En el período previo al golpe de Estado de 1973 se equivocaron feo personas de todos los partidos. Eso no quiere decir que las responsabilidades sean parejas, ni que la dictadura haya sido simplemente la consecuencia de una serie de errores.

Algunos de los actores relevantes de aquellos años llegaron luego a la conclusión de que se habían equivocado y lo admitieron; es probable que otros hayan sacado las mismas cuentas sin reconocerlo y hay también unos cuantos que no se arrepienten de nada. En todo caso, sería inaceptable que quienes no tuvimos arte ni parte en esos acontecimientos (y somos ya la gran mayoría de la población) depositáramos en los sobrevivientes de aquel tiempo la responsabilidad de analizar las múltiples causas de lo que sucedió, evaluar con rigor y honestidad sus propias conductas y ponerse mínimamente de acuerdo sobre lo que hay que aprender con miras al futuro.

Esa responsabilidad es de la sociedad en su conjunto, aunque sea bienvenido todo sinceramiento y aporte constructivo por parte de los veteranos. Cuando la gente añosa en vez de contribuir a la reflexión colectiva la estorba, la enturbia y la quiere obturar, hay que seguir adelante sin prestarle demasiada atención.

El doctor Jorge Batlle, que ha tenido ocasión de conocer a muchos estúpidos en sus casi 86 años de vida, dijo la semana pasada que nunca ha visto un imbécil más grande que su correligionario el senador Ope Pasquet. El motivo fue que Pasquet señaló en la sesión de la Asamblea General del jueves 27 de junio, conmemoratoria de los 40 años de la disolución del Parlamento mediante un decreto de Juan María Bordaberry, que éste había sido elegido presidente por el lema “Partido Colorado”, y que ésa es la “gran responsabilidad” de la colectividad que integra. Añadió que varios dirigentes colorados de aquel momento se opusieron con firmeza al golpe de Estado, pero que otros lo apoyaron, entre ellos el ex presidente Jorge Pacheco Areco.

Tras los insultos de Batlle, otros dirigentes y ex dirigentes colorados manifestaron, con mejores modales, que no compartían lo dicho por Pasquet. El ex vicepresidente sanguinettista Luis Hierro López alegó que Bordaberry padre “no actuaba en nombre del Partido Colorado”, que éste “como institución” se pronunció contra el golpe mediante una declaración de su Comité Ejecutivo y que por lo tanto “la única autocrítica que debe hacer refiere a las circunstancias extrañas” por las cuales Bordaberry padre fue candidato a la presidencia en 1971. En realidad, las circunstancias de aquella postulación no tuvieron nada de extraño, y considerarlas nos puede acercar al fondo de la cuestión.

Los partidos Colorado y Nacional construyeron durante décadas una normativa electoral que les permitió, mediante candidaturas múltiples por lema a la presidencia y diversos mecanismos de acumulación de votos entre listas, sumar los apoyos a propuestas muy distintas e incluso contradictorias entre sí. Así no sólo se desdibujaron los perfiles partidarios, sino que además se fueron acotando las posibilidades de acuerdo dentro de cada lema y entre ellos. La voluntad de seguir juntos pasó a depender cada vez más del interés compartido por mantenerse en el poder y participar en el reparto de cargos, al tiempo que decrecía la importancia de las coincidencias ideológicas y programáticas. Esto tuvo consecuencias particularmente graves desde mediados del siglo XX, cuando entró en crisis el modelo previo de inserción internacional y fue necesario buscar caminos nuevos.

En las elecciones de 1971, el pachequismo fue clara mayoría dentro del Partido Colorado. No logró los votos necesarios para aprobar su proyecto de reforma constitucional, que habría permitido la reelección de Pacheco Areco, pero la candidatura de éste, presentada para la eventualidad de que la reforma triunfara, fue la más votada en todo el país. Juan María Bordaberry, postulado a la presidencia por decisión de Pacheco, fue el siguiente candidato más votado en su partido, con amplia ventaja sobre Jorge Batlle. Muchos colorados tenían ideas diametralmente opuestas a las de Bordaberry padre, pero ello no les impidió cooperar con él en las elecciones y al comienzo de su gobierno.

Recién con la reforma constitucional de 1996 colorados y blancos aceptaron poner fin a las candidaturas presidenciales múltiples, canjeándolas en la negociación con el Frente Amplio por la posibilidad del balotaje. Pero persisten en los partidos (en todos ellos) mentalidades y prácticas que reeditan los problemas de antaño. Eso permite que convivan posiciones muy distintas, a veces sin más motivación que la conveniencia mutua, agrupándose detrás de quien les parece que tendrá más votos y sin esforzarse mucho por fortalecer la identidad común. Así ocurre también en el sector que lidera Bordaberry hijo e integra Pasquet.

Ese punto débil de los partidos sugiere que algunas enseñanzas de la historia aún no han sido incorporadas. Y en esta materia, sin duda, el mayor imbécil es el que se niega a reconocer sus responsabilidades y aprender de sus errores.