El investigador Javier Ricca, en trabajos que ha desarrollado junto con Andrés Oberti, cuestiona la veracidad de las historias acerca de la bandera que levanta el Frente Amplio desde 1971, que se atribuye al revolucionario oriental Fernando Otorgués, y de otra que es reivindicada por el actual gobierno departamental de Cerro Largo, que la adoptó como propia por su supuesto origen artiguista. Ricca, además, duda de las dotes poéticas de Ansina, el compañero más recordado de José Artigas. Sobre esos temas y acerca de la necesidad de desmontar algunas leyendas que forman parte de la historia nacional, Ricca conversó con la diaria.
¿Cómo surgió la idea de investigar los orígenes de la bandera que es considerada la primera enseña oriental y que adoptó recientemente el departamento de Cerro Largo?
Cuando leí la “Advertencia” que nos introduce al desarrollo del tomo 35 del Archivo Artigas de 2005, me di cuenta de que su descripción de la supuesta primera enseña oriental (conformada por cuatro franjas azules y cinco blancas) se basaba exclusivamente en la fiabilidad del relato de Agustín Beraza. Este investigador fundaba su análisis en un grabado del Museo Naval de España en el cual se podía observar la imagen de la bandera con el epígrafe: “Bandera de los Ynsurgentes Orientales dominando al heroyco Montevideo”. Juan Pivel Devoto legitimó la historia de Beraza en su colección en 1948 y luego fue refrendada por decenas de historiadores en publicaciones privadas y por miembros de la Comisión Nacional del Archivo Artigas. La conclusión de Beraza se volvió compacta: nuestro primer pabellón había sido enarbolado durante el segundo sitio a Montevideo, desde febrero de 1813 hasta el cisma que se produjo el 20 de enero de 1814, cuando Artigas enfiló su caballo rumbo a Batoví. Pero el grabado no dice lo que Beraza concluye. Lo que sí dice es que cuando los orientales dominaban Montevideo tenían una bandera. Las tropas artiguistas recién lograron dominar o ingresar a nuestra capital en 1815. Entonces ¿por qué Beraza se apartaba del documento y lo fechaba en 1813?, ¿por qué una única fuerza sitiadora utilizaría en 1813 dos banderas? Lo que sabemos es que ningún acontecimiento justificaba que los orientales tuvieran una nueva bandera en 1813; que en 1814 sí estaban dadas las condiciones para que se enarbolara un emblema propio; y que fue recién en 1815 que los documentos acreditan la existencia de las primeras banderas orientales. Por ello comencé a indagar sobre la bandera que hoy vemos ondear en diversos actos oficiales, como el que se hizo en la Fortaleza del Cerro, cuando el presidente Tabaré Vázquez inauguró el mástil de 25 metros con la bandera de Artigas, o los actos del Cuartel de Blandengues. Ahora también está previsto que ondee en todas las escuelas y liceos de Cerro Largo. En ese contexto, en que el acervo documental indicaba que no existió ninguna bandera de los insurgentes orientales en el año en que Beraza sitúa la que describe, nos preguntamos si no cabía preguntarse si toda la bandera, su diseño y sus colores no eran más que un invento. Por ello enviamos una carta a los actuales custodios del grabado, y desde el Ministerio de Defensa de España nos informaron que el museo disponía de dos grabados catalogados: uno en tinta azul y el otro en tinta negra, es decir que los originales no exhibían color alguno en el pabellón, y de forma clara se apreciaba que la bandera insurgente oriental estaba confeccionada con tres paños horizontales, al igual que la bandera enarbolada el 26 de marzo de 1815 en Montevideo.
La actual bandera de Cerro Largo también aparece en la poesía “Nuestra Bandera Oriental”, de Ansina.
