Aunque advirtió que hace falta más distancia para realizar balances, el historiador Gerardo Caetano reflexionó sobre algunos hitos de las presidencias de Vázquez y respecto de su vínculo con la oposición política y con el propio Frente Amplio (FA). Consideró que “la mejor versión de lo que Tabaré deja como legado” tal vez sea “esa emoción y ese eco tan profundo” que generó su muerte, “esas banderas y cartas de agradecimiento conmovedoras que se acumularon como un ‘altar laico’” frente a su casa.

¿Qué aspectos de la gestión de los gobiernos de Vázquez quedarán para la historia?

El momento de la muerte no es el de los balances, mucho menos en clave histórica. Hace falta más distancia. Pero algunas cosas básicas no deben olvidarse. Hace unos años, cuando terminaba la primera presidencia de Tabaré Vázquez, Carlos Maggi me decía que con el Plan Ceibal y la política antitabaco Tabaré quedaba en la historia uruguaya más grande. Y por cierto que él no lo había votado. Más allá de esos hitos, hubo tendencias virtuosas en lo económico y social que tuvieron mucho que ver con la gestión de los gobiernos que presidió Vázquez, más allá del fuerte influjo de los contextos económicos y más allá de que la segunda presidencia no estuvo a la altura de las expectativas y generó descontentos, lo que por cierto fue uno de los factores que influyeron en la derrota electoral del FA en 2019. La primera presidencia de Vázquez fue realmente muy exitosa, con la recuperación general de una situación nacional muy deteriorada tras la crisis de 2002 y un paquete significativo de reformas en áreas fundamentales, como la salud, las relaciones laborales, las reformas en materia fiscal, la construcción de una economía sólida y de un cuadro social que mejoró de manera consistente. El triunfo de la oposición, las fuertes “neblinas” que ha traído la pandemia y los relatos intencionados de la “herencia maldita” y de la “década perdida” tienden a opacar logros inocultables. El país registró en forma sostenida desde el segundo semestre de 2003 y durante más de diez años una mejora significativa en los indicadores de empleo, salario e ingresos. Entre 2004 y 2014, la incidencia de la pobreza y la indigencia en la población cayó, respectivamente, de 39,9% a 9,7% y de 4,7% a 0,3%. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística en su informe de 2014, la incidencia de la pobreza tenía el registro más bajo de los últimos 30 años. Por otro lado, si se utiliza la línea de pobreza de la CEPAL, se puede afirmar que Uruguay alcanzó en 2012 el registro más bajo de la región y, además, el más bajo desde la década de 1960: 3,9% en hogares y 6,1% en personas. Al descenso de la pobreza y la indigencia se sumó desde 2007 una tendencia lenta pero persistente en la mejoría del coeficiente de Gini. Si comparamos los valores de 2004 y 2014 (respectivamente, 0,46 y 0,38), se advierte esta tendencia a la reducción de la desigualdad en una magnitud por cierto nada despreciable, habida cuenta de que se trata de un indicador que normalmente no registra variaciones bruscas, ya que mide un fenómeno (la concentración del ingreso monetario) de carácter estructural.

Por cierto que la desigualdad persistió, sobre todo al nivel de la captura de riqueza desde los percentiles más ricos de la población, lo que desmiente el discurso netamente ideológico de algunos grandes empresarios que han denunciado una suerte de “dictadura sindical” y de “revolución” anticapitalista durante la “era progresista”. Eso es una visión insustentable desde una perspectiva mínimamente objetiva. Vázquez era un moderado por definición, ajeno a cualquier visión extremista o temeraria, lo que por cierto no obstaba para que defendiera con destaque ciertos objetivos que juzgaba como centrales. Esa tendencia fuerte a mitigar la desigualdad y a consolidar un crecimiento económico sostenido con distribución del ingreso (el salario real de los trabajadores creció más de 55%, con el consiguiente crecimiento de las jubilaciones) tal vez sea el principal legado histórico del impulso social de los gobiernos del FA, con una gravitación especial de Tabaré Vázquez. Tal vez algunos otros actores prefieran otro tipo de registros, pero el impacto concreto de estos indicadores en la vida cotidiana de los sectores más humildes de la población no cabe duda que ha sido gravitante en las presidencias frenteamplistas. Tal vez si se toma en cuenta eso, se podrá entender mejor esa emoción y ese eco tan profundo que la muerte de Vázquez generó este domingo, esas banderas y cartas de agradecimiento conmovedoras que se acumularon como un “altar laico” en su casa de Buschental. Tal vez esa imagen sea la mejor versión de lo que Tabaré deja como legado. 

Residencia del expresidente Tabaré Vázquez en el Prado, el 8 de diciembre.

Residencia del expresidente Tabaré Vázquez en el Prado, el 8 de diciembre.

Foto: Federico Gutiérrez

¿Qué características le permitieron a Vázquez ser un líder con arraigo popular?

