La planta industrial se llama León Duarte, en homenaje al dirigente del Sindicato de Funsa y uno de los fundadores del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), detenido en Buenos Aires el 13 de julio de 1976, y que permanece desaparecido. Está ubicada en Camino Corrales casi José Pedro Varela, pero es difícil situarla en una sola esquina, porque la superficie fabril tiene unos 90.000 metros cuadrados, lo que serían unas ocho manzanas. En los años setenta llegó a ocupar a más de 3.000 trabajadores y, como pasa ahora después de un partido importante en el estadio Centenario, había varias líneas de ómnibus que salían desde las puertas de la fábrica a la hora en que terminaban los turnos. Eran épocas en las que la planta desarrollaba 11 líneas de producción distintas, entre las que estaban los tradicionales neumáticos, pero también guantes, championes, botas, pelotas, bolsas de agua caliente o baterías.

La fábrica existe desde 1935. A fines de la década del 90 fue adquirida por la empresa estadounidense Titan, y en 2002 cerró. En ese momento, los trabajadores formaron una cooperativa, y en 2005 consiguieron aliarse con un empresario local y reabrir la planta. En 2011 la sociedad se disolvió y el emprendimiento productivo quedó en manos de Funsacoop.

“Titan decidió en 2002 ir a concordato y cerrar la fábrica. Entonces decidimos comenzar un proceso de recuperación, e instalamos un campamento enfrente de la planta. Luego, con autorización judicial, entramos a hacer el mantenimiento de las máquinas y empezamos a buscar alternativas financieras para comenzar la producción. Como no conseguíamos alternativas tradicionales en el sistema financiero, salimos a la búsqueda de un aliado estratégico que pusiera el capital para poner en funcionamiento la planta, y conseguimos aliarnos con un socio uruguayo. En ese régimen trabajamos desde 2004 hasta 2011”, recuerda Enrique Romero, directivo de Funsacoop.

Las manos de Filippi

Actualmente, Funsa ocupa a unos 150 trabajadores que producen neumáticos y guantes para el mercado local y países como Venezuela y Paraguay. El negocio con Venezuela representa 70% del volumen de la producción y permitió reactivar la fábrica, que tenía a la mayoría de los trabajadores en seguro de paro.

En uno de los sectores donde se elaboran guantes, la mayoría son mujeres. El proceso de fabricación de los cubremanos empieza en piletas llenas de látex líquido; después pasan a una lavadora, y finalmente a una secadora. De ahí, salen todos entreverados. Un grupo de operarias los separan por tipo, talle, arman el par y comprueban la calidad. Los que salen mal vuelven al proceso. Se producen tres variedades: los light, guantes finos para las tareas de limpieza hogareña; los flúo, de un espesor intermedio; y los bicolores, azules y amarillos, que son gruesos e ideales para jardinería y albañilería. Emulando muchos vestuarios masculinos, en los lockers de la sección hay varias fotos de actores y modelos con poca ropa que exhiben sus musculaturas.

A la salida del lugar también hay un póster: del presidente venezolano Hugo Chávez, fallecido el 5 de marzo de 2013. “Teníamos todo preparado para que nos viniera a visitar. Había estado hasta la seguridad presidencial chequeando toda la fábrica. Pero no pudo venir. Envió a la ministra del Poder Popular para el Trabajo y Seguridad Social de Venezuela, María Cristina Iglesias”, cuenta Romero.

El contrato firmado con Venezuela en noviembre de 2013, que implica la producción de neumáticos para ómnibus y camiones, representa una facturación cercana al millón y medio de dólares. Además, asegura el empleo para todos los cooperativistas hasta 2015, y requiere la incorporación de por lo menos 50 trabajadores más en los próximos meses. “Una cosa es con Venezuela, y otra cosa es sin Venezuela”, aclara.

El otro 30% de la producción que no es para ese país son neumáticos para maquinaria agrícola, encargados por Paraguay, y guantes que se venden en el mercado local, básicamente mediante de un único distribuidor.

