Elisabeth Sacco tiene 55 años, es docente y vive en la misma dirección desde hace 30 años. Por medio de una carta enviada al MI, a la que accedió la diaria, denunció que el viernes 8 de febrero, sobre las 8.00, despertó a raíz de “fuertes golpes” en la puerta del fondo por parte de “uniformados con la cara cubierta y armados” que le pidieron a gritos que los dejara pasar. “Pregunto quiénes son y qué quieren, [pido] que se identifiquen, me gritan ‘abrí, abrí’. Al observar que cada vez son más les digo [que] tengo un perro, me dicen [que] lo agarre. El perro está más asustado que yo, se esconde, les abro, insisten en que lo agarre, me apuntan, me preguntan con quién vivo”, relata.

En la parte superior de la casa, pero con entrada independiente, vive Nicolás, de 28 años, hijo mayor de Sacco. Ella convive en la planta baja con Alexis, su hijo de 19, que ese día, poco rato antes, había llegado de un baile y se había ido a la cama. Los uniformados pidieron a Sacco que les indicara dónde estaba el dormitorio de Alexis; ella condujo a los efectivos policiales allí e intentó sin éxito levantar a su hijo.

“Al no despertarse, lo agarran, le hacen una llave, lo inmovilizan. Ni él ni yo entendemos nada, les grito qué les pasa, de qué nos acusan, por qué se lo llevan. Entre ellos [se] dicen [si] es o no es. Por suerte aparecen otros y dicen no es. Lo llevan en vilo al comedor donde da el dormitorio, ahora tengo la casa llena de uniformados todos con pasamontañas negros. [...] Uno se baja el tapaboca y dice [que] no es”, continúa. Luego le piden su identificación y la de su hijo, y toman nota.

Con posterioridad, Sacco se enteró de que mientras ocurrían los hechos que relató en la carta, su hijo mayor también había sido abordado por los efectivos: “Lo tiran al suelo, le ponen una rodilla en la espalda, una pistola en la cabeza, jugando con el seguro y le dan todo vuelta”. Sacco aseguró que también “patearon la puerta” de la casa del fondo “hasta romperla” para poder entrar. Allí vive la abuela paterna de sus hijos: “Le revolvieron todo y le preguntaban por su hijo”, contó.

Tras este procedimiento, pidió una orden de registro. “Me mostraron lo que supongo era una orden dentro de una campera, llovía. Le dije [que] me dejara fotocopiarla, se negó y me mostró el número de mi casa escrito a mano con lapicera. Lo único que me dijo fue ‘después le traemos un candado para el portón’”.

Mal rumbeado

Desde el MI, reconocieron que el procedimiento “no estuvo correcto”, que “se cometieron errores” y que en consecuencia se “harán cargo” de los daños materiales. La denunciante dio su testimonio ayer en la sede de la Zona 2, ubicada al lado de la Seccional 14, y además del relato de los hechos aportó fotos y comprobante de gastos de los arreglos de los daños ocasionados por la Policía en las tres casas. No obstante, Sacco entiende que “va más allá de lo material”. “Mis hijos y yo hemos sufrido un daño moral, más me duele como madre, siempre eduqué en el diálogo y el respeto, pero éstos fueron avasallados en la mañana de hoy”, dice el texto de la denuncia, escrito el día de los hechos.

En la orden de allanamiento que tenían los efectivos policiales aparecía efectivamente el número de puerta del predio de Sacco. El error se produjo, según el MI, porque la persona buscada por sospecha de rapiña -que vivía enfrente y que finalmente fue detenida- declaró ante la sede policial en instancias anteriores una dirección equivocada, la de Sacco.

De acuerdo a las fuentes ministeriales, el jefe de la Zona 2, Walter Menéndez, dispuso una investigación administrativa y las “medidas disciplinarias” que correspondan para los policías que participaron en el procedimiento. “Es cierto que no estuvo correcto. Pero también hay que comprender que, cuando los policías tienen que ejecutar un allanamiento, hay determinado nerviosismo porque no saben con qué se van a encontrar, y porque van a buscar a alguien que estuvo armado. Entonces van con cierta animosidad: primero son todos sospechosos”, explicaron.