El lunes 5, separados por un par de horas y una decena de cuadras, ocurrieron dos hechos en Montevideo. A eso de las seis de la tarde, en Juan Benito Blanco y Martí hubo un intento de robo a una sucursal del Correo, que terminó como sabemos con muertos y heridos. A las 20.00, en el cine Casablanca de 21 de Setiembre y Ellauri, se llevó a cabo el preestreno del documental Desde adentro, dirigido por Vasco Elola, que registra y narra un trabajo realizado durante tres años por la periodista Andrea Villaverde en la cárcel de Canelones.

La película muestra posibilidades y obstáculos para el cumplimiento del artículo 26 de la Constitución: “En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito”. El tiroteo y sus consecuencias muestran, entre otras cosas, qué puede ocurrir cuando no se logra rehabilitar a quienes violan la ley: el asaltante muerto y los dos detenidos tenían antecedentes de reclusión por delitos cometidos con violencia.

En Desde adentro conocemos impulsos y frenos a un proyecto de rehabilitación voluntaria propuesto por los propios reclusos. Las fuerzas que inciden a favor y en contra de su desarrollo proceden tanto de los carceleros como de los encarcelados; algunas se relacionan con factores individuales imprevisibles, y otras se deben a problemas estructurales, diagnosticados con frecuencia pero no resueltos.

En la cruda precariedad de la prisión, la creación de oportunidades nuevas es el resultado menos esperable, y cualquier inconveniente puede afectarla. Sin embargo, vemos en el documental que algunos logran vencer a la ley de probabilidades en vez de volverse peores. No son héroes, aunque hay heroísmo en ellos, y por cierto no son santos. Igual que la inmensa mayoría de los que nunca hemos sido encarcelados: permitirnos percibir esa semejanza humana es uno de los muchos méritos de la película.

Desde afuera, una persona que estuvo presa queda reducida muy a menudo a su pasado. “Es” un delincuente, y un probable reincidente de acuerdo con lo que indican las estadísticas. Tiene antecedentes que lo acompañarán durante el resto de su vida, dentro suyo y ante la mirada de los otros.

Desde adentro pone en evidencia que eso pesa también cuando se habla de rehabilitación dentro de las cárceles. Para muchos, la posibilidad de que la Constitución se cumpla no es un derecho de cualquier recluso, sino una especie de premio que debe ser asignado teniendo en cuenta, además de la disposición de un ser humano a cambiar, o incluso antes de considerarla, el motivo por el cual fue condenado, lo que esa persona “es”. La gente que tiene a su cargo ese tipo de decisiones, según señala uno de los entrevistados para el documental, no fue formada para rehabilitar, sino para “combatir el delito”, una fórmula abstracta que suele traducirse como “combatir a los delincuentes”. Eso conduce a que muchos de los guardianes sientan que en la cárcel hay enemigos capturados y que la guerra contra ellos continúa o, por lo menos, que entre uno y otro bando no puede ni debe haber nada parecido al amor.

El lunes, a una decena de cuadras de distancia, había personas que para muchos “son” delincuentes. Unas habían salido a reincidir con armas en la mano y causaron una tragedia; pocas horas después, otras fueron aplaudidas de pie cuando terminó la proyección. Las segundas no están seguramente salvadas y las primeras no están seguramente perdidas, pero hubo diferencias enormes entre esos dos momentos. Comprenderlas requiere conocer las historias de cada persona, con sus determinantes sociales, sus decisiones conscientes y sus peripecias.

La foto de los protagonistas de Desde adentro a la salida del cine cobra sentido si vimos la película. La foto de los asaltantes del correo es de prontuario y nada explica. Pero las dos son posibles, y tenemos cierta posibilidad de elegir cuál queremos ver con más frecuencia.