El niño tiene casi la misma edad que la casa. Ahí nació. Ahora berrea y le pide a su madre, Malena Delgado, de 21 años, que lo baje por las escaleras del dúplex hecho de madera, barro y paja. Ella lo hace con docilidad mientras dice que aún no ha dormido la siesta y eso pone a su hijo, Gael, un poco “berrinchudo”. Hay juguetes por todos lados, frazadas tejidas a mano cubren los sillones y la heladera tiene un dibujo hecho con crayones.

La casa de Malena y su hijo está ubicada en el barrio Valentines, homónimo del primer poblador de ese barrio valicero: Valentín, quien arribó al lugar a los 14 años y hoy tiene 80. Malena construyó su rancho de dos pisos con sus propias manos, con materiales donados por sus vecinos. Los árboles del jardín tienen el tamaño de un arbusto, y la tierra, que debería ser arenosa, fue mejorada con el compost que ella misma produjo.

La historia que cuenta Malena sobre la carta de demolición que le llegó el año pasado es complementada por su madre, Daniela, quien desde hace nueve años vive en un terreno a dos cuadras. A finales de setiembre, el director de Jurídica de la Intendencia de Rocha (IDR), Humberto Alfaro, se presentó con topadoras y efectivos policiales, acompañado por un móvil de Subrayado. Unos 50 vecinos se instalaron dentro de la casa para detener el procedimiento y lo lograron. En declaraciones al informativo aseguraron que el terreno estaba en litigio y que el procedimiento era ilegítimo porque la IDR no era dueña de las tierras. Según informaron a Habitar, una familia de apellido Olivera reclama las tierras valiceras, así como algunas de Aguas Dulces. Unas 1.600 hectáreas con nueve kilómetros de franja costera parecen ser el objetivo del litigio, que se dirime en los tribunales de la Suprema Corte de Justicia y se disputa entre la familia y la comuna rochense.

Pese a los descargos de Malena ante la Justicia civil y a un procedimiento jurídico que conllevó dos pedidos de prórroga y un cambio de representación legal, en reiteradas ocasiones Alfaro se rehusó a reunirse con los vecinos, y en mayo hubo un segundo intento de demolición.

En agosto, ya sin que se le informara de la fecha de demolición, Malena se despertó de una siesta cuando escuchó, a través de las rendijas de los tablones de su casa, las voces de funcionarios de la comuna rochense que afirmaban que la pared derecha de su rancho era la más indicada para iniciar la demolición. Malena se despertó súbitamente, y el procedimiento fue detenido nuevamente por los vecinos.

El caso de Malena no fue el único objetivo. Richard Céspedes, un pescador que vive en Valizas desde hace más de 30 años, se enteró por intermedio de una vecina que las topadoras estaban frente a su casa. Como estaba pescando en Punta del Diablo, se trasladó hasta allí y corroboró que su modesto rancho había sido demolido.

Las órdenes de demolición han llegado a unas 50 familias en el correr del año pasado. Lo mismo le ocurrió a la canadiense Ramona Paul, de 46 años y con un hijo de cuatro a cargo: pese a haber comprado hace ocho años un derecho de posesión del terreno, le llegó una orden de demolición a nombre de su compañero, Richard Carrera.

Ante la Justicia, la IDR declaró que Ramona estaba haciendo uso del terreno como un hotel. Efectivamente, lo confirma Paul, advirtiendo que tiene camas extra para recibir a los turistas durante la temporada de enero. “Envío a mi hijo al CAIF y sólo hay seis niños, de los cuales tres han recibido órdenes de demolición”, se indigna Paul para luego agregar que “no es fácil la vida en Valizas en invierno, nosotros para sobrevivir intercambiamos comida, reciclamos basura; no soy millonaria gracias a alquilar camas para turistas, soy una laburante”.

Daniela Delgado tiene 43 años, hace nueve que vive en Valizas y tiene tres hijos a cargo. Dos son menores y la mayor es Malena, quien tras embarazarse decidió irse del hogar materno para construir su propia casa. Frente a la suya hay un cartel que indica que vende helados artesanales a 100 pesos. El piso de su rancho, similar al dúplex de madera de Malena, tiene un mosaico de baldosas, con diseños coloridos y cuidadosamente enjuagado. Ella se alegra de poder lavar su piso después de cocinar; “la madera viste”, se queja. Y luego, para reunirse con Francisco Rocca, otro de los que han sido advertidos de la demolición, muestra su invernadero de tomates y morrones que cultiva basándose en la agroecología. Daniela explica que casi todo el balneario se hizo con base en ocupaciones y que si bien ha habido intentos de regularizar, y de que en períodos anteriores se han enviado cedulones a los vecinos, al día de hoy hay 50 núcleos familiares con riesgo de quedarse sin casa.

