“¡Ay, Susana! ¡Esto es emocionante!”, le gritó María del Carmen, con la voz entrecortada, a su vecina de enfrente. La miró extasiada, ella desde la puerta de su casa y Susana desde la de la suya, sin poner ninguna un pie en la vereda. Mientras, en la esquina, a menos de cincuenta metros, la imagen de san Cono salía, como nunca, en camioneta, sin multitud, a raíz de una pandemia.
La escena que cada 3 de junio atiborra a miles de personas frente a la capilla fue ayer propia del distanciamiento social. Ni mucha gente (serían 20 o 30 personas esparcidas por las veredas de la esquina), ni fuegos artificiales, ni soltada de palomas; nada. Con el atuendo de negro sobre blanco y menos alhajas que de costumbre, la imagen del santo fue colocada en la caja de una camioneta de la Intendencia de Florida. Y a las 14.00, como estaba previsto, arrancó un recorrido mucho más largo que el habitual, aunque sin alejarse demasiado del centro de la ciudad. La precedía otra camioneta, con altoparlantes, que pasaba el himno de san Cono y algunos avemarías, y transmitía en vivo el evento, en un plano secuencia en reversa, que duró las casi dos horas que duró el trayecto.
La marcha la abría un policía en moto y la cerraba otro, para impedir cualquier intento de formar una caravana. Que la gente no saliera a las calles y no se formara la amenazante caravana fue el pedido de la intendenta, Andrea Brugman, durante la semana, después de haber hecho saber que la comuna estaba planificando que san Cono saliera a las calles en una fecha y unas circunstancias atípicas.
Como era de esperar, hubo gente en las calles. Poca, pero hubo, al punto de que en un par de esquinas dejó de haber distanciamiento social. La camioneta paró sólo unos minutos frente a la catedral (y sede del obispado). Las puertas del santuario estuvieron abiertas, pero desde allí no salió nadie. En el camino hubo aplausos y vivas para san Cono, algunos fieles se arrodillaron y otros se acercaron para tirarle algunos pétalos a la imagen; no mucho más que eso.
“Lo que se pretende con esto es sembrar esperanza en momentos de suma incertidumbre. La sensación predominante es de preocupación e incluso tristeza. Sabemos que en Florida san Cono es un símbolo que trasciende lo religioso. Por eso, decidimos llevar adelante esta iniciativa”, comentó Brugman a la diaria.
La iglesia católica no fue parte de la organización del evento. La intendenta se comunicó con el obispo Martín Pérez para contarle lo que iban a hacer y preguntarle si quería sumar a la virgen de los Treinta y Tres. El obispo agradeció, pero declinó el ofrecimiento.
El santo que no le quisieron dejar a la iglesia
Desde 1888 a la fecha, la de ayer fue la segunda vez que la imagen de san Cono salió a las calles fuera de la tradicional fiesta de junio. La primera fue en 1999, cuando se inauguró la Plaza de los Inmigrantes Italianos, a unas pocas cuadras de la capilla. Escoltado por una banda militar, ese día san Cono fue llevado al río por la calle Rodó para que su presencia bendijera esa plaza pública, en la que sobresale una estatua: la suya. Sí, así como hay una plaza Artigas con la estatua de don José Gervasio y una plaza Asamblea con una alegoría humana a la independencia, en Florida hay una plaza con la estatua de san Cono. Fue inaugurada por el intendente colorado Juan Justo Amaro y está en el barrio que lleva el nombre del santo. La escuela pública de ese barrio también se llama San Cono (su nombre oficial es José Enrique Rodó, pero en Florida nadie le dice así; de hecho, no son tantos los que lo saben: la mayoría cree que se llama San Cono).
El 3 de junio es feriado en Florida. Lo es por ley desde 2001, pero, en los hechos, siempre lo fue: los niños no iban a las escuelas ni los adolescentes a los liceos y la mayoría de los comercios cerraba. Se pasó a ley lo que ya de por sí ocurría.
“San Cono es también un innegable centro de investigación sociológica, donde se mezclan la fe más ardorosa y el hábito que se realiza casi mecánicamente. Incluso, entienden muchos de sus adeptos, se puede creer en san Cono y no ser católico; ni siquiera es preciso creer en Dios: véase, entonces, la complejidad de esta adhesión popular al santo que año a año congrega multitudes en las calles de Florida”. Eso decía un artículo escrito por el profesor y periodista Hugo Riva, publicado en 1970 en uno de los librillos de la colección Nuestra Tierra, dedicado en esa edición al departamento de Florida.
En los hechos, el culto como manifestación popular, la relación de este con la iglesia católica y el Estado, y las particularidades de un fenómeno que trasciende lo religioso son aspectos que han motivado abordajes desde diferentes vertientes de las ciencias sociales. Hay tres obras fundamentales, sin las cuales este artículo no sería este artículo: Santos populares del Uruguay llegados de la Lucania, de Renzo Pi Hugarte (Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay, 2000); La fiesta de san Cono: religiosidad popular y espacios de poder en el Uruguay contemporáneo, de Enrique Coraza de los Santos (maestría Hombres, tierras y dioses: sociedades agrarias e imaginarios colectivos en América Latina, Universidad Internacional de Andalucía, 2006); y La cultura visual de los tanos en el Río de la Plata, de Fabio Ragone (doctorado en Artes y Educación por la Universidad de Barcelona, 2019).
