El tanque de oxígeno reposa, sin poder ser enchufado, delante de la pared en la que el agua llegó a la mitad la noche anterior. Cuando vio que se le venía el agua encima, Elsa pensó en los enchufes que están cerca del piso. Pero se levantó de la cama y salió corriendo en busca de su hija: “¡Natalia!”, “¡Natalia!”. Natalia se levantó y se le cayó el ropero arriba. Mientras, Elsa se quedó encerrada en el cuarto del fondo, al que había ido porque sintió un ruido; cuando se quiso acordar, la puerta se cerró por la presión del agua.
Y el agua empezó a subir. Empezó a “llenarse, llenarse”, dice. Buscó un espacio donde pararse sin que le llegara el agua, pero el agua llegó igual. Y Elsa no podía respirar. “Yo tengo EPOC [enfermedad pulmonar obstructiva crónica], me falta un cuarto de pulmón y tengo 40% de capacidad para respirar. Entonces, para resistir el agua y estar abajo no puedo, no te aguanto nada”, cuenta entre balbuceos temblorosos, entre la constante repetición de que “este es el principio del fin”.
Este martes, el director del Sistema Nacional de Emergencias, Sergio Rico, dijo que según información del Centro Coordinador de Emergencia Departamental de Montevideo, resta que unas 20 personas, de las 400 que fueron evacuadas por la tormenta del lunes que causó inundaciones a gran escala, regresen a sus casas. Otras permanecieron, y algunas de ellas contaron a la diaria sus vivencias del momento de la inundación y del día después.
“¿Resistiremos? Yo creo que esto no”
A Elsa la salvó un amigo de Natalia, a quien llamó para que las ayudara luego de sacarse de encima el ropero. Intentó hacer palanca con un palo, pero no pudo. Intentó martillar la puerta e incrustar el palo, y pudo. Mientras, uno de los vidrios de la casa explotó e hirió a Elsa y al amigo de Natalia. El camino hacia las puertas que llevan al fondo es un pasillo largo. En el camino, Elsa se cayó: “Me di un golpe y aterricé con los pulmones, porque no vi un caño. También me pegué en el coxis. De noche no podía enderezar la espalda. Me llevaron a la casa de una amiga acá cerquita, y hasta el día de hoy si me siento después me cuesta pararme”, cuenta.
El día después de una inundación sin precedentes es un día de empezar de cero: no les quedó nada. Ni el horno, ni el microondas, ni la cocina, ni la secadora, ni los celulares, ni la ropa, ni las camas, ni los sillones, ni los vidrios. Elsa dice que está cansada, que ya no tiene fuerzas, que no sabe cómo continuar, que espera que le den un motivo para pensar que vale la pena seguir. “Eso es lo que más necesitamos ahora”, asegura.
Cuenta que de a poco van recibiendo donaciones, pero que tampoco tiene dónde guardarlas. El día después lo dormirán en una habitación que consiguieron amigos de Natalia. Elsa dice que no sabe cómo agradecerles, que es algo “totalmente desinteresado”, que es “por amistad”, y que los vecinos de arriba también les están dando comida y algo para tomar. Porque Elsa y Natalia viven abajo: una planta baja a una cuadra de la rambla de Malvín, con una entrada en declive. Atrás: un terreno baldío y una pared que en parte se derrumbó y la otra parte está a punto.
Pero Elsa, jubilada por incapacidad total, no pide plata. Dice que necesitan productos de limpieza y vitaminas para la hija, que estaba tomando y ahora se quedó sin nada. Porque también se quedó sin las máquinas de bordar que eran su fuente de trabajo. En el día después, limpiaron todo lo que pudieron con todas las manos que llegaron y los elementos de limpieza que donaron. “No sabés las cucarachas y las arañas que nos caminan por las piernas”, narra Elsa, y vocifera que “no puede ser que la Intendencia no te dé una mano”.