“A los hostels o las casas de veraneo hechas con materiales [tradicionales] no les han iniciado ningún procedimiento. Les molesta la comunidad valicera porque nos organizamos. Vivimos de los dos meses de temporada, con dos semanas fuertes de ingresos, y luego intercambiamos gallinas, verduras y comida entre nosotros. Eso les molesta; nuestra forma de vivir es sustentable y en convivencia con el ecosistema”, explica para luego proceder a conocer la casa de Francisco.

Yendo hacia Aguas Dulces, hay unos diez kilómetros de monte nativo, intercalado con montes de pinos. Entre médanos y arbustos hay senderos arenosos, repletos de leña seca. El mar no se vislumbra porque está detrás de las dunas casi vírgenes, pero se oye su tronar. Allí, tras atravesar tres kilómetros de senderos por los que Daniela iba indicando qué casas habían recibido una orden de demolición, Francisco señala el último tramo hacia su rancho. Ubicado en medio de médanos y metido en un hueco arenoso de árboles, tiene dos pisos, vista hacia los atardeceres y una terraza desde donde se ve el mar por detrás. Y si bien el cielo estrellado en el que se ven hasta las estelas de la vía láctea es un lujo, Francisco, un hombre de 50 años que muestra su casa con el entusiasmo de un niño y diseña salidas del rancho con tirolesas y cuerdas, advierte que la convivencia con la naturaleza, la comunidad y vivir en Valizas fuera de la temporada estival es “un enorme sacrificio”. Salvo por las instancias de los juicios, las autoridades de la comuna no han presentado solución habitacional para las familias en peligro de situación de calle.

Ambiciones verdes

En 2017 hubo un intento de regularizar la situación de los habitantes de Barra de Valizas. Bajo la dirección del arquitecto José Freitas, se diseñó un “Plan Barra de Valizas-Aguas Dulces y su macrorregión”. En el documento se sostenía que el plan tenía como objetivo “el ordenamiento de un área caracterizada”.

Según el documento, la superficie a regularizar consistía en 1.600 hectáreas con nueve kilómetros de frente costero oceánico y áreas públicas continuas. Al mismo tiempo, se afirma que, “a pesar de la formalización realizada décadas atrás, en ambos balnearios existe un número de construcciones irregulares sobre suelo público: unas 496 en Barra de Valizas y otras 536 en Aguas Dulces”.

Sobre los aspectos “ambientales relevantes” se consideró que había que prestar una especial atención a la conservación y el uso sustentable de las tierras, a la biodiversidad y a algunos componentes del paisaje en particular: el arroyo de Valizas, la playa y las dunas, la laguna Briozzo, la vegetación psamófila y los montes de pinos y eucaliptus. En este sentido, la Dirección Nacional de Ordenamiento Territorial del Ministerio de Vivienda consideró que “la planificación del desarrollo turístico característico de esta macrorregión” debería respetar “el uso sustentable del ambiente y [...] de los espacios públicos”.

En diálogo con Habitar, Freitas sostuvo que la intención del plan era “desarrollar un modelo de balneario sustentable”. Sobre los aspectos sociales dijo que se apuntaba a iniciar una serie de relocalizaciones de los habitantes sobre la franja costera, que debían “alojarse en suelo seguro”.

“Eso se discontinuó y entiendo que es un grave error porque se necesita un plan para dar seguridad jurídica a las actividades y no comprometer los objetivos ambientales y sociales de la zona”, afirmó el arquitecto y exjerarca de la Dirección Nacional de Ordenamiento Territorial.

Uno de los opositores de la demolición de hogares en Aguas Dulces, un balneario cercano a Barra de Valizas, fue el alcalde nacionalista de Castillos, Juan Manuel Olivera, quien tras la demolición de cuatro casas en el balneario, de donde es oriundo, emitió un comunicado que fue publicado por InfoRocha y que señalaba “decepción e indignación ante una nueva intervención de la Dirección Jurídica, dirigida por el doctor Humberto Alfaro”.

“Si bien no cuestionamos desde el punto de vista normativo, sí exponen una falta total de visión estratégica de mediano y largo plazo para la franja costera de Aguas Dulces”, continuó Olivera. En este sentido, la autoridad local de balnearios como Barra de Valizas o Aguas Dulces afirmó que las demoliciones estaban enmarcadas en un rol de “policía del territorio” que “ha fracasado en impedir múltiples asentamientos irregulares generados durante el actual período de gobierno y que continúan generando diversas situaciones de marginación y focos de delincuencias antes desconocidos en nuestra zona”.

Cómo luce Valizas en invierno sólo lo saben sus habitantes. El balneario es sostenido, según relatan Daniela, Francisco, Malena y Ramona, por la comunidad. Las plazas tienen árboles nativos porque así lo definieron las personas que habitan allí. Hay algunos alambrados que cercan el barrio de las Malvinas, donde vive Francisco, porque así lo definieron aquellos que fueron construyendo sus ranchos sobre las dunas y recibían cotidianas visitas de las vacas. El monte de pinos, ubicado en el lado contrario del mar, fue talado por decisión de la vecindad, cuando de tan