A medida que se consolida la idea de que el Frente Amplio (FA) postule una vez más a Tabaré Vázquez como candidato a la presidencia de la República, van apareciendo expresiones de malestar ante tal perspectiva, provenientes en gran parte de personas que no tienen participación formal en ningún ámbito del FA ni de sus sectores y que se manifiestan mediante comentarios en las llamadas redes sociales o en otros espacios de internet. Muchas de esas opiniones se han emitido a propósito de la posición del ex presidente sobre el aborto, recordando su veto de fines de 2008, su apoyo al referéndum contra la ley de Salud Sexual y Reproductiva aprobada el año pasado y su participación, el 7 de este mes, en la presentación de un libro que reúne opiniones elogiosas de aquel veto, editado por la Universidad de Montevideo. También hay quienes basan sus cuestionamientos en otras actitudes de Vázquez, cuando fue presidente o después.

Las críticas son, sin duda, un ejercicio legítimo de la libertad de expresión, pero surge un problema interesante cuando algunos de los que las plantean no lo hacen asumiéndose como simples ciudadanos de a pie, desde fuera de “la orgánica” frenteamplista, sino ubicándose como portavoces de algo propio y esencial del FA, que, a su entender, Vázquez no representa.

El problema es que la candidatura presidencial del FA, y antes el menú de opciones disponibles para esa candidatura, se definirán de acuerdo con las reglas de juego que ha dado la fuerza política (a menudo criticadas pero aún vigentes, sin que esté a la vista ninguna propuesta de cambiarlas). Tendrá, por lo tanto, un peso preponderante la gente organizada para participar en las decisiones, desde los sectores o en los comités de base.

Quienes no actúen en tales escenarios pueden, por supuesto, sentirse tan frenteamplistas como el que más y aspirar a incidir desde fuera, pero sus chances de tener éxito serán muy escasas o nulas si, ante la clara voluntad de los principales dirigentes, apoyada en los resultados de todas las encuestas conocidas sobre intención de voto, se limitan a escribir en Facebook, en Twitter o en los espacios para comentarios de blogs y portales de noticias, a menudo sin ser siquiera afiliados al FA ni tener la menor intención de afiliarse.

No está de más señalar, también, que para que el FA no postule a Vázquez haría falta que otra persona se presentara como aspirante y que por el momento nadie ha manifestado la menor intención de hacerlo. En el caso de que alguien estuviera dispuesto a desempeñar el difícil papel de desafiante, quienes lo convenzan de hacerlo o decidan apoyarlo harían bien en recordar una vieja y sabia regla de la política: en las disputas por una candidatura, lo más conveniente no es tirar abajo al postulante que a uno no le agrada (un procedimiento que desprestigia y debilita al conjunto del partido), sino levantar más alto a otro. En otras palabras, no centrarse en que Fulano es malo, sino en que Mengano (o Mengana) es mejor. Ejemplos hay, en otros partidos, del alto costo que tienen las luchas internas encaradas como si los rivales no tuvieran luego que hacer campaña juntos.

En suma, todos tenemos derecho a divulgar por qué una nueva candidatura de Vázquez nos gustaría mucho, poquito o nada, pero sólo incidirán con eficacia quienes hagan bastante más que teclear en una computadora. Sobre todo si su intención es lograr que el FA no lo postule: para nadar contra la corriente hay que mojarse.