El pai Winston de Oya se acercó a la religión umbanda a los 11 años. Su papá no la practicaba, pero su mamá y abuela sí. Cuenta que en su templo continúan con la tradición umbanda pero también suman “la nación africana, la nación batuque”. Ayer, 2 de febrero, se acercó junto con sus hijos a la playa Ramírez, pero a realizar una limpieza espiritual y recolectar alimentos no perecederos para comedores y ollas populares. Sus rituales tuvieron lugar la noche anterior, en otra playa. “Estamos aquí, en el punto donde todo comenzó, donde aquellos que se animaron, se atrevieron, nos dejaron este legado. Se animaron a sacar la religión que siempre fue oculta, porque fuimos perseguidos, la religión y nuestra historia fueron perseguidas”, recuerda. Dice que en la actualidad la religión se logró extender a otros lugares, está más aceptada y pueden “estar libremente”.

El líder relata que Iemanjá vino desde África debajo de los barcos negreros, o mejor dicho: “Sus cabellos vinieron enredados con sus hijos que venían sufriendo el desarraigo de la tierra, que los traían de esclavos. Esos hijos eran personas como nosotros, que por ser africanos, por ser negros, fueron traídos aquí como animales. Sus santos, entre ellos Iemanjá, los acompañaron por esos mares”. Narra que ella es dueña de las aguas, de los mares, de los cambios, del pensamiento y de la mente; y que en esos barcos no sólo llegó la cultura religiosa sino una historia. “Uruguay tiene una gran cantidad de población negra y llegaron aquí muchos descendientes africanos que nos dejaron este legado”, enfatiza.

Iemanjá integra el panteón de orixás de la religión africana yoruba. Explica que orixás representa sus ancestros, la naturaleza: “Es el mar, el aire, la tierra, los bosques, las hojas, el viento, la lluvia, la brisa. Nosotros adoramos nada más ni nada menos que la magia de la naturaleza y la vida”.

Cae el sol, las vestimentas blancas y celestes comienzan a tocar el Río de la Plata. Las ofrendas se hacen presentes: flores, barquitos y fruta son sólo algunos ejemplos. También la luz de las velas, colocadas en la arena, comienza a ser más notoria. Mariana de Oia es afroumbandista y plantea que Iemanjá es la madre de todos los orixás. “Nosotros le pedimos a ella que como madre nos regocije, nos abrace a todos. Como es la madre de los peces, de la abundancia, le pedimos que en nuestros hogares no falte la comida y que nos brinde salud. Con las aguas limpia todo lo negativo de nuestras vidas. Venimos para que ella nos proteja todo el resto del año”.

Playa Ramírez, este miércoles.

Playa Ramírez, este miércoles.

Foto: José María Ciganda

Conocer para entender

Mariana de Oia se inició en la religión desde chica. Su mamá también la practicaba, pero no le inculcó que siguiera el mismo camino; dice que a ella la fue atrapando el tambor y las danzas. “Además, un poco de esto lo llevamos en la ancestralidad. A veces hay gente que hoy por hoy es de la religión y dice ‘pero yo no tengo a nadie en mi familia’. Uno se pone a buscar más atrás y nos damos cuenta de que lo traemos por nuestros ancestros”, plantea.

Le duele que no se conozca el afroumbandismo “como es realmente”, y que porcentajes de la población los etiquete como “una religión del diablo, satánica y que somos malos”. Ella remarca que no son satánicos, ni del diablo; incluso en su creencia no hay una figura que represente el mal, como sí sucede en otras religiones hegemónicas. “Sí hay gente religiosa que trabaja para el mal, pero eso va en la raíz y en la esencia de cada uno. En la vida también hay gente buena y mala. Me parece que está feo eso de que nos metan a todos en la misma bolsa, no son todos”, reclama.

La mãe Joana de Oia también es umbandista; desde su visión, el principal ideal es el respeto. “En la religión y en la vida no llegás a ningún lado sin él. La sinceridad, también; a mis hijos siempre les pido que me digan la verdad. Yo me equivoco, soy humana, trato de sentarme y conversar con ellos; también de arreglar mis errores; yo soy su ejemplo”, describe. A su vez, resalta que la religión “ayuda mucho a la gente” y que la pandemia motivó que se acercaran más personas. Ella comenzó su camino en el umbandismo a los 15 años. A esa edad fue a su primer templo, pero pensó que no era para ella. Sin embargo, siguió buscando hasta que encontró su lugar.

Mientras termina de preparar los últimos detalles del barco que está construyendo junto a sus hijas, dice: “Nosotros tratamos, con lo poquito que tenemos, de brindarle lo que ella se merece. Se merece esto y mucho más”.