La situación del Frente Amplio (FA) en el camino hacia las elecciones nacionales del año que viene incluye un problema extraño y de difícil solución. Por un lado, se perfilan con fuerza las posibilidades de que Tabaré Vázquez sea nuevamente candidato a la presidencia de la República y de que esa fuerza política, tras gobernar el país durante dos períodos con altos índices de aprobación popular, gane las elecciones nacionales por tercera vez consecutiva, algo que no ocurría con un partido en Uruguay desde los tiempos de predominio colorado anteriores a la crisis de mediados del siglo XX. Sin embargo, es notorio por otro lado cierto malestar, en relación con esas gestiones de gobierno y con una nueva postulación de Vázquez, entre cierta cantidad de frenteamplistas que, según numerosos indicios (aunque la cuestión no ha sido estudiada con encuestas), presentan características sociales e ideológicas propias del “núcleo duro” que se ha identificado con el FA desde su fundación.
Las explicaciones más simplistas del fenómeno se ubican en dos extremos de descalificación. Uno de ellos es el de quienes afirman que el FA se viene desnaturalizando, debido a la traición consciente o a la claudicación ideológica de la mayoría de sus dirigentes, y que aunque éstos aún logran seducir a muchísimas personas que se consideran izquierdistas, el grupo de descontentos es un reducto de fidelidad a lo esencial del frenteamplismo. El otro extremo es el de los que atribuyen el malestar a una minoría que no comprende o nunca comprendió la necesidad de avanzar de modo paulatino hacia los objetivos posibles en cada momento histórico, que no valora lo mucho que se ha logrado y que tampoco es capaz de llevar adelante una propuesta distinta y viable, sino que se limita a descalificar a quienes asumen, con aciertos y errores, la difícil tarea de construir un país mejor.
Ninguna de esas caricaturas describe con precisión lo que ocurre, aunque dos cosas son ciertas sin duda. Una es que los dirigentes del FA más involucrados en la gestión gubernamental no suelen explicitar con claridad en qué medida su experiencia los ha llevado a modificar antiguas convicciones, y así dan lugar a que persistan sin ser sometidas a debate, dentro de su fuerza política, expectativas y demandas que ellos no consideran pertinentes ni tienen la menor intención de atender. Otra es que la insatisfacción interna dista mucho de articularse como alternativa integral y es apenas, en la actualidad, el común denominador de posturas muy diversas, a propósito de distintas cuestiones, cuya suma para hacer política con eficacia parece improbable.
En teoría, tienen toda la razón quienes señalan que lo prioritario para los frenteamplistas no es discutir la candidatura presidencial, sino definir propuestas programáticas con miras a un tercer mandato. Pero para participar (que es menos que incidir realmente) en los ámbitos formales de debate y definición del programa del FA resulta indispensable, por razones obvias, actuar en representación de alguno de los sectores que lo integran, o de alguna porción de los militantes que concurren a comités de base. Esto significa que los insatisfechos tallarán poco y nada en la discusión. La consecuencia es que la disconformidad con la autonomía de los grandes líderes no halla otro camino que el de postular, sin demasiadas esperanzas de éxito, algún esbozo de liderazgo alternativo, y así la concepción personalista de la política no es cuestionada sino reforzada.
Para la mayoría de los sectores y dirigentes la cuestión es más simple. Asumen que la candidatura de Vázquez es la más potente para disputar los comicios, y tratan de ubicarse en las mejores posiciones posibles para estar en la conversación cuando se defina quién lo acompañará en la fórmula, incidir en las definiciones programáticas y contar con peso parlamentario a partir de 2015, aunque sepan que si el ex presidente no se caracterizó, en su primer mandato, por ponerse al servicio de lo que determinaran organismos colectivos, las probabilidades de que lo haga en el segundo son muy escasas.
En todo caso, nada de lo antedicho parece desvelar a muchísimos ciudadanos que no decidirán si confían en Vázquez tomando como punto de referencia una idea sobre la identidad histórica frenteamplista, porque nunca se sintieron partícipes de tal identidad o, simplemente, porque no tenían uso de razón antes de que él iniciara su exitosa carrera política, hace ya casi un cuarto de siglo.
Eso Vázquez lo sabe muy bien, y en saberlo está una de las bases de su gran poder personal.