El 3 de diciembre de 1978, camiones de basura de la Intendencia de Montevideo se encargaron de desalojar a más de 100 personas que habitaban el conventillo Medio Mundo, ubicado en la calle Cuareim 1080. No tuvieron tiempo para reunir sus pertenencias ni trasladarse en condiciones humanas mínimas. Las órdenes militares argumentaban un posible derrumbe edilicio para desterrar a la comunidad afro. Primero las llevaron al edificio donde funcionara la fábrica textil Martínez Reina en Capurro, luego a bloques de viviendas en condiciones precarias en Cerro Norte.
40 años después, las mujeres de esa comunidad se unieron para reclamar justicia. Volver a mi Barrio es un colectivo que vela por la reparación de las familias desalojadas del conventillo Medio Mundo, al tiempo que propone una reivindicación del valor de la comunidad afro y la cultura del candombe en la historia de Uruguay.
Además del Medio Mundo y del barrio Reus al Sur –Ansina–, durante la dictadura hubo otros desalojos organizados que afectaron la vida de cientos de personas. “Fue una política de Estado del gobierno dictatorial bravísima, que no preguntaba, arrasaba”, contó Olga Celestino, representante del colectivo, que tenía 16 años en aquel momento.
Olga es una referente para el colectivo. Nos encontramos con ella, Mariana y Francisco Celestino, Elba Hornos, Rosario Fernández, Ana y Loreley Velázquez y María Alberta Susi Antúnez para mantener viva la memoria de lo sucedido, la mañana de un sábado en la plaza 10 de Cerro Norte. Olga relata la historia y las demás aportan sus recuerdos. Olguita, como le dicen, tiene claridad en sus palabras y es representativa en su discurso: “El objetivo es volver al barrio o ser enmendadas de alguna forma. Algunas personas necesitan ser pensionadas, otras no quieren volver, pero quieren que les arreglen la casa en la que viven ahora”.
A lo largo del encuentro, en el que Habitar estuvo presente, hay un concepto que sobrevuela y todas coinciden: “No nos van a poder reparar por lo hecho, porque el Medio Mundo, como era cuando vivíamos ahí, ya no existe más”.
Vida en el conventillo
En el Medio Mundo “éramos, más que vecinos, una familia. Nunca nadie negaba ayuda a nadie, éramos todos uno. La alegría, la fiesta, el respeto. Todos los chiquilines eran pobres, pero bien criados en respeto y con humildad”, recordó Rosario Fernández, que supo vivir en el conventillo hasta el desalojo. A Susi Antúnez le cuesta poner en palabras tanto sentimiento: “Éramos una familia que vivía cada cual en su pieza, pero era la casa de todos. Perdón que no puedo hablar; a las más viejas nos afecta mucho lo que sucedió”, lamentó.
Las caras se iluminan cuando recuerdan el Medio Mundo. La vida era más que comunitaria en aquella edificación con dos plantas rectangulares que rodeaban un gran patio central, con piletas para el lavado de ropa y tendederos. “Viví desde mi niñez hasta que tuve hijos ahí; recuerdo a mi madre trabajando. Las comparsas, los tambores... son inolvidables”, contó Fernández con añoranza.
“Es una vida imposible de volver a vivir, ya pasó a la historia”, concluyó la vecina. Su familia integró en ese tiempo la comparsa Morenada, que ahora se llama C1080 en honor al número de puerta del Medio Mundo. Francisco Celestino, integrante del colectivo y desalojado del Medio Mundo, coincidió con Rosario: “En el conventillo había criterios de confianza únicos, la ropa tendida se dejaba siempre en el patio, los cumpleaños eran comunitarios, venía gente de todos lados, y cuando hacíamos mandados traíamos para todos”.
Contrario a lo que popularmente se piensa, en el conventillo “no era todo el día candombe”, apuntó Olga Celestino, y añadió: “Hacíamos vida cotidiana familiar y los espectáculos eran una changa que hacían algunos vecinos para ganar un pesito más con los turistas”.
