Dueño de un bigote frondoso y un discurso vehemente, el ex diputado y ex edil Aníbal Gloodtdofsky lanzó su precandidatura a la presidencia de la República a mediados de febrero, con su sector Somos Todos, del Partido Colorado (PC), que hasta ese momento apoyaba la precandidatura de José Amorín Batlle (Uruguay Batllista). Para saber de qué va la cosa, Gloodtdofsky recibió a la diaria en su casa.
¿Por qué decidiste alejarte de Amorín Batlle y lanzar tu propia precandidatura?
El tema es que el país necesita un cambio, que se dará con la renovación del gobierno. No es contra el Frente Amplio [FA], pero lleva tres gobiernos seguidos con mayoría absoluta, y es necesario, sano y bueno que el país cambie de gobierno. Pese a su muy mala gestión del último período, el FA aún mantiene posibilidades de ganar. El PC gobernó durante 93 años ganando Montevideo, Canelones y Artigas. Hoy, Montevideo es un bastión frenteamplista; quiere decir que, si realmente la oposición quiere ganar el gobierno, lo necesario es ganar acá, en Montevideo. El PC hoy tiene cinco candidatos, de los cuales tres son precandidatos presidenciales: [Ernesto] Talvi, Amorín Batlle y [Julio María] Sanguinetti. Pensá en un calvo: ¿tapa la pelada con tres pelos largos? No, hace dibujos. Mejor es con mucho cabello corto. Entonces, me pareció, y se lo dije a José, que era necesario que hubiera otros candidatos en Montevideo, rastrillando, proponiendo cosas distintas, buscando la forma de despertar el voto, y le pareció buena idea. Fijate qué importante que es este razonamiento: hoy el Partido Demócrata en Estados Unidos tiene 14 precandidatos; se supone que van avanzando en la campaña y después se ve. Esto no es un acto ni de desmesura, ni de vanidad, ni de desubicación. Es una posición política en un lugar donde hace falta más gente, con más opiniones y con estructura. Somos la generación que batalló por el cambio en paz. A los 22 años fui electo edil en la misma elección en la que Sanguinetti fue electo presidente. Hoy soy precandidato y Sanguinetti es candidato a presidente; es decir que hay algo que mi generación no hizo bien.
No hay renovación.
La renovación es producto de que en algún momento hay quienes desafían a los líderes, y democráticamente les ganan. Pues bien, nuestra generación se frustró o no le dio el coraje. Lo cierto es que tanto Jorge Batlle como Sanguinetti mantuvieron su vigencia porque no hubo quien saliera a enfrentarlos. Entonces, uno ve que un hombre hace un esfuerzo brutal como el que está está haciendo Sanguinetti, con 83 años, y a mí me da vergüenza. Siento admiración por él y vergüenza por mí: ¿cómo es posible que desde la apertura democrática a hoy yo no haya hecho nada para que esto cambie? Entonces, respeto y admiro a Sanguinetti, pero creo que es bueno pensar en mañana y en pasado mañana.
Ponías el ejemplo del Partido Demócrata de Estados Unidos, pero es un partido que siempre está en la pelea. El PC hace 15 años que no tiene peso en la elección. ¿No hacés autocrítica de lo que pasó luego del gobierno de Jorge Batlle?
Curiosamente, quien reconoció más francamente cómo quedó el país luego del gobierno de Batlle fue el propio FA, Tabaré Vázquez y Danilo Astori, que recibieron un país en orden después del huracán de 2002, pero eso tuvo un costo.
Pero es evidente que la gente no vio lo mismo, dado el resultado electoral de 2004.
Obviamente, una cosa es un ministro de Economía y un presidente mirando el déficit fiscal, el endeudamiento y la inflación, y otra cosa es quién tuvo que atravesar esa tormenta. Es razonable que la gente se sintiera afectada, pese a que se haya sacado al país de la crisis en un tiempo récord y en modo quirúrgico. Es claro que fue un impacto muy grande. Pero eso pasó hace 17 años, y hoy el país empieza a mostrar un hartazgo de haber pasado una maravillosa bonanza económica y seguir igual que cuando salimos de la crisis. Entonces, yo no diría que el partido hoy no está en la conversación. Yo quiero ver cómo se da esto. Quiero ver el fenómeno Sanguinetti en la cancha. Hay que recordar que Sanguinetti se abstuvo de participar activamente de modo electoral durante todo ese período. Su primer debate después de muchísimos años fue cuando me acompañó a recibir al intendente [de Montevideo, Daniel] Martínez, en la casa del partido. Ahí debatieron sobre un proyecto de carácter urbano y Sanguinetti se mostró espléndido. Pocos días después, fue a un merendero que yo tengo en Marconi desde hace 30 y pico de años. Llegó en taxi; fue una foto muy publicitada. Y desde ese entonces no paró. Es un político de raza. Quiero ver hasta dónde llega.
