La idea de que los dos lemas llamados tradicionales se alíen para esos comicios es manejada desde hace años, a partir de un hecho evidente y una hipótesis discutible. El hecho es que ninguno de ellos ha logrado, en casi un cuarto de siglo, superar por sí solo al FA; la hipótesis es que juntos estarían en mejores condiciones de alcanzar ese objetivo. La alianza fue planteada formalmente por los colorados a los blancos en mayo de 2012, y luego pasó a ser negociada entre los senadores Ope Pasquet (Vamos Uruguay) y Gustavo Penadés (Herrerismo), pero no la había apoyado el también senador Jorge Larrañaga, líder de Alianza Nacional.

El dato nuevo es que Larrañaga dio a conocer el domingo 14 que había “variado de posición” y que, dado que el FA “está gobernando muy mal” el departamento, “no hay otra solución” que “explorar la alternativa de [...] una coalición cívica que desafíe el statu quo [...], despertando la conciencia de los ciudadanos interesados en su ciudad, para que no siga siendo inhóspita, costosa, sucia y descuidada”. “Se impone -alegó- una actitud de realismo político y cívico, que encare con coraje republicano las demandas de la población” ante “la ineficacia e impericia en la gestión frentista”, cuyo proyecto, según el senador, “está notoriamente agotado”.

El camino para que la iniciativa se concrete parece tener, pues, estar allanado, aunque hay en filas coloradas y blancas quienes se resisten a ella. Otra cuestión es que sirva para ganar en 2015. Su instrumentación está lejos de ser sencilla, como veremos en seguida, pero el principal problema que afrontan quienes la impulsan es político.

En su propio cepo

La normativa uruguaya para la actividad electoral de los partidos ha sido diseñada con un cuidado muy especial por preservar el control centralizado. Tal característica es, por supuesto, resultado de un esfuerzo histórico deliberado por parte de los partidos Colorado y Nacional, pero ahora obstaculiza los movimientos que quieren realizar y puede devaluarlos.

Para empezar, no hay en esa normativa nada semejante a la posibilidad de “partidos departamentales”: la Constitución y las leyes conciben a los partidos como organizaciones actuantes en todo el país, con una conducción nacional. Así se ha impuesto a los líderes y agrupaciones locales la obligación de alinearse en forma explícita con dirigentes y sectores que operan a escala nacional, evitando su fortalecimiento independiente. Una consecuencia imprevista es que colorados y blancos no pueden crear un lema electoral exclusivamente montevideano.

Según establecieron la reforma constitucional aprobada en 1996 y, dos años después, la Ley 17.063 (que regula las llamadas elecciones internas de los partidos), para presentarse bajo un lema común en Montevideo tienen que fundar -antes de que comience el ciclo electoral 2014-2015- un nuevo partido con nombre, carta orgánica, programa y autoridades. Ese partido, como todos los demás, deberá elegir a mediados del año que viene una convención nacional y 19 convenciones departamentales, para que la primera defina sus candidatos a presidente y vicepresidente de la República, y las demás, sus respectivas candidaturas para cada intendencia... con la particularidad de que la fórmula presidencial y 18 de las 19 postulaciones departamentales serán ficticias.

(La razón de que el sistema funcione así es, claramente, la intención de impedir que los grupos y dirigentes departamentales acumulen fuerzas electorales por sí mismos y recorran un camino relativamente autónomo dentro de sus partidos: los organismos que definen las candidaturas a intendencias son elegidos antes de las elecciones nacionales, cuando está en juego cuál será la fórmula presidencial del lema, pero deciden esas candidaturas después de esos comicios, cuando ya están integrados el gobierno nacional y el Parlamento).

También será artificiosa la postulación de los candidatos para la Intendencia de Montevideo (IM), por lo menos uno blanco y otro colorado (aunque no hay que descartar la posibilidad de que haya tres). Va de suyo que se definirán los nombres de antemano, en el marco de la negociación interpartidaria, y que serán proclamados con independencia de la cantidad de votos obtenidos en la elección interna departamental.