En la antología Artigas en la poesía de América, de 1951, sus compiladores incluyen un poema que describiría la supuesta primera bandera oriental de 1813, la actual bandera de Cerro Largo. A modo de explicación, los autores afirman que una imagen de dicha bandera se encuentra estampada en un grabado del Museo Naval de España. Esta última referencia fue tomada del artículo publicado por Beraza. Nuestra investigación demostró que no existe ese grabado, que es la única referencia histórica a ese supuesto primer pabellón oriental. Entonces, debe concluirse que no existió ese pabellón y que Ansina no lo pudo haber visto ni incluido en la poesía “Nuestra Bandera Oriental”.
“Al analizar el léxico empleado en la presunta poesía de Ansina, detecté inconsistencias, como el empleo de palabras de un período que no se corresponde con el suyo”.
¿Qué elementos te llevan a pensar que también ha existido una construcción sobre el rol de poeta de Ansina?
Estos últimos años observamos el cambio de paradigma de la figura de Ansina. De un fiel compañero de Artigas pasó a ser un erudito y prolífero escritor. En primera instancia, remarco que respecto de los 60 poemas atribuidos a Joaquín Lenzina –más conocido como Ansina– en Artigas en la poesía de América 1951 sucede lo mismo que en el tema que abordamos en la pregunta anterior: la aceptación de la veracidad del hecho no tiene otro fundamento más que la fiabilidad de los autores. En esa compilación poética, el pastor [y compilador Daniel] Hammerly escribió que la única documentación probatoria (manuscritos) se había perdido. Fuera de su aseveración en cuanto a la atribución de autoría, no existe ningún otro elemento que pueda corroborar su historia. Aunque fuera cierto que los originales se hubiesen extraviado, lo que sorprende es que nadie ratifique su existencia. El supuesto custodio de los manuscritos fue entrevistado por varias personas, en diferentes contextos, en especial para localizar la última casa de Artigas, pero en ninguna de esas instancias (incluso cuando menciona puntualmente a Lenzina) expresa que tuvo en su poder la obra de Ansina. Por su parte, Hammerly, luego de estos hechos y con la finalidad de que no se fisurara su relato, termina por afirmar que los manuscritos de Lenzina estaban firmados bajo el seudónimo de Ansina. Estas trazas de inconsistencias, sumadas a la falta de documentos que le den validez a las afirmaciones de Hammerly, hacen muy poco creíble su historia. Además, una serie de autores, entre los que se encuentra Ildefonso Pereda Valdés, sostienen que diversas locuciones, alegorías y sugerencias, por su alto nivel cultural, no podrían haber sido dichas o escritas por un esclavo nacido en 1760. En la misma dirección, a otro autor, Jorge Pelfort, le resulta evidente que muchos de los versos atribuidos a Ansina fueron retocados. Ambos autores citan una serie de ejemplos que fundan la inconsistencia entre el nivel cultural del supuesto autor y el contenido de los versos. Al analizar el léxico empleado en la presunta poesía de Ansina detecté inconsistencias, como el empleo de palabras de un período que no se corresponde con el suyo. En la poesía “La llegada de Artigas al sitio” se recurre a la palabra “éxodo”. El término “éxodo” vinculado al pueblo oriental se difundió a partir del uso por parte del historiador Clemente L Fregeiro en la década de 1880. Y en la poesía “Canto de los orientales en el Salto Chico”, cuando los artigueños estaban acampando en 1811 se recurre a la palabra “uruguayo”. Ambos casos son ejemplos de anacronismos. En esa misma línea se encuentra un extraordinario trabajo de Kildina Veljacic, que aporta algunos elementos de utilidad para esta discusión, en particular la atención a la unión del español y del guaraní, desajustes, discontinuidades e hibridaciones en la lengua, que llevan a cuestionar la autoría de Ansina respecto de la poesía que se le atribuye.
“Todas las pruebas demuestran que la bandera de la Provincia Oriental siempre fue la misma [azul, blanca y roja]”.
¿Por qué considerás que existe un error en la justificación histórica del diseño de la bandera del Frente Amplio?