Me parece que estás más contento con la candidatura de Sanguinetti que con la tuya.
No. Con la mía estoy feliz. El único motivo personal, más allá del análisis político que te hago, es que yo no me podía morir sin decir las cosas que pienso, porque por algo dediqué mi vida a la política. Poder salir a una sala llena y decir lo que se piensa es el premio mayor para cualquiera que haga política. Otros prefieren sentarse en el Parlamento. La Cámara de Diputados es un lugar espantoso.
Fuiste diputado en el período anterior, ¿por qué pensás eso?
Amorín siempre me dice que es porque el FA tenía mayoría absoluta. ¿Qué pasa con la mayoría absoluta? Ves un perro que ladra y te dicen: “No, tiene cuernos, muge y da leche”. “No, no, es un perro”, contestás. “No, no, tiene tetas, mirá. Es una vaca”, insisten. Entonces, llega el momento de votar, el perro sigue jugando y ladrando, votan, y es una vaca. Eso destruye a cualquiera. Quizás el resultado legítimo electoral del FA le haya jugado en contra. Quizá pudo haber hecho un mejor gobierno si hubiera tenido la posibilidad de confrontar sus proyectos y sus ideas. Pero con mayoría absoluta es una locomotora que te pasa por arriba, y sentís que en definitiva no estás haciendo nada productivo. Hacés pedidos de informes, y te contestan lo que quieren. El resto, en mi pasaje por el Parlamento, fue la presentación de 17 proyectos de ley; muchos de ellos los desarchivó [Pedro] Bordaberry. Ese es el pasaje sin pena ni gloria por un lugar en el que la mayoría automática, casi siempre, y algunas veces la inoperancia de la oposición, les ha hecho perder mucha credibilidad ante la opinión pública. Es fuerte lo que digo; no me gusta, pero es la realidad.
Vos reivindicas el batllismo, como la mayoría de los sectores colorados. ¿Qué significa eso hoy? A veces me da la sensación de que es una palabra fetiche.
Sin duda que lo es. Dijiste la palabra clara. Todo el mundo en el PC –aun en el peor momento, cuando éramos poquitos– discutía sobre si Fulano era batllista o no, como si te hicieran un análisis de sangre. El FA se ocupó de arrebatarle las banderas al batllismo. Entonces, entreveraron las banderas batllistas, que son de izquierda, y las del marxismo- leninismo, que también son de izquierda, pero bastante diferente. El batllismo es, al decir del presidente [José] Serrato, una izquierda liberal, demócrata, moderna y republicana, cuyo centro de acción siempre es el ciudadano. Hoy, el ánimo refractario al FA hace que la gente diga: “No, izquierda son ellos, no nosotros”. Pero el batllismo es esa izquierda que va desde el centro hasta la lucha de clases. De la lucha de clases para allá es otra cosa, y nosotros la combatimos, porque no es democrática ni republicana. Por eso [en el FA] respaldan a [Nicolás] Maduro y a Raúl Castro, y por eso nosotros lo rechazamos.
En Twitter escribiste que querés debatir con Óscar Andrade. ¿Y con los demás candidatos del FA?
Porque está claro que él es un representante del corporativismo sindical que el próximo gobierno, si no es del FA, va a tener que enfrentar. Yo estoy a favor de los Consejos de Salarios y de que estén integrados en forma tripartita, pero creo que el papel del Estado, en el medio entre patrones y empleados, debe ser velar por el interés general, y hoy no es así.
¿Quién marca el interés general?
El interés general lo tenés en el Parlamento, lo tuviste en las urnas cuando te eligieron. Tenés que pensar en que el gobierno tiene que incorporar la productividad a los Consejos de Salarios para mejorar la competitividad de las empresas.
Algunos te podrían decir que eso de mejorar la competitividad de las empresas no parece muy de izquierda.
Esos son los contaminados por la otra izquierda, la del “vamo’ arriba con todo, que algún nabo va a pagar”.