De esa vida comunitaria fueron desterrados a un purgatorio temporal en Martínez Reina, el edificio abandonado de una fábrica textil que cumplió la función de hogar temporal en varias ocasiones en la historia. “Me asustó mucho. Martínez Reina era una cárcel durante la dictadura. Teníamos hora para dormir, para salir, para llegar, para que los niños pudieran jugar en semejante patio, vigilados. Me cuesta mucho hablar porque me afectó mucho”, dijo Fernández.
En ese primer realojo no sólo se vio afectado el estilo de vida comunitario de los habitantes del Medio Mundo. “Perdimos el jornal y las señoras que estaban acostumbradas a hacer changas perdieron su trabajo por no vivir cerca del barrio”, argumentó Olga Celestino. En Cuareim, muchas mujeres utilizaban las piletas del conventillo para lavar y planchar ropa mientras otras cuidaban a los niños en hogares cercanos al barrio.
“Muchos residentes del conventillo se fueron antes, buscaron su vida en el barrio. El cedulón con el aviso del desalojo llegó el 26 de noviembre. Ese día muchos se despidieron del barrio. Tocaron por última vez las comparsas y la comunidad sufrió una gran pérdida”, relató Juanita Silva, integrante del colectivo y nieta de la capataza del conventillo, Gregoria Cortez.
En Martínez Reina residieron un año y medio hasta que las familias fueron realojadas en bloques de viviendas en el Cerro, al norte de Carlos María Ramírez, en una zona no tan urbanizada como ahora.
El lejano oeste
Infierno, pesadilla, vigilancia y obediencia son las palabras que las vecinas usan para describir el período entre desalojos y realojos que culmina en Cerro Norte.
Ana Velázquez, integrante del colectivo junto con su familia, asegura que pasaron “de estar prácticamente encerrados en Martínez Reina a seguir sometidos con los milicos en el Cerro”, que además de tener garitas de vigilancia, cuando las veían en la calle les preguntaban por su lugar de residencia y se las llevaban a la Seccional 24, en el Cerro, sin motivo.
No sólo el estigma de vivir allí las afectaba, sino que además los habitantes de la zona las rechazaban. “Terminamos en un lugar donde no existían muy buenas costumbres ni seguridad”, describió Olga, al tiempo que Rosario enfatizó: “Las mujeres que pudimos conseguir trabajo en otros barrios teníamos que ir juntas de madrugada a la parada porque la gente de Cerro Norte nos apedreaba y nos decía ‘váyanse de acá, negros de...’”.
Ana recuerda que tuvo que comenzar a los 14 años a trabajar porque su madre sufrió depresión luego de que su esposo la dejara en este último realojo. Dice que su madre habría salido adelante si hubieran estado en el Medio Mundo, que lo repetía incansablemente. En su trabajo no contaba nada, puesto que “no podíamos decir que vivíamos en Cerro Norte, nadie te daba trabajo o, si se enteraban, te echaban”, manifestó.
De más está decir que el racismo estaba muy presente. “A los varones nos tiraban”, contó Francisco. Y Olga agregó: “Nos tuvimos que acostumbrar al oeste, quedó marcado a fuego en nosotros. No estábamos acostumbrados a esta violencia, con grupos de muchachos a caballo y corriendo, a los tiros o con los látigos. Recuerdo que pasaban corriendo y nos daban con el látigo”. “Es cierto, tomaban en la esquina y nos gritaban: ‘Ahora entramos a las casas y los tiramos para afuera a todos y se van todos de acá’. Recuerdo que una vecina se escondía con una cuchilla detrás de la puerta y les decía que se animaran a entrar a su casa”, narró Ana.