Con Venezuela ya existía un contrato de producción, que finalizó en marzo de 2013. La mayoría de los trabajadores pasaron a seguro de paro hasta noviembre, cuando se concretó el nuevo negocio. “En 2012 se dio la disolución de una sociedad de hecho que manteníamos con un empresario tradicional. Ahí la cooperativa comenzó a trabajar sola en forma autogestionaria. Tomamos contacto con Venezuela, pero previo a eso reiniciamos la producción para Uruguay y Paraguay. Eso fue en octubre del año pasado”, agrega.

A fines de ese año, la cooperativa recibió, por parte del Fondes -un instrumento financiero del Poder Ejecutivo, creado por ley en 2011 para apoyar emprendimientos productivos sustentables con participación de los trabajadores en su dirección y en el capital de las empresas-, unos tres millones y medio de dólares para capital de giro. Aún no está resuelta la situación de la propiedad de la planta, que pertenece al empresario exsocio de Funsacoop. La cooperativa utiliza para la producción unos 40.000 metros cuadrados; el resto de las instalaciones están arrendadas por el propietario a particulares. La maquinaria pertenece en su mayoría a Funsacoop.

El SindiKato

“La cooperativa surgió desde el sindicato. En un principio, la dirección de la cooperativa y la dirección del sindicato éramos las mismas personas. Pero eso no representó ningún inconveniente. A veces el problema es que no tenés un patrón enfrente. Tuvimos un socio y mucha gente lo visualizaba como patrón. Había confusiones entre lo que era la cooperativa, el sindicato y la sociedad de hecho. Ahora todo está mucho más claro”, dice Romero, quien fue presidente del gremio.

Duros

El sindicato de Funsa tuvo un papel protagónico en la huelga general contra el golpe de Estado del 27 de junio de 1973. La fábrica fue desalojada varias veces por la Policía y el Ejército, pero los trabajadores volvieron a ocuparla. El sindicato de Funsa tuvo una postura contraria a la de la mayoría de la Convención Nacional de Trabajadores, que decidió levantar la huelga. Emitió comunicados junto con la Federación Uruguaya de la Salud y la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida, que se conocieron como la postura de las tres F. La mayor parte de la dirección de Funsa estaba vinculada a las ideas anarquistas; de allí surgió la Resistencia Obrero Estudiantil y luego el PVP.

La incorporación de nuevos trabajadores “no es una tarea fácil”, porque el trabajo en la fábrica implica alta especialización: “Somos la única industria de neumáticos del país. En principio, se incorporaron ex trabajadores; luego entraron familiares de operarios. Pero ahora se necesita más personal, y esa cantera de gente con cierta capacitación está agotada. Además, tenemos un promedio de edad muy alto, y hay que cambiarlo”.

Luego de pasar el período de prueba, quienes ingresan son incorporados a la cooperativa: “El ingreso a Funsacoop se da naturalmente. No hay casos de trabajadores que no quieran ingresar a la cooperativa; si eso pasara, se tienen que ir”, explica. No tienen laudos, porque no existe otra industria de neumáticos en el país. Todos ganan lo mismo, a pesar de realizar distintas tareas. Pero tienen previsto, en la medida en que la producción crezca, “hacer un diferencial de incremento según la productividad, para que se vea beneficiado el más eficiente con respecto al menos eficiente, y teniendo en cuenta las responsabilidades de cada uno”.

La planta tiene una caldera, alimentada con leña, que produce vapor; antes usaba fueloil. La otra energía que usan es la eléctrica, pero tienen grandes expectativas en poder bajar los costos a partir de la instalación de la planta regasificadora. Los insumos más importantes “en cantidad y costos” son el caucho, la tela y el alambre de acero, importados de Argentina, China y Guatemala. Pero también se compra “más de un centenar de clases de productos químicos”.

Por estatutos, la cooperativa tiene una asamblea general anual y elige a la directiva por voto secreto cada dos años.