Así traduce Marcos Mundstock la expresión inglesa “time is money”, en la obra de Les Luthiers “Encuentro en el restaurante”. Mundstock se presenta como un locutor que pierde la hoja para la introducción de una obra de un compositor (Lajos Himrenhazy) de quien sólo sabe que es húngaro. Y que nació.

El presidente José Mujica parece también haber perdido algunos papeles, y como muestra vayan sus declaraciones en torno al trabajo de las maestras. En declaraciones a Radio Carve, Mujica reconoció que “17.000 pesos para vivir no da”, pero agregó que: “Son cuatro horas 180 días en el año. Te quedan otras horas para hacer otra cosa”. “Tal vez tengamos que proponernos trabajar un poco más y ganar más”, concluyó.

No voy a reiterar lo que Mujica debiera saber: que el trabajo de maestros y profesores no termina en las horas de clase, y que hay que agregar a ellas las horas de planificación, búsqueda de materiales, evaluación, entre otras cosas. Pensar esto sería tan necio como pensar que los legisladores sólo trabajan los días de plenario o que los periodistas sólo lo hacen cuando están al aire.

La importancia de tener docentes que trabajen 20 horas semanales de docencia directa (que implican otro tanto de trabajo domiciliario) fue presentada en forma excelente en la columna de opinión de Gabriel Quirici en la diaria del lunes 15 (http://ladiaria.com.uy/ACQU). Allí llamaba a evitar “la confusión entre la vocación y la 'changa' a la que muchas veces la tarea es llevada por el propio sistema”.

Desde hace muchos años, nos hemos convencido de la necesidad de mejorar el trabajo de los policías evitando que hagan el servicio 222 para complementar sus salarios. Parece que esta necesidad no incluye a los docentes, a los que se les recomienda buscar o mantener su 222 público o privado.

Quizá no haya fecha más simbólica para la izquierda que la del 1º de mayo. Tan fuerte es esta conmemoración, que la dictadura no pudo cambiarla (menos aun, eliminarla). La lucha por la jornada de ocho horas, con el consiguiente reclamo del tiempo de disfrute, fue un mojón esencial en la historia del movimiento obrero y vertebró la historia de la izquierda desde fines del siglo XIX. Este viejo tema parece no entrar en la nueva (y necesaria) agenda de derechos que arma la izquierda. Pero ni siquiera sensibilidades más viejas parecen registrarla. ¿A alguien se le ocurrió, por ejemplo, que las tan promovidas “escuelas de tiempo completo” se sostienen sobre la negación de aquel viejo reclamo para sus trabajadores?

No. Claro que no. No existe en la agenda pública, articulada desde los políticos o los periodistas, la problemática de la extensión de la jornada laboral. Tampoco aparece esta preocupación para niños y adolescentes, en la obsesión de los diseños curriculares que asumen la extensión horaria como algo evidente. Ni en la oferta cada vez más abarrotada que presentan las instituciones privadas, que ganan un público, no por la calidad de su propuesta, sino por la posibilidad de retener a los gurises mientras sus padres trabajan.

La restricción de la jornada laboral, el derecho al ocio para los trabajadores, debiera ser una preocupación central de aquellos que no se conforman con vivir para sólo hacer andar la máquina. El mismísimo presidente ha hecho llamados de atención sobre esta necesidad en otras oportunidades. El tiempo libre, para disfrutar, para recrearse, para crecer o para cultivarse, como proclamaban aquellos trabajadores, merece otra consideración que el de un simple cacahuate.