Norma Morroni es la madre de Fernando Morroni. Tiene 77 años y algunos problemas médicos la obligan a llevar bastón. Cuenta que eso no la frena y que le gusta cuando los jóvenes se interesan por saber qué pasó. “Gurises, hasta que yo pueda voy a seguir, cuando ya no pueda, cualquiera de ustedes agarra la bandera”, les dice a sus compañeros de militancia.

El 24 de agosto de 1994 se apagaron las luces que rodeaban el hospital Filtro, en Cufré y Bulevar Artigas. Dentro estaban Jesús María Goitia, Mikel Ibáñez y Luis Lizarralde, ciudadanos vascos acusados por el gobierno español de pertenecer a la organización Euskadi Ta Askatasuna (ETA). Estaban en huelga de hambre porque se había solicitado su extradición y los derivaron al centro hospitalario. Afuera del Filtro, miles de personas reclamaban por el derecho al asilo político de los tres vascos. Contra ellas se desató un operativo represivo en el que participaron la Radio Patrulla, la Guardia Metropolitana, la Guardia Republicana y efectivos de seccionales cercanas. Hubo 100 heridos y dos fallecidos: Roberto Facal y Fernando Morroni.

“12 balazos es un fusilamiento”, subraya Norma, que sigue pidiendo justicia. 12 balazos recibió Fernando. En su cartera lleva la autopsia de su hijo, como cada agosto de los últimos 27 años, porque siempre le preguntan por el hecho. “Sabemos el nombre de quien lo mató, dónde está, dónde vive. Está en Durazno, trabajando en la intendencia, se llama Waldemar Rosas Ruiz”, reclama Norma. Ella quiere enfrentarlo. “Quiero enfrentarlo, pero mirándolo nomás. Quiero que me diga por qué ese ensañamiento. No quiero que me diga por qué le tocó a Fernando, porque también le tocó a Roberto, y le podría haber tocado a alguno más”, explicó.

Norma Morroni (c) en la marcha del Filtro, este martes, desde el obelisco al hospital Filtro.

Norma Morroni (c) en la marcha del Filtro, este martes, desde el obelisco al hospital Filtro.

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Norma no está sola. Un par de días atrás se encontró con dos amigas de Fernando que estaban con él cuando lo asesinaron. “Nos abrazamos y lloramos. No las veía desde el día del Filtro, cuando empezaron los balazos todos se desparramaron. Primero miraron para atrás y vieron que venía Fernando. De repente no lo vieron más. Anduvieron buscando hasta que lo encontraron. Después me fueron a buscar”, relató. Recuerda a su hijo como un soñador. “Terminar y verlo así... no se lo deseo ni a mi peor enemigo”, agrega.

Norma no estuvo sola este martes. Como todos los 24 de agosto, se convocó nuevamente a una marcha para reclamar justicia por la “masacre del Filtro”. “Fue esta democracia la que mató a Roberto y a Fernando. Fueron las armas de la Policía las que dispararon contra miles que expresaron solidaridad exigiendo asilo”, se lee en la proclama. Agrega: “Sentimos que hoy Fernando y Roberto están acá, impulsando la solidaridad con todos los conflictos y la unificación de todas las luchas obreras, están en cada olla popular, en cada merendero, en cada ocupación de tierras, defendiendo el agua y los bienes comunes”.

Se exigió “castigo” para los represores porque “culpables son los que dieron las órdenes, los que apretaron el gatillo y los que hoy encubren” y se suma: “culpables son Lacalle [en referencia a Luis Alberto Lacalle Herrera, presidente cuando sucedieron los hechos], Gianola [por Ángel María Gianola, entonces ministro del Interior] y el Estado español”. “Van 27 marchas bajo viento y lluvia; la memoria de quienes estuvieron, la de quienes están hoy para seguir luchando, porque se transmite de generación en generación, para sostener que ser vasco no es delito, que no es delito luchar por la autodeterminación de los pueblos”, remarca la proclama.

Marcha del Filtro, este martes, desde el obelisco al hospital Filtro.

Marcha del Filtro, este martes, desde el obelisco al hospital Filtro.

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El sentimiento de que cualquiera de los que estuvieron afuera del hospital Filtro ese 24 de agosto podría haber sido Fernando y Roberto es una constante respuesta de los entrevistados. Como Pablo, que tenía 23 años. “Fue una masacre organizada, recuerdo a compañeros y compañeras resistiendo a la Policía. Pero algo que aprendimos es que no importa que sea democracia, la represión siempre está latente, está ahí. También hay otra parte, más difícil de recordar, pero recuerdo gente ayudando sólo por ser solidaria”, contó.

Paula, otra manifestante, recuerda el ruido de los tiros y cómo al principio de la represión “la gente gritaba que eran cuetes”. “Después nos dimos cuenta que no eran cuetes. Arremetieron con todo, de una forma que no se veía lo que iba a suceder, o por lo menos yo no lo podía visualizar. Después se formó un espacio de solidaridad, donde todos sacábamos a todos los que podíamos, los vecinos nos abrían las puertas de sus casas”, narró. Compara con la sensación de estar en una “zona de guerra” por querer correr y no tener a dónde o de proteger a otros cuando no se conocían. También reconoció: “Una de las sensaciones que aún no me puedo sacar de la memoria es sentir a los milicos que gritaban 'hip hip hurra' después de la represión más dura”.

Paula recuerda que después también comenzaron a ubicar al resto de sus compañeros. “Intentábamos saber dónde estaban, cómo estaban, ahí nos fuimos enterando de los heridos y asesinados”, explica. Conocía de vista a Fernando, habían jugado al truco en plazas. “El peor día de mi vida fue el del velatorio y el entierro de Fernando. Fue una sensación de mucho dolor, tristeza, silencio. Era una sensación de rabia e impotencia. Fue muy difícil de sobrellevar, cada 24 de agosto se revive”, recordó. Por él y por Roberto viene a la marcha.