Además de los productos y las vitaminas, Elsa quiere que le levanten el muro del fondo, porque si se termina de caer se cae el parrillero, y si se cae el parrillero se destruye la única parte que quedó más o menos a salvo: la cocina. “Vinieron los bomberos ¿y sabe lo que me dijeron? Que llame a un constructor. ¡Cómo me va a decir eso cuando ni siquiera sé dónde tengo los zapatos!”, manifiesta. Elsa renguea pero no deja que la ayuden caminar. Dice que puede sola, que tiene que poder, aunque después resopla, y cuenta que llegó un momento en que con Natalia pensaron: “¿Resistiremos? Yo creo que esto no”.
“Tuvimos que nadar hasta la puerta”
Un calefón, una heladera, una cocina y la ropa puesta; estos son los únicos bienes materiales que les quedaron a Alcides, de 31 años, y Brian, de 25. A comienzos del año pasado se mudaron juntos a un apartamento sobre la calle Concepción del Uruguay. El martes ‒un día después de las lluvias que tuvieron como consecuencia las inundaciones en Malvín‒ fuera de su hogar sólo se pueden ver los restos de sus colchones y muebles mojados. Alcides estudia odontología y Brian para ser contador.
Entre las cinco y seis de la mañana del lunes, Alcides se despertó con golpes de martillos en la pared. Era su vecina, que buscaba alertarlo de la situación; recuerda que el agua le llegaba a la altura de las rodillas cuando se paró de la cama. Minutos más tarde, abrió su ropero y se vistió con un short; para este momento el agua ya alcanzaba su cintura. Su primer impulso fue bajar la llave térmica, aunque ya no tenían luz. “Cuando nos estábamos acercando hasta la puerta, ya teníamos el agua al pecho. Básicamente tuvimos que nadar hasta la puerta, ¡era tan fuerte!”, exclama.
Su apartamento está bajo el nivel de la vereda y eso facilitó que el agua entrara hasta alcanzar aproximadamente un metro y medio de altura. Por la presión ejercida, los vidrios de sus ventanas están rotos, también uno de los muros linderos con sus vecinos se derrumbó. “Fueron como flashes, yo no recuerdo mucha cosa”, admite el vecino. Cuando comenzó a entender lo que estaba pasando, Brian fue al cuarto de Alcides. Cuentan que casi no pudieron salir de allí. “Cuando intentamos abrir la puerta, entra la avalancha de agua y le aprieta la mano. Yo le daba golpes a la puerta y no la podía sacar. La mano le quedó entre la puerta, el agua venía y la puerta cerrándose, no se fracturó de casualidad. La puerta no es que yo la haya podido abrir, sino que se arrancó, se fue sola, se levantó, siguió flotando. Cuando nos liberamos, el sillón de tres cuerpos estaba flotando, y Mona, mi perra, con la cabecita intentando subirse. A ella no le gusta el agua, pudo nadar por instinto”, relata.
Ambos están incomunicados porque sus celulares y computadoras quedaron sumergidos en el agua. Dicen que no tienen “la menor idea de lo que sucedió” en otras partes de la ciudad. “Si bien fue de gran magnitud en esta zona, no me quiero ni imaginar Malvín Norte, sé que también estuvo bravo, o Aparicio Saravia, Marconi, en el Cerro”, expresa Alcides.
“Todo el mundo se inundó, era obvio que nosotros también”
En un terreno sobre la calle Hipólito Yrigoyen ‒ubicada en el barrio Malvín Norte‒ vive Fátima, con su pareja e hijo, junto a otras cuatros familias. Hace siete años que están en el predio y hace siete años que están acostumbrados a las inundaciones. “Nosotros estamos alertas siempre. Caen tres gotas y mi hermana y mi madre [que también tienen sus casas en el lugar] no pueden dormir prácticamente. Todo el mundo se inundó, era obvio que nosotros también”, narra mientras continúa arreglando el patio común rodeado por las casitas.
Señala que aún no sabe cual es el estado de sus pertenencias; simplemente abrió su lavarropas y tenía “todo tierra adentro”. “Todos los electrodomésticos, como tanta cosa… Vamos a tener que empezar de nuevo. Y es un ciclo, nunca podés avanzar porque siempre estás comprando las cosas. Irte a alquilar sin nada no podés, ya lo he hecho y no me daba”, manifiesta Fátima. Su hermana, que está embarazada, perdió todas las cosas que había comprado para su bebé. “Por más que los laves, no podés ponerle eso, queda con olor”, plantea. Prefieren no recibir donaciones y arreglarse como puedan porque “capaz que hay otras personas que necesitan más”. Dice que sólo decidió recibir ropa en las últimas horas porque la suya estaba toda mojada.
