre a todos debe mediar un enorme aprendizaje social, para el cual ejemplos de este tipo resultan muy útiles pero no serán suficientes.

Disculpen los lectores que esperaban, en este espacio, alguna ocurrencia relacionada con la relación entre los gobiernos de nuestro país y Argentina. Dos gobiernos que, dicho sea de paso, afrontan desafíos semejantes en relación con la “economía social”, y que harían bien si cooperaran para resolverlos, recuperando la empresa que tantos han soñado, desde hace dos siglos, de los dos lados del río.