Los diarios de aquel entonces definían a Cerro Norte como zona roja y en las revistas tampoco era un barrio muy querido, según recuerda el colectivo. “Tenía mala fama y acá nos tiraron, fue otra forma de denigrarnos”, apuntó Olga. Rosario dice que los llevaron “provisoriamente a Cerro Norte”. “Nos dijeron que dentro de uno o dos años nos iban a sacar”, agregó. Inicialmente sin luz ni agua, estaban lejos del transporte y de los servicios cuando antes estaban insertos en la vida citadina. “A los más vulnerables les negaron todos los derechos”, concluyó Noelia Maciel, activista e integrante del colectivo.
Sororidad ante la adversidad
Durante el desalojo “veía que las veteranas ya tenían todo organizado”, contó Olga en referencia al colectivo de mujeres con las que sigue resistiendo hasta ahora, que en aquel momento “eran mujeres muy jóvenes, madres con sus hijos y otras solas enfrentando diferentes situaciones”. El desalojo fue un momento de muchos desprendimientos de la comunidad, “varios esposos dejaron a sus familias porque no querían venir a ver qué pasaba con el realojo. Otras quedaron solas, se tuvieron que desprender de sus hijos porque no quisieron venir ni a Martínez Reina ni a Cerro Norte. Otros no se adaptaron”, relató Olga. Por el contrario, frente al escenario de abandono y adversidad, “las mujeres siguieron manteniéndose juntas, se construyeron lazos de amistad, hubo más confraternidad, más formas de cuidado y autodefensa”, destacó Celestino.
Juanita coincidió en que las mujeres involucradas con el conventillo cumplen desde siempre un “rol importantísimo: somos las que encabezamos el colectivo Volver a mi Barrio, somos jefas de hogar. La lucha entera se está haciendo en base a las mujeres”. “Pienso que somos todas mujeres políticas en esta lucha social que damos para denunciar lo que pasó, sacarlo del secreto y del olvido en el que está desde hace 46 años”, complementó Olga.
Potenciales reparaciones
Desde la consolidación como colectivo entre 2018 y 2019, Volver a mi Barrio, junto con la Institución Nacional de Derechos Humanos (INDDHH), logró elaborar en 2021 un informe temático en el que recabaron testimonios. En el documento se hicieron recomendaciones de reparación integral que abarcan hasta la tercera generación, es decir, a víctimas directas de los desalojos, sus hijos y sus nietos.
Hasta el momento se ha reparado de manera simbólica: se reconoció en la línea de tiempo de la INDDHH como hecho del terrorismo de Estado, se colgaron placas en los lugares, que fueron reconocidos como Sitios de Memoria. También se hizo una exposición en el Museo de la Memoria. Tras esos hitos, “fuimos al Parlamento, pero el único organismo público que tomó el tema fue la IM”, valoró Maciel.
Gracias a esa gestión, y en conjunto con Leticia Rodríguez, vinculada al colectivo previamente en la realización del audiovisual Volver a mi barrio en 2022 y actual directora de la Secretaría de Equidad Étnico Racial y Poblaciones Migrantes (SEERPM) de la IM, consolidaron sus esfuerzos en una reunión con el intendente Mauricio Zunino. “El proyecto implementó una comisión de trabajo gracias a la cual se produjo un documento elaborado por la IM, en el que reconoce todo lo que pasó en el proceso de desalojo desde una dimensión técnica”, explicó la directora a Habitar y apuntó que “muchas de las autoridades de la IM en el período eran militares”.
“Después de todo lo que ha pasado la población afro, dignificaría a la historia de Uruguay que tengamos un plan de reparación para este colectivo que sufrió tanto”.
En la actualidad funciona una comisión de trabajo denominada Volver a mi Barrio, en la que participan distintas áreas de la IM –la Asesoría Jurídica, la Asesoría para la Igualdad de Género, la Prosecretaría, la División de Tierras y Hábitat– y junto con el Municipio B y la SEERPM se reúnen cada 15 días para evaluar “cómo se va a ir dando este proceso de reparación”, explicó Rodríguez.