“Muchas pérdidas son porque la gente se confió, todo lo que eran computadoras lo dejan abajo. Nosotros ya sabemos, a mi lavarropas lo tengo arriba de bloque, y entonces capaz que algún electrodoméstico pueda recuperar. La ropa también, siempre en alto”, agrega. Sin embargo, esta vez el agua logró alcanzar su cintura y complicó que sus métodos para cuidar sus bienes fueran efectivos. Estaban acostumbrados a que el agua entrara y se quedara como “una piscinita”, pero “no tanto como esta vez”.
La casa de Fátima está lindera a una cañada; es la primera en inundarse y en alertar a los demás vecinos para salir “todos corriendo”. “El agua empieza a barrer y expone todo lo que hay. A mi sobrino casi se lo lleva una vez, se puso nervioso, empezó a correr. Mi hermano lo logró agarrar. Esto se lleva fácil a un niño. Esa es la fuerza del agua. A mi vecino, que se murió, lo sacaban con cuerdas, era viejito. Él siempre decía: ‘Yo me quedo acá por mis gatos, por mis perros’. Al final siempre lo terminaban sacando con cuerdas”, recuerda.
Cuando llueve, las familias bajan las llaves generales. La vecina finaliza explicando: “Nosotros hablamos con UTE y no nos ponen electricidad porque esto lo van a tirar todo en un par de años. Es una pérdida ponernos luz a nosotros. Ellos dicen: ‘En un par de años les vamos a dar viviendas y no les podemos arreglar la electricidad porque es una pérdida para nosotros’. Acá todo es irregular, te hace un radio de electricidad, tocás y te morís ahogado, por más que sea un charquito de agua. Así estamos nosotros”.
Las medidas inmediatas
Federico Graña, director de la Asesoría de Desarrollo Municipal y Participación de la Intendencia de Montevideo (IM), fue uno de los presentes en la localidad de Malvín Norte junto a la directora de Cultura, María Inés Obaldía. Descendieron de un camión colchones y canastas con artículos de limpieza para los vecinos de la zona que se vieron afectados. En diálogo con la diaria, Graña señaló que en el correr de estos días aterrizará en 19 barrios que son “los más graves”, más que nada, los de la periferia de Montevideo, para repartir estos mismos elementos.
A partir de la semana entrante, llevarán a cabo una segunda etapa: ayudarán a organizar la ayuda que quieren brindar distintos sindicatos, como el Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos, el Sindicato Único del Transporte de Carga y Ramas Afines, la Asociación de Empleados y Obreros Municipales, el Sindicato Único de Telecomunicaciones, entre otros. En este marco, desde la IM se pretende que las donaciones “puedan llegar a quienes más las necesitan”. Por otro lado, Graña aseguró que las casi 500 denuncias que recibió la IM en estos días, quedaron solucionadas este martes: “Contenedores que se desplazaron, roturas, arbolados”, entre otras situaciones.
El jerarca apuntó, a su vez, a la importancia que tiene en este marco el préstamo solicitado por la IM al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y negado por la oposición: “En una situación como esta del cambio climático, que tiene una discusión de 20 o 30 años, el proyecto que nosotros presentamos en el BID, vinculado a la zona del Prado y todo lo que tiene que ver con la cuenca del Mataperros ‒que hace 60 años se viene inundando y lo más probable es que, con estos eventos, sea también uno de los lugares‒ es también lo que estamos pensando” como una de las soluciones.
“Lo que planteamos no es una cuestión de saneamiento, sino de fortalecer los procesos de drenaje. En ese arroyo tenemos que generar que cuando llueva drene muchísimo más y por lo pronto entubarlo de otra manera, que permita que el caudal sea mucho más grande”, explicó. A modo de conclusión, introdujo otro factor: “Aprovechamos la oportunidad de que está la obra del tren [de UPM]. ¿Cuánto habría que esperar, después de que se haga esa obra, para volver a romper todo para esta? Es un poco irresponsable la medida que se está tomando”.