“¿Ustedes tienen algo para grabar una pequeña pieza? Quiero tocarles algo que a mí me gusta mucho y me hace sentir cerca de mi hijo y de todos los desaparecidos”, dice Alba González luego de terminar su entrevista con la diaria. La madre de Rafael Lezama, secuestrado el 1º de octubre de 1976 en Argentina, se levanta del sillón asegurando que es algo breve, que la emociona mucho y que, por eso, lo quiere “regalar”. Con entusiasmo, guía a sus invitados hasta su cuarto, en el que hay una cama de una plaza, un escritorio debajo de una ventana con vista al Río de La Plata, y el piano donde tocará la canción de Frédéric Chopin que descubrió en París durante su exilio.

“Mi hijo está acá, lo trajeron para acá y lo que le hicieron se lo hicieron acá”, dijo al hablar sobre la razón por la que vive en Uruguay. González se fue al ser requerida en 1972 y, tras pasar por varios países, se estableció en Francia hasta el retorno de la democracia. Su hija Rocío se fue junto a ella y aún vive allá, algo que González también haría si no tuviera una causa por la que seguir luchando en nuestro país. Sobre las particularidades de su exilio prefiere no hablar, pero aseguró que se sentía “horrible” y “pensaba que se podía luchar, pero no se podía”. A Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos y Desaparecidos, el colectivo al que se integró al volver en 1985, lo descubrió a través de los diarios de Europa, donde ya compartía con Tota Quinteros, la madre de Elena Quinteros, que vivía en París. Cuando retornó a Uruguay se sumó de inmediato y, aunque “no era de las fundadoras”, “ni me preguntaron ni me dijeron nada”, contó.

Alba González

Alba González

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Actualmente, el grupo “está unido”, como de costumbre. González destacó que “hay mucha gente que hace y vale mucho”, que “ha trabajado realmente muy bien”, pero los resultados del esfuerzo existen porque “el pueblo ha respondido”. Hoy reconoce que hay muchas organizaciones que acompañan su búsqueda y “luchan por la justicia y la verdad”, especialmente los jóvenes, que “hacen lo indecible” y “lo demuestran”. La cantidad de personas comprometidas “se ha visto en las Marchas del Silencio, y esperamos que se vea ahora también, con más razón”, por “todo lo que estamos viviendo”, manifestó.

Lucha

“Mi hijo me abrió los ojos”, expresó González en diferentes momentos de la conversación. Lezama, militante de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y el Frente Estudiantil Revolucionario, antes de unirse al Partido por la Victoria del Pueblo al emigrar, le presentó a su madre muchas de las ideas con las que más tarde se comprometió. “Fue como una escalera: primero un escalón, después otro y otro”, relató al recordar aquel tiempo. “Él iba al Dámaso y me explicaba los líos que había, como ahora en el IAVA”, contó, y agregó: “Cuando vi a los del IAVA yo me ubicaba en aquella época. Porque es eso mismo”.

De acuerdo a la entrevistada, muchas de las ideas que se enunciaron a partir del golpe de Estado aún siguen presentes. En ese sentido, se refirió al proyecto de ley impulsado por Cabildo Abierto, que propone que procesados y condenados mayores de 65 años que se encuentren privados de libertad en cárceles puedan obtener prisión domiciliaria. Si se aprobara, más de 20 represores que cumplen pena por crímenes cometidos en la dictadura podrían irse a sus casas. “Es algo que no me entra en mi pobre cabeza, siguen defendiendo lo indefendible”, opinó al respecto.

Consultada sobre la esperanza, una palabra que de un modo u otro suele presentarse al hablar con madres de desaparecidos, González dijo: “No existe para mí, no la veo”. De todos modos, sí la observa al pensar en que las nuevas generaciones lleguen “a donde hay que ir”, pero lograrlo supone aceptar que “hay que luchar”. Para la mujer de 89 años, católica y amante de los dichos populares, en la vida hay que mantenerse “orando y con el mazo dando”, porque “no podés vivir orando”, sin actuar. Ese ha sido su “lema” durante todos estos años, en los que a pesar de lo “duro” de no tener a quién aferrarse, ha entendido que “la lucha es obligatoria”.

Rafael

Rafael Lezama tenía 23 años cuando desapareció. Le avisó a su compañera que se encontraría con ella a las 20.00, pero salió a las 16.00 de su casa en Buenos Aires y nunca llegó. Antes había sido detenido en Montevideo un par de veces: en julio de 1971 y en enero de 1972. Meses después se fue a Chile, donde vio a su madre y su hermana por última vez. Luego del golpe de Estado en contra del gobierno de Salvador Allende en 1973, partió a Argentina.

El hijo de González fue uno de los uruguayos que estuvieron secuestrados en el Centro Clandestino de Detención Automotores Orletti, ubicado en el barrio de Floresta. En el lugar, que funcionó en 1976 a partir de la coordinación de militares argentinos y uruguayos a cargo de José Nino Gavazzo, fueron detenidas más de 300 personas, de acuerdo a información disponible en la web sitiosdememoria.uy.