La televisión uruguaya era un bodrio hasta hace no mucho. Los canales montevideanos ya eran repetidoras de los argentinos, y los del interior repetidoras de los montevideanos. Había poca cosa, la mayor parte enlatada y de afuera, todo en blanco y negro. Si a veces brillaba un Decalegrón o un Coliseo colifato, en el zapping te emboscaba el Doble o Nada de Isidro Cristiá, o Telematch, uno de competencias infantiloides para liceales lomudos conducido por Cacho de la Cruz. Y los informativos de la dictadura… Acordate, y si no llegaste a verlos tratá de imaginártelos. La información política estaba censurada, y también la crónica roja, para convencerte de que reinaban la paz y seguridad, ésa-que-ahora-pide-la-gente. La media hora de noticiero pasaba volando. Era la peor manera de perder el tiempo. Cero nostalgia.

¿Te diste cuenta de que la gran mayoría de los y las informativistas y cronistas de ahora son de buen ver? Antes había algún Carlos Giacosa y alguna Silvia Kliche, pero la mayoría eran De Feos. Esto tiene que significar algo. Por lo menos, que los noticieros uruguayos quieren gustar. Ya no son tan bodrios, y eso que se alargaron a una hora y media, lo mismo que dura una película, un recital, una ópera, un álbum doble de los de antes. Pero desde que se acabó el régimen han prometido más de lo que dan y han perdido año tras año la oportunidad de hacer mejor periodismo. Prefirieron apostar a un destape que nunca se termina. Siempre les quedan tabúes que derribar para que entren a casa el mal gusto y la mala leche. Como encajar una noticia policial cuando decae la medición del rating minuto a minuto. O, cuando pinta, repetir hasta la náusea filmaciones de una niña explotada por pornógrafos, de un asesinato en un bar, de un tiroteo en la calle.

Una posible descripción del buen periodismo es que convierte lo importante en interesante. Por muy leído que haya sido eso, la regla del menor esfuerzo, sentada en tu hombro, te susurrará al oído: concentrate en lo interesante, en lo entretenido; en lo absurdo, ominoso, inusual, morboso. Dale que la jornada es larga, los salarios bajos y la fama, breve.

Qué neologismo al santo botón infotainment. El periodismo siempre quiso enganchar al público. El infotainment le da una vuelta de tuerca: es el entertainment lo que guía la info. La banaliza. Promueve un periodismo perezoso, impreciso, poco riguroso. Atractivo. ¿Para qué esforzarse si habrá música de fondo, chistes y hasta claques, humoristas y chivos en el medio, en el principio, en el final?

¿Y para qué hablar de valores profesionales? En televisión todo es tan fugaz que se cobra al grito. A veces, hay que actuar rápido tras un segundo de duda. Cuando cubrió un tiroteo en Pocitos el lunes 5 para Telenoche 4, al cronista Santiago Bernaola ese segundo de duda se le pasó de largo: dijo que “por suerte” había muerto un ladrón. En tono similar, el conductor Fernando Vilar identificó por sus nombres al policía fallecido y a los heridos, no al rapiñero. “No me interesa”, se acusó. Canal 4 recibió quejas en defensa de principios que van mucho más allá de lo periodístico: para despreciar así una vida humana, cualquier espíritu debería caer tan bajo como el de un asesino. En un inusual rapto de vergüenza, o en un rapto habitual de demagogia, Canal 4 suspendió tres días a Bernaola. En cambio, el comentario de Vilar debe haber caído más suave.

El Gato Bernaola informó sobre la suspensión en su muy visitada cuenta personal de Facebook. Además, bardeó a sus patrones con un “viva la prensa libre” y se lamentó porque la frase infeliz se le “escapó”. A esa opinión la compartieron al menos 653 usuarios en la red. Canal 4 lo despidió por eso. Pero, otra vez, a la directiva del canal no le pareció grave que Vilar le dijera a su multitudinaria audiencia de Radiocero que el Gato expresó “lo que sienten los tres millones de uruguayos, pero el periodista no lo debe decir públicamente”. (Hay muchos uruguayos y uruguayas que no, Fernando. En serio.)

Vilar confunde tanto la bañera con la taza turca que parece hacerlo a propósito. Hace años que lo hace, y sigue superándose. En 2009 les enseñó a docenas de estudiantes de periodismo reunidos en Trinidad que en televisión “si algo vende, va”, que el rating manda: “No sé si mi programa es bueno, pero a mí me miran 300.000 personas.” Un año antes, entrevistado por Montevideo Portal, se refirió a Canal 4 como “una empresa comercial, no una empresa periodística”, como si no fuera las dos cosas al mismo tiempo, entre otras.

Vilar es apenas un reflejo del periodismo que trafica la televisión privada uruguaya. El que vive de estancamiento en estancamiento, disimulado en cambios de caras, gerentes y escenografías. El que te hace dar vueltas y vueltas a la piñata durante una hora y media para ligar un par de Cande roñosos. El periodismo que confunde Paspol con semen y justicia con violencia privada. El que no se hace responsable. El que vale menos que la tanda. El pésimo periodismo de la televisión privada uruguaya que ahora se queja de un proyecto de ley sobre comunicación audiovisual que él mismo parece pedir a gritos con exabruptos como los del lunes 5.