Otra dificultad derivada de la normativa que los propios “partidos tradicionales” construyeron es que, en la mencionada reforma de 1996, se buscó evitar que algún derrotado en las internas se convirtiera en tránsfuga, pasando a otro lema. A tal efecto se introdujo en la Constitución el literal g) de la disposición transitoria W): “Quien se presentare como candidato a cualquier cargo en las elecciones internas sólo podrá hacerlo por un partido político y queda inhabilitado para presentarse como candidato a cualquier cargo por otro partido en las inmediatas elecciones nacionales y departamentales”. Esto significa dos cosas en relación con la iniciativa de coalición montevideana entre blancos y colorados. En primer lugar, quienes quieran ser candidatos de ese nuevo lema a la IM o a la Junta Departamental capitalinas deberán quedar, durante el ciclo 2014-2015, fuera de las listas de sus verdaderos partidos para la convención nacional, las convenciones departamentales... y el Parlamento. Corren el riesgo de quedarse sin el pan y sin la torta. En los restantes 18 departamentos será preciso hallar voluntarios para integrar convenciones departamentales ficticias y quedarse seguramente sin pan ni torta.

Más allá de lo formal

Lo crucial es en qué medida la existencia de la coalición jugará, políticamente, a favor o en contra de quienes la integren para disputar con el FA el gobierno de Montevideo. En este sentido, hay que tener en cuenta cinco factores:

1) Aseguró Larrañaga que su partido y el Colorado tienen “ideas, ganas [y] gente preparada para gobernar la capital de la República”, pero por ahora lo único visible son las ganas. La prueba está en que agregó que hay disposición a “elaborar una alternativa viable, posible y real para tener un mejor gobierno”. Si esa alternativa ya existiera, no habría que elaborarla; la intención declarada es sumar fuerzas para ganarle al FA; todo lo demás, incluyendo el programa, se verá sobre la marcha. Parece poco probable que esto contribuya a prestigiar la iniciativa y hacerla digna de confianza para la ciudadanía.

2) Tampoco se sabe quiénes serán los candidatos del nuevo lema a la IM (hasta ahora el único en carrera es el blanco Jorge Gandini, y no es seguro que gane la postulación en su partido). En todo caso, no han asomado aún figuras que puedan representar, más allá de las mencionadas ganas de salir de perdedores, algo realmente nuevo y mejor.

3) Sean quienes fueren esos candidatos opositores, competirán contra un oficialismo que, aun antes de que se encauzara este “antifrente”, sabía que la elección de 2015 no estaría ganada de antemano, y que no se trataría simplemente de definir, a partir de alineamientos internos y transacciones, a quién le va a tocar, sino de presentar una oferta electoral potente y respaldarla con más fuerza e inteligencia que en comicios anteriores.

4) Los defensores del nuevo lema alegan que a la hora de elegir un gobierno departamental lo ideológico, pesa relativamente menos, ya que la gente busca ante todo soluciones a problemas muy concretos y cotidianos. Puede ser, pero la propia constitución de lo que inevitablemente será conocido como “Partido Rosado” contrapesa esa tendencia, y contribuirá a que la puja por la IM sea vista como algo centralmente ideológico, entre izquierda y derecha. Quien consideraba la posibilidad de votar una candidatura opositora “moderada” sabrá que eso significa comprometerse con todo el bloque blanquicolorado, incluyendo a sus elementos más reaccionarios. En este sentido, es lógico que Larrañaga haya sido el menos entusiasmado con la idea, y Pedro Bordaberry, uno de sus principales impulsores.

5) Hasta ahora, en el FA venían avanzando los partidarios de presentar más de una candidatura a la IM. En el nuevo escenario, y con oferta múltiple de una coalición opositora en la cual lo programático es secundario, hay fuertes argumentos a favor de mantener la tradicional fórmula de “un programa, un candidato” (o candidata). Y es claro que, para reanimar a los frenteamplistas desencantados, no habrá mejor aliciente que una contienda polarizada “contra la derecha”. “Identidad” no significa sólo lo que alguien siente que es, sino también, y en gran medida, lo que siente que no es ni quiere ser.