Como vimos la semana pasada, el escenario en el que el Frente Amplio (FA) no conserva sus mayorías parlamentarias no es necesariamente el más probable. Sin embargo, es el más novedoso y más interesante.
En Uruguay hay numerosas experiencias históricas de gobiernos de coalición, pero siempre fueron entre sectores de los partidos tradicionales o (como en el gobierno de Jorge Batlle) de la totalidad de ambos. Estas coaliciones, si bien incluían tradiciones e ideologías distintas, estaban formadas por sectores entre los que había importante tráfico de dirigentes, ideas y votantes. A pesar de que el FA y los lemas tradicionales a menudo no piensan de maneras completamente distintas, es difícil imaginarse en Uruguay una “gran coalición” entre derecha e izquierda como la que gobierna hoy Alemania.
Es más verosímil pensar un escenario en el que un eventual gobierno del FA sin mayorías busque para cada caso legisladores no frenteamplistas que le permitan aprobar los proyectos que necesite. Diferentes proyectos pueden generar distintas combinaciones de 50 diputados, como sucede regularmente en Estados Unidos o Brasil. El problema es que, como en Estados Unidos o Brasil (salvando las distancias con sistemas políticos muy distintos), este tipo de arreglos puede generar una frustrante lentitud legislativa, así como problemas de gobernabilidad y de corrupción.
Otra opción sería que el FA buscara una coalición estable con algún partido pequeño o con algún sector de uno de los partidos tradicionales. Sin embargo, no es obvio con cuál.
El Partido Independiente (PI) parece un candidato natural, y de hecho esta posibilidad es declaradamente su razón de ser. Sin embargo, el muy reducido tamaño del PI podría llevar a que no le alcancen los votos para ser compañero de coalición. Si, por ejemplo, al FA le faltaran tres diputados y el PI tuviera dos (como ocurriría en el escenario basado en las encuestas de Factum), el gobierno necesitaría, además, votos de un sector de los partidos tradicionales que seguramente tendría más bancas del PI, lo que haría superflua la participación de éste en la coalición. Aun si a los independientes les alcanzaran los votos para “ser el fiel de la balanza”, no está claro que estén ideológicamente más cerca del FA que los sectores menos derechistas de los partidos tradicionales, que seguramente tendrán más votos en las cámaras y serán por ello compañeros de coalición más apetecibles.
Larrañaga y su sector parecen otra opción natural. Pero si bien en algún momento estuvieron cerca de José Mujica y confluyeron en algunos asuntos con la izquierda (como el plebiscito del agua en 2004 o la negativa a la baja de la edad de imputabilidad), cuesta imaginarlos en una coalición estable con el FA después de su reciente (y espectacular) giro a la derecha.
Una tercera opción sería, si llega al Parlamento, Unidad Popular (UP). Pero la lejanía ideológica también podría ser un problema. La postura inflexible de esta coalición y su compromiso con la “pureza ideológica” la hacen de hecho el partido más lejano al FA de los que compiten con chance de llegar al Parlamento. Es muy poco probable que se dé una coalición FA-UP, aunque es posible que la UP pueda votar a favor de algunas iniciativas de un tercer gobierno del FA.
El problema es que un gobierno estable de coalición del FA con el PI o con un sector blanco o colorado sería un gobierno consistentemente menos de izquierda que uno del FA en soledad. Y si sucediera que el FA y su aliado parlamentario llegan a sobrepasar los 50 diputados por un puñado de bancas, eso podría ocasionar que en las votaciones “sobren” algunos votos del FA, haciendo “innecesarios” a sus diputados más de izquierda, que probablemente estarían bastante frustrados con la coalición. Tal escenario hace pensar en la posibilidad de un quiebre del FA, que sería un acontecimiento histórico de consecuencias enormes y difíciles de prever.
De no formarse ninguna coalición, un gobierno del FA sin mayorías siempre tendría la opción de prescindir del Parlamento y usar extensivamente el poder del Ejecutivo (lo que desde tiempos de Jorge Pacheco Areco y en los 90 se ha llamado “gobernar por decreto”). Esto implicaría renunciar a votar una ley de presupuesto y usar automáticamente el de este quinquenio, vetar gran parte de la legislación que salga del Parlamento, rotar rápidamente a los ministros en caso de censura parlamentaria y legislar por decreto todo lo que sea posible.
Tal estrategia implicaría un intenso conflicto de poderes, un rápido desgaste del gobierno y seguramente un clima de crispación con consecuencias difíciles de predecir. No sabemos si el FA tiene la voluntad y la espalda política necesarias para aguantar una situación así, ni si tiene capacidad de movilización para respaldar a un gobierno en esas condiciones.
Naturalmente, las opciones entre una coalición estable, coaliciones ad hoc y un gobierno por decreto no son del todo mutuamente excluyentes. Puede haber distintas etapas (por ejemplo, una coalición inicial que se rompa cerca del período electoral) o diferentes estrategias para diferentes temas (por ejemplo, utilizando a la posibilidad del gobierno por decreto como amenaza para disciplinar a eventuales aliados).
Sin duda, cualquiera de estos tres escenarios marcaría un quiebre importante con las formas de la política uruguaya en los últimos diez años, e introduciría cambios relevantes e impredecibles en el sistema de partidos. Lo que no queda claro es qué tendrían de bueno estos escenarios, planteados como una situación positiva por la oposición, salvo que se considere obviamente buena la alta probabilidad de una fuerte crisis en el FA.