En Uruguay san Cono desembarcó con los inmigrantes italianos –más precisamente, los de Teggiano, Salerno– en la penúltima década del siglo XIX. A principios del XX ya era conocido en todo el país y empezaba a ser evidente la incorporación de ribetes locales. Si hubo un punto de inflexión en la historia del san Cono uruguayo, fue la separación de la iglesia y el Estado, que entró en vigencia en 1919. Como en la Constitución quedaba claro que el Estado “reconoce a la Iglesia Católica el dominio de todos los templos que hayan sido construidos, total o parcialmente con fondos del Erario Nacional”, el obispado intentó que la capilla pasara a formar parte de su patrimonio, pero se lo impidió la comunidad de esta. Fue el inicio de una sucesión de cimbronazos y momentos de “calma aparente” (Coraza dixit), que se extendió durante las décadas del 20, el 30, el 40 y el 50. Vecinos y muchos descendientes de quienes habían traído a san Cono a Uruguay contaron con múltiples apoyos; entre ellos, el del entonces diario batllista El Heraldo –el Barrio del Este, hoy llamado San Cono, era entonces un bastión batllista– y el de la masonería local. En la década del 20, la prensa nacionalista ironizaba acerca del carácter batllista de san Cono.
Llegó a haber celebraciones por separado, en las que quedaban a la vista incluso aspectos de clase. El diario blanco La Palabra resaltaba el carácter “solemne” de las celebraciones “oficiales”, con “distinguida concurrencia”: “Vimos a las familias más conocidas de nuestra sociedad y un crecido número de caballeros” (fragmento citado por Coraza en su tesis).
Uno de los puntos cumbres del conflicto se dio en 1946, cuando hombres y mujeres de la comunidad “sanconeana” (que no era ajena a los conflictos intracomunitarios) le quitaron las llaves de la capilla al sacerdote de la iglesia católica, lo arrinconaron en ella y lo obligaron a escapar, pese a que se habían dispuesto piquetes de vecinos en las diferentes puertas del edificio. El hecho terminó cuando el cura huyó como pudo, en un auto que lo esperaba afuera, con la sotana descosida debido a los forcejeos.
Pero, ante todo –y en esto hay un énfasis especial en el trabajo de Ragone–, la separación entre san Cono y la institución católica fue liberando a los fieles en cuanto a lo que podían pedirle al santo. Ganar en juegos de azar o que un equipo de fútbol saliera campeón no estaba entre las pretensiones de la religión. San Cono empezó, entonces, a exceder lo religioso. Su atuendo fue recibiendo cada vez más billetes y joyas, y las ofrendas se multiplicaron por pedidos muy personales.
La Iglesia llegó a lanzar advertencias cercanas a la amenaza a quienes fueran a la celebración popular y no a la oficial –lo hizo en 1946 el obispo de aquel entonces–. “No consiguió mucho éxito con tal medida. Las gentes evidentemente temían menos quedar fuera de la iglesia que enajenarse los favores del santo”, escribió Pi Hugarte al respecto. La devoción se uruguayizó.
Ragone –oriundo de Teggiano– cree que el culto de san Cono en Uruguay “es el más democrático en comparación con todos los otros santos del santoral”, porque “es justamente el pueblo el que decide cuál es el poder taumatúrgico del santo”. “La iglesia oficial generalmente impone la capacidad de acción de cada santo, pero a san Cono le puedes pedir desde ganarte la lotería hasta trabajo o volver con alguien que quieres. La orden no va desde arriba hacia abajo, sino que sigue el recorrido contrario. A lo largo de los años ha sido el pueblo el que, sin ninguna intervención de la autoridad religiosa, ha decidido cuál es el poder del santo. Se le puede pedir cualquier cosa, porque así lo ha establecido el pueblo”, comentó Ragone a la diaria. Acerca de la salida de ayer de la imagen del santo a las calles de Florida, señaló que, independientemente de que se crea en él o no, “en un momento de angustia puede tener un gran efecto terapéutico”.
En una crónica publicada en Marcha en 1952, Manuel Flores Mora escribió: “San Cono es el santo que comprendió que la gracia de Dios puede estar a veces en los 80 o 100 pesos que acertás en la quiniela y con los cuales te ponés al día con la cuenta del verdulero. San Cono es el santo que sabe que, cuando los hombres no son capaces de subir hasta los santos, los santos tienen que bajar hasta los hombres”. Quizás lo más llamativo de esa crónica, leída hoy, es que se cierra con un pedido del propio Flores Mora a san Cono: “Que le dé una manito a nuestro Hospital Vilardebó”.