Tabaré Vázquez parece ser el político ideal. Esto no es un juicio de valor, sino la constatación de que si definimos a un político exitoso, con Maquiavelo, como aquel que hace gala de habilidad (virtù) y se ve beneficiado por la suerte (fortuna), Vázquez parece mandado a hacer para encajar en el molde.
Más por fortuna que por virtù, Tabaré Vázquez tuvo el domingo, quizás a su pesar, una noche perfecta. Sin dar el brazo a torcer, y manteniendo su postura contraria a la legalidad de la interrupción voluntaria del embarazo, se dio el resultado que menos obstaculiza su candidatura a la presidencia por el Frente Amplio, si es que decide buscarla.
Es que de haberse alcanzado el 25% de los votos necesarios para convocar un referéndum, la posibilidad de una candidatura de Vázquez se habría visto seriamente dañada, al tener que buscar mayorías en el Congreso del FA en medio de una campaña de la que habría sido protagonista, aun si volviera a prohibir el uso de su imagen.
De esta manera, Vázquez puede tener lo mejor de ambos mundos: pulir su fama de moderado sin herir excesivamente sus probabilidades de ser elegido por el FA como candidato. Como tantas veces en la política uruguaya, ésta es para Vázquez una oportunidad de ofrecer una paz “sin vencidos ni vencedores” y dejar atrás esta controversia, olvidarla.
Para el FA también es una oportunidad de olvidar. Olvidar el veto y el voto, para después pensar en frío y pragmáticamente, a tiempo para elegir al candidato que más probabilidades tenga de ganar en 2014, teniendo en cuenta encuestas e intuiciones que, naturalmente, darán el resultado que ya todos imaginamos.
A simple vista, parece que el Frente Amplio también tiene lo mejor de ambos mundos: logró la ratificación de la política pública que prefería y podrá presentar como candidato al dirigente que prefiere. El problema es que lo que está en juego (para el FA y para Vázquez) no es solamente qué política pública se va a llevar adelante en este tema, sino la manera con que el Frente Amplio toma colectivamente sus decisiones, y qué capacidad tiene de mandatar a los cuadros que gobernarán (si gana las elecciones) en su nombre.
Es por esto que importa el hecho de que Vázquez no haya tenido que ceder en su posición a pesar de contradecir a abrumadoras mayorías entre votantes, militantes, dirigentes y legisladores de su partido. Vázquez se salió con la suya en lo que refiere a la manera como va a llevar adelante su campaña, cultivando un electorado propio y planteándose a sí mismo como un moderado capaz de ganar votos conservadores y de enfrentar a los supuestamente radicales militantes de su partido.
En su momento, el Encuentro Progresista y la Nueva Mayoría cumplieron con la función de dar a la candidatura de Vázquez un marco que le permitiera actuar sin tener que responder a la estructura militante del FA, dándole libertad de acción para buscar votantes no comprometidos con las posturas políticas del partido.
Esta búsqueda de votos conservadores funcionó, y es una parte de la estrategia que llevó al FA al gobierno. Pero, a nueve años de la primera victoria, es necesario evaluar el precio de esta estrategia: En primer lugar, buscar a los votantes allí donde están, desplazándose hacia posturas conservadoras para obtener resultados electorales, significa renunciar a mover las posturas del electorado, moverse al centro en lugar de mover al centro, de disputar hegemonía.
En segundo lugar, esta estrategia tiene un precio en términos de democracia interna, un tema que está hace años en el tapete en la discusión interna del FA, y dio lugar a discusiones en congresos, plenarios, entrevistas, artículos, discusiones parlamentarias, comisiones de conducta y hasta una campaña para la elección abierta de la presidencia del partido. Resultaría muy irónico que después de varios años de luchas internas sobre la forma y el grado de su democracia interna, el FA termine resignándose a ser el aparato electoral de un líder que se dedica a desafiar sus decisiones colectivas, precisamente por los resultados electorales que estos desafíos prometen.