No todos los integrantes del colectivo quieren realojarse, pero para quienes así lo prefieran “se está priorizando la recuperación de fincas abandonadas o municipales en Barrio Sur y vamos a trabajar con el colectivo Volver a mi Barrio para ver cómo se asignan las viviendas”, detalló a Habitar el director de Hábitat y Tierras de la IM, Sebastián Moreno.
A medida que ingresen otras fincas, “vamos gestionando con el colectivo y viendo la viabilidad de integrar a la gente del colectivo en proyectos de vivienda”, detalló Moreno. Es un proceso que lleva tiempo, pero el director aseguró que “el año que viene ya vamos a tener los primeros resultados, porque teníamos algunas fincas en obras. A partir del acuerdo con el colectivo, a principios del año que viene tendremos de diez a 12 viviendas para empezar y después seguir con el proceso a medida que se vayan recuperando las fincas”.
Pasos y plazos para volver al barrio
La mencionada resolución de la IM “habla de la reparación histórica y dentro de ese paraguas te habilita a continuar este proceso”, confirmó Moreno, aunque reparó en que no tienen “plazos concretos porque cada finca que recuperamos tiene sus particularidades judiciales y los tiempos judiciales no dependen de nosotros. Lo ideal es que sea un proceso que no concluya, sino que la reparación histórica continúe y no se limite a la recuperación de viviendas”.
En un contexto de cambios de autoridades en el gobierno nacional y próximo a elecciones departamentales, el colectivo vela por la estabilidad y la continuidad del proyecto. En la misma línea, la directora de la SEERPM argumentó su posición al respecto: “En términos políticos y filosóficos me parece muy mal cuando iniciamos una política pública y a los cinco años se corta porque otra persona ocupa el cargo, pero el trabajo técnico de las cuadrillas permanentes puede darle continuidad”.
Además, explicó que durante este período el proyecto no fue recibido en el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial y aventuró la posibilidad de mejorar sus posibilidades de acción en un contexto en el que el gobierno nacional tenga prioridades compatibles con el departamental. “Después de todo lo que ha pasado la población afro, dignificaría a la historia de Uruguay que tengamos un plan de reparación para este colectivo que sufrió tanto”, sentenció.
Por consiguiente, Olga está segura de que esta es “la oportunidad” con la IM, ya que “saben la urgencia de vivienda que tenemos y quién quiere ir. Queremos saber en qué términos será el realojo, porque no todos pueden solventar un alquiler en Barrio Sur”. Tampoco pueden esperar a que este proceso demore muchos años, porque varias integrantes tienen avanzada edad. “Es la primera vez que se va a hacer una enmienda a tan grande escala, tenemos que ser muy delicados en lo que se dice y cómo se propone”, alertó.
La referente del colectivo detalló que están haciendo tratativas con los demás entes públicos para apoyar a las personas en el pago de sus servicios. “No es una mudanza normal, es mover familias, hay gente que sí o sí se quiere mudar, que lo necesita”, remarcó Celestino.
Las integrantes del colectivo son conscientes de que Barrio Sur no es el mismo que hace 46 años. “No vamos a ver a la gente que veías en el Medio Mundo ni a vivir en la dinámica de conventillo”, aclaró Ana Velázquez. Mariana Celestino, que nació el día anterior al desalojo, expresó al respecto: “Los que vivimos en Cerro Norte queremos saber a dónde nos vamos a ir y cómo, ya que no tenemos trabajo, aunque tengamos voluntad de trabajar. Nuestros chicos tienen miedo de salir al almacén, aunque tengan el centro educativo cerca. Tenemos miedo y sabemos que si nunca nos hubieran desalojado tendríamos otro tipo de vida”. Por esto, para Olga es fundamental, cuando se trata de volver al barrio, “que no haya manoseos y juegos con las ilusiones y sentimientos de personas que no tenemos el alcance económico para hacerlo por nuestros propios medios”.
Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.