Desde hace unas semanas se puede observar una acumulación de gente en la peatonal Sarandí a la altura de Bacacay. El “pico” se da antes del mediodía y ya hacia las 15.00 quedan pocos. Allí se encuentra la Embajada de Nicaragua, que a fines de enero anunció que habilitaría la visa a cubanos. Los requisitos: dos fotos carné, fotocopia de pasaporte y 30 dólares. La visa se otorga por dos meses.

El entusiasmo fue tal que en los primeros días concurrían cientos, a quienes, naturalmente, la sede diplomática no alcanzaba a recepcionar. La policía intervino, buscando poner orden y se habilitó un correo electrónico para recibir las solicitudes, pero este canal también colapsó. Fue a partir de esto que un ciudadano cubano tomó la posta y organizó, en conjunto con el personal de la embajada, un sistema que establecía 60 turnos por día.

No todos los aspirantes planean viajar a Nicaragua. Algunos sacan la visa apenas alcanzan a juntar el dinero para el trámite porque sienten que la habilitación puede servir más adelante . “Nunca sabemos cuándo podemos a llegar a necesitar irnos”, dice uno de los que hace cola en la embajada. “Mejor tenerla por si acaso”, agrega.

Otros, en cambio, ya tienen el pasaje comprado. Unos pocos creen que ir a Nicaragua sirve de puente hacia México –que está dando asilo también desde hace poco tiempo–, desde donde se podría cruzar a Estados Unidos. La mayoría dice querer otra cosa. Por ejemplo, aprovechar la vuelta a Cuba para pasar antes por Nicaragua: “Allí puedo comprar ropa a la mitad del dinero de lo que podría hacerlo acá”, dice una cubana. Otra sostiene que va de paseo porque le sale “lo mismo” un pasaje a Cuba directo desde Montevideo que uno que haga escala en Nicaragua.

“No es lo que pensaba”

Uno de los que vuelve a Cuba comenta que “Uruguay no es lo que imaginaba”. Vino en busca de una mejor posición económica, pero no lo consiguió . Le llama la atención la cantidad de personas que duermen en la calle: “Eso en Cuba no pasa”, dice. Otro acota que les dijeron que los indigentes tienen dónde ir, “pero no quieren hacer usufructo de ese derecho”.

También les duele la xenofobia. Si bien reconocen que no todos los locatarios los rechazan, mencionan destratos de vecinos, desconfianza de comerciantes y abusos de empleadores. No obstante, hay quienes luego recapacitan. “Me pasó que después de que alguien me echara de su comercio, mi empleador intercedió para decirle que yo era un buen hombre y me vino a pedir disculpas”.

¿Cómo se informan de sus derechos? “En general, a través de quienes nos dan trabajo”, responde uno. “Me ha pasado que me ofrecen 500 pesos por trabajar 12 horas. Inaudito” agrega otra. La mayoría se encuentra empleado “en negro”. ¿Por qué acceden? “Lo primero que quiero es comer, entonces agarro lo que sea y me digo a mí mismo que luego veré cómo voy mejorando eso”, contesta otro.

La mayoría de quienes migran lo hacen sin su familia. “No sabes lo que te espera. El que tiene familia no quiere arriesgarla, entonces primero vienes tú y luego en todo caso, traes a tu familia”. “Lo más malo para una persona migrante es alejarte por primera vez, de tu país, de tu familia, de las costumbres. Después ya quedas acostumbrado y puedes ser migrante de por vida”, reflexiona otro cubana que, así como vino a probar suerte a nuestro país, también estuvo en Rusia y Haití, ahora se va a Nicaragua y sueña con conocer, en un futuro próximo, Suiza.