Vázquez en muchos aspectos personalizó un espejo singular en relación con los liderazgos populares, muy contrastante, por ejemplo, con el de Mujica o con los de los líderes blancos y colorados contemporáneos. Muchos observadores y periodistas extranjeros, desde su más o menos reciente «descubrimiento de Uruguay», a menudo me han preguntado cómo pudo hacer Vázquez para intercalarse con un presidente de izquierda tan popular como Mujica. Desconocen que en los últimos 25 años Vázquez fue –con algún altibajo en los años más recientes– el político más popular de Uruguay; que fue el principal artífice de la verdadera «revolución electoral» que llevó al fa de casi 30% de los votos válidos en 1994 al impresionante 52% en 2004; que se retiró de su primera presidencia con un nivel desconocido hasta entonces de aprobación, cercano en algunas mediciones a 80%. Venía de un origen humilde, algo que siempre reivindicó con orgullo. No reproducía la trayectoria usual de un militante de izquierda de los años 60. Sin embargo, tal vez por eso mismo, desde su condición primera de médico y desde los aprendizajes muy importantes de su trabajo social y en el deporte, Tabaré supo construir un vínculo muy directo con la gente, en el “pueblo a pueblo”, en el “mano a mano”, incluso desde ese decir que a menudo parecía el de un pastor. Como gestor, en esa búsqueda que tuvo hasta el final por dejar el recuerdo de un presidente “serio” y “responsable”, su estilo era el de un decisor nato, el de alguien acostumbrado a resolver en momentos difíciles. En ese aspecto, que también tenía una proyección popular, su estilo resultaba prístino: era planificador, le gustaba y ejercía el mando de manera prolija, a veces hasta autoritaria. Disfrutaba mucho más gobernar que «hacer política» cotidiana, cuidaba mucho sus dichos y sus silencios, tenía un perfil mucho más orientado a la administración y a la gestión que a liderar reformas audaces o imprevisibles. El ministro Tabaré Aguerre, que actuó en los dos últimos gobiernos frenteamplistas, en una conversación me comparó la experiencia vivida en los dos gabinetes ministeriales en los que participó de la siguiente manera: «Parecía que hubiéramos pasado de un tambo a un quirófano». Aunque su vínculo popular mostró perfiles de cierto deterioro en su segundo gobierno, el respeto a su persona pareció resurgir con mucha fuerza hacia el final, desde la gallardía con la que enfrentó su enfermedad, la honestidad de su comunicación pública y hasta con esa rara sabiduría con la que encaró la muerte. Con ecos indudables con su visión popular, en ese final el médico creo que terminó por conducir al político.

¿Cómo fue el vínculo de Vázquez con el FA?

A Vázquez no le gustaban esas interminables reuniones y negociaciones que han sido y son tan frecuentes en la interna frenteamplista. No se sintió cómodo en la presidencia del FA, tampoco en la presidencia del Encuentro Progresista, cargos que llegó a ocupar en forma más bien episódica. No le gustaban para nada los “torneos de oratoria” o los debates “ideológicos” largos y con listas de oradores siempre abiertas. Incluso, de muchas reuniones partidarias que lo aburrían, a menudo se retiraba antes de su terminación bajo la invocación de que “tenía consulta”. Desde la orgánica frenteamplista y desde la de su propio Partido Socialista se recelaba bastante de su estilo independiente y reacio a todo disciplinamiento. Sin embargo, a su modo, buscó siempre ser “hombre de partido”, no transgredir del todo la opinión de aquellos colectivos que integraba. En cualquier hipótesis, como probó en varias oportunidades, siempre tenía la renuncia pronta para este tipo de cargos políticos, algo impensable respecto de sus responsabilidades más institucionales, tanto en el club Progreso como en la Intendencia [de Montevideo] y ni que hablar en la presidencia. Luego de comunicar de inmediato su enfermedad, nunca llegó siquiera a pensar en la renuncia. Me han contado lo que ha hecho público la senadora y ex vicepresidenta Lucía Topolansky: su obsesión era llegar al 1º de marzo y entregar la banda presidencial a su sucesor electo por el pueblo, el presidente Luis Lacalle Pou. En eso era muy institucional y formal. De todos modos, la fuerza de su liderazgo como conductor no parecía admitir presiones ni disciplinamientos, como quedó muy de manifiesto en sus actitudes respecto de la despenalización del aborto, a la que vetó precisamente como presidente.

¿Y cómo caracterizarías su vínculo con la oposición política?

Sus vínculos con la oposición política no siempre fueron fáciles ni sencillos. Con Jorge Larrañaga durante su primera presidencia no se llevó nada bien, incluso prefirió tratar en forma directa con el ex presidente Luis Lacalle Herrera, del que se sentía mucho más cercano. Con Luis Lacalle Pou, como se recuerda, luego del episodio de la “vela” fue implacable, en una respuesta que tuvo mucho que ver con su espíritu de barrio, que bajo ese talante sereno escondía a menudo fuertes pasiones. Con Julio María Sanguinetti y con Jorge Batlle sus relaciones tuvieron también muchos altibajos, aunque al final prevaleció en todos los casos un espíritu de reconciliación. Esto fue muy evidente en el último tiempo. Manejó con mucha responsabilidad la última transición. El presidente Lacalle Pou lo ha reconocido en forma expresa, señalando que al final hubo entre ellos un “diálogo sanador”. 

¿Dirías que hoy en el FA existen liderazgos con las características del de Vázquez? ¿Es posible reproducir liderazgos de este tipo en la actual coyuntura histórica?

Así como fue imposible encontrar un “nuevo Seregni”, me parece que el rumbo con respecto a Tabaré Vázquez no va por allí. La historia uruguaya y la de las izquierdas prueban otra cosa: los liderazgos no se heredan ni se transfieren, se conquistan con votos y con frecuencia desde lo nuevo que tiene cada época. Los liderazgos tienen que combinar innovación con tradición, pero el intento de reproducir un tipo de liderazgo tan propio de una época y de la aventura personal intransferible de una persona por lo general no prospera. Ese pueblo frenteamplista que vimos tan conmovido este domingo me parece que no espera eso, incluso que lo rechazaría. La transición de liderazgos, que es una tarea indispensable pero que por cierto no es la única que afronta el FA para perfilar su futuro, creo que no pasa por esa vía.