Los líderes del Frente Amplio (FA) son Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori, en ese orden. Decir esto parece trivial, en parte porque es cierto desde hace una década o más, y parece un dato tan intemporal como que después del verano viene el otoño.
Sin embargo, es de esperar que las elecciones de este año sean las últimas en las que estas tres figuras compitan como candidatos y actúen como líderes, y si no son las últimas, estirando la biología, son las penúltimas. Por más que se haya querido retrasar el momento de la tan mentada “renovación” del FA, hoy es sencillamente inevitable.
El retiro de los líderes no sólo significa que las listas tendrán nuevas caras visibles, sino que también cabe prever que se den realineamientos sectoriales importantes, al no estar los líderes para cumplir sus funciones de cohesión dentro, y captación de votantes fuera de los sectores. ¿Qué será del astorismo sin Astori, del mujiquismo sin Mujica y del vazquismo (quizás el más misterioso de los tres) sin Vázquez?
Casi seguramente no van a desaparecer, y si lo hacen, su desaparición va a ser gradual, al ritmo del también gradual retiro de los líderes históricos. Pero en el espacio que vayan dejando deberán aparecer nuevos líderes y nuevos sectores. No es casualidad que por primera vez desde la aparición de Asamblea Uruguay en 1994 estén apareciendo en el mapa del FA sectores con posibilidad de transformarse en partes relevantes de la coalición de izquierda.
Esos sectores son los que están surgiendo alrededor de las figuras de Constanza Moreira y de Raúl Sendic. La primera, precandidata a presidenta y el segundo sonando como posible candidato a vicepresidente, ya son de hecho parte importante del mapa de sectores, aunque no quede claro qué lugar ocupan. Es que mientras Moreira tiene los ojos puestos en las internas de junio y todavía no parece haber consolidado un “constancismo”, Sendic parece más interesado en asociarse a las figuras de Mujica y Vázquez que en crear una corriente de opinión.
A pesar de que ambos vienen de corrientes más o menos vinculadas con el MPP, da la sensación de que representan (o buscan representar) cosas distintas. Sendic busca un balance entre el giro a la izquierda y el continuismo, formando parte del “grupo de los 8” al mismo tiempo que se pega a Vázquez, mientras cultiva una imagen de funcionario prolijo en la gestión. Moreira, en cambio, busca capitalizar el descontento frenteamplista “por izquierda” con Vázquez y con el gobierno, en busca de recuperar el entusiasmo de los que fueron expulsados o desencantados por diez años de centrismo y desmantelamiento de las bases.
Más allá de si Moreira logra esto último, está claro que es fundamental para el FA intentarlo. Porque en esto lo que está en juego no es tan sólo su futuro electoral, sino el futuro de la izquierda como idea y como proyecto. Ante la existencia de Unidad Popular como expresión electoral de la izquierda no frenteamplista, el avance en el movimiento sindical de sectores ajenos a la coalición y la aparición de movimientos sociales, como el ecologista, opositores al gobierno, el FA necesita urgentemente crear puentes de entrada desde la izquierda, para quienes todavía consideren que la herramienta electoral es importante para su proyecto político.
Y lo es. Por más centrista, desmovilizada y francamente aburrida que haya sido para muchos la década frenteamplista, es imposible negar que en estos diez años se avanzó en legislación laboral, en organización sindical, en baja del desempleo, en reconstrucción de los sistemas de protección social y en ímpetu para los movimientos sociales, como el de la diversidad o el de los derechos humanos, que han traído a la izquierda (partidaria o no) miles de militantes jóvenes. Y es imposible negar que la existencia de gobiernos del FA fue fundamental para que eso ocurriera.
Pero los opositores por izquierda tienen razón cuando señalan el precio que tuvieron estos logros. El crecimiento económico en el que fueron posibles las reformas laborales vino dado en gran parte por los estímulos a las inversiones extranjeras que dejaron al territorio lleno de enclaves, a la recaudación impositiva llena de renuncias y a la política de izquierda llena de confusiones. Resulta paradójico que, en una época de espectacular crecimiento de la organización de los trabajadores y de apoyo a ésta, la dependencia y la penetración del capital trasnacional también crecieran de manera explosiva.
Esta dialéctica del frenteamplismo se puede superar sin dejar de reconocer los logros ni los problemas, o cómo de hecho los logros están determinados por los problemas. Está claro que una candidatura como la de Moreira no es una solución a esta contradicción estructural, pero sí es parte del reconocimiento de su existencia.
No está claro cuál es la estrategia política a seguir por la izquierda. En parte, porque no está claro que para buena parte del FA la dependencia del capital trasnacional sea un problema, y porque tampoco está claro que para las organizaciones de la izquierda no frenteamplista (y para los votantes en blanco que vienen del FA) la herramienta electoral tenga alguna utilidad. Pero sí está claro que con los líderes históricos de los gobiernos del FA se termina un ciclo para la izquierda uruguaya, y comienza la lucha para definir cómo va a ser el próximo.