A mediados del siglo XX, a la luz de los documentos disponibles en ese momento prevaleció de forma acertada la hipótesis de que la bandera que había flameado por primera vez el 26 de marzo de 1815 en el Fuerte de San José era roja, azul y blanca. Este pabellón se reconoce de forma popular como la Bandera de Otorgués, y fue adoptado por el Frente Amplio en 1971. La aseveración anterior se fundamentó en un informe escrito de mediados de abril de 1815 elaborado por un espía portugués. Este relato tenía ese sustento y era justipreciado, pero con el correr de los años se encontraron nuevos documentos que han sido dejados de lado de manera sistemática. Por dar sólo una referencia, la reseña portuguesa de la cual hablamos fue confeccionada en base a una versión de oídas obtenida de un informante anónimo, recogida por el espía dos semanas después de que la bandera ondeara por escasas horas el 26 de marzo de 1815. Este relato se contradice con la narración de tres testigos presenciales que asistieron al Fuerte de San José, cuyos testimonios coinciden tanto en el orden asignado a los colores (azul, blanco y rojo) como en su forma (tres paños horizontales). Esa bandera no es otra que la descrita por Artigas en el artículo 7 del reglamento corsario, y su trazabilidad se puede documentar año a año en acciones tales como la defensa en Villa Guadalupe y el Paso de Cuello, donde los orientales la enarbolaron. Existe otra referencia. En las “Memorias de los sucesos de 1825” podemos leer que Luis de la Torre construyó con sus propias manos las banderas utilizadas en la cruzada libertadora, a las cuales les agregó la leyenda “Libertad o muerte”. Ese texto afirma que la bandera sobre la que se escribió esa consigna era la bandera tricolor que se había usado en la Provincia Oriental durante la invasión portuguesa de 1816. En conclusión, todas las pruebas demuestran que la bandera de la Provincia Oriental siempre fue la misma, y por ese motivo fue ratificada en agosto de 1825 en la Ley de Pabellón, en la Piedra Alta. Estos datos forman parte de una investigación que comencé hace diez años. Recientemente accedí a una línea de investigación análoga realizada en España en la primera mitad del siglo XX, que se basó en fuentes documentales distintas a las mías, y aquí radica lo interesante: en diferentes tiempos históricos y utilizando documentos no conexos, llegamos a la misma conclusión: la bandera de los insurgentes orientales era azul, blanca y roja. Esta bandera era la bandera de la Provincia Oriental. Fue siempre una y sólo una. Cada provincia tenía su enseña; la bandera que conocemos como la “de Artigas”, con su franja roja en diagonal, era la bandera que representaba en su conjunto a la Liga de los Pueblos Libres o Liga Federal.
¿Qué función cumple la reconstrucción casi mítica de algunas banderas o de un personaje en la historia nacional? ¿Por qué resulta importante desmontar esas construcciones?
Si nos preguntáramos cuál es el principal designio del relato oficial en cada cultura o nación, la respuesta es universal: consolidar la imagen de los padres fundadores, convirtiéndolos en héroes. Por eso, y en muchos casos sin rigor histórico, se ha resignificado tanto a nuestros héroes como a nuestros símbolos patrios, transformándolos en íconos de visiones políticas opuestas. Creo que sólo a través del desarrollo del pensamiento crítico, de la deconstrucción fundada del relato imperante, es posible poner un límite a una interpretación caprichosa del pasado que, intencionalmente o por pereza intelectual, sirva a los designios del poder o abone el discurso “políticamente correcto”. Por anecdótico que parezca un hecho, tiene una repercusión trascendente en una mirada contextual. Entonces, ¿dónde queda el auténtico hecho histórico? En la versión que se está por escribir, en la versión que no busca la verdad absoluta. El auténtico hecho histórico está en la búsqueda y el planteo de nuevos interrogantes. Desde esta perspectiva, creemos que la verdad existe. Está en el horizonte de la historia. Y siempre quedarán preguntas.