Mientras los últimos rastros del sol desaparecían, la imagen de su pelo oscuro, su sonrisa blanca y sus ojos vivos se volvía cada vez más y más nítida. La foto de Elena Quinteros, esa que se levanta todos los 20 de mayo, se encontraba suspendida sobre la fachada de un edificio de Pocitos, el mismo donde la detuvieron, el mismo que continúa en manos de militares.

El frío dio un respiro y varios se amontonaron a contemplar la imagen. El rostro inmenso de Elena ocupaba varias ventanas del edificio ubicado en Masini 3044. Algunos aseguran que las ventanas donde se proyecta su foto son las del apartamento 103, en el que vivía; otros no recuerdan con exactitud si las ventanas de este daban a Libertad o a Masini. Lo que sí se sabe es que las persianas de las ventanas sobre las que se proyectó estaban abiertas al comienzo de la tarde, pero fueron cerradas luego de que la gente se empezó a aglomerar en la vereda de enfrente. El silencio predomina y de a ratos se corta por algún recuerdo que vuelve, que se hace necesario contar. Beto Álvarez, compañero de militancia de Elena, recuerda que estuvo en ese apartamento. “Yo estuve preso, y cuando salí un compañero se contactó conmigo y me llevó a una reunión. Mientras estábamos en la camioneta, me pusieron una capucha para que no registrara el recorrido. Llegué a un lugar, a este lugar”, dice mientras señala el apartamento. “Pasa el tiempo, me entero de que Elena cayó, me voy del país y un día me pasan esta dirección”. Desde ese momento, Álvarez ha vuelto varias veces allí. Dice que se concentra en recordar por dónde fue que entró, aunque ya sabe que no tiene la respuesta.

El apartamento donde vivió Elena está ocupado por oficiales del Ejército. En febrero de 2016, Brecha informó que el inmueble, considerado una “vivienda de servicio”, era usado para alojar a oficiales y sus familias, y en ese entonces allí vivía un oficial con su familia. Actualmente, según informó el semanario en abril, lo ocupan la viuda e hijos de un teniente coronel fallecido en Haití.

Elena Zaffaroni, de Familiares y Madres de Detenidos Desaparecidos, comenta que el proyecto fotográfico se llama Apareciendo y es muy simbólico. “Van a estar apareciendo hasta que aparezcan, hasta que sepamos todo, hasta que realmente se entienda que no podemos soportar más la impunidad”, dice. Y agrega: “Ya hemos visto su foto, pero esto de hacerlo acá, en el atardecer, y que se vuelva nítida, trae otra cosa, trae eso de que están ahí, de que tenemos que llegar a ellos”.

El fotógrafo cordobés Gabriel Orge lleva adelante Apareciendo desde 2014. En el octavo aniversario de la desaparición de Jorge Julio López, detenido desaparecido durante la dictadura y posteriormente en democracia, Orge trató de representar el deseo colectivo de “hacerlo aparecer, de reclamar por los que no están”. Así fue que proyectó, desde su casa, la imagen de López en la fachada de un edificio. El proyecto tomó forma y sus intervenciones siguieron en Argentina y Paraguay. “El objetivo es hacer un hecho estético, un hecho poético, que intenta dar visibilidad a lo que ha sido invisibilizado y activar así la memoria”, relata Orge a la diaria. También apunta a trazar un hilo común de la historia de los países de América Latina y sus desaparecidos. El espacio público es el escenario elegido para contar la historia que tiene que ver con las personas que pasan caminando por la calle, con las comunidades; en definitiva, con todos. “El arte muchas veces está encerrado en su propia institución y es interesante acercarlo, salir de esos espacios y llevarlo a un espacio común”, explicó.

Orge intenta traer el recuerdo al presente para reflexionar desde ese lugar sobre lo que aconteció. La proyección es la técnica utilizada por el fotógrafo, y para él conjuga “fragilidad y temporalidad”: “La imagen aparece y vuelve a desaparecer. Se vuelve espectral, con un pasado que se aparece frágil y momentáneo”.

Alberto Caetano, militante en otros tiempos de la Resistencia Obrero Estudiantil, se emociona mientras mira la imagen y relata que Elena era una de las “mujeres bravas de Magisterio”. Para él, es muy importante que se hagan estas intervenciones porque hay quienes quieren olvidar. “Hay una herida abierta que reclama verdad y justicia; no se puede simplemente pasar la página, el futuro se construye con los pies en el pasado. Y si el pasado no quedó claro, el futuro va a ser borroso”. “Decir Elena es decir la Tota” [María Elena Almeida, su madre], afirma, y agrega que Tota, luchadora incansable por los derechos humanos, se metía en cosas y más cosas y decía: “Si Elena se entera...”. Así, siempre en presente, como si estuviera viva, reflexiona.

Brenda Bogliacini, compañera de militancia en el Partido por la Victoria del Pueblo, agrega que la intervención es una “forma de recuperarlos en una dimensión más integral”. “Ella era una luchadora, una maestra y una audaz”, que cuando estaba presa ya tenía craneado su plan de fuga, recuerda: “Hay que tener un espíritu muy rebelde para pensar en eso y continuar con esa rebeldía después de lo que vivís estando presa”. Se queda mirando la imagen, ahora completamente nítida, y agrega: “Esto tiene algo de poético y está acá [se señala el pecho], en una dimensión más emocionante de lo que se puede llegar a decir. Las palabras no alcanzan a expresar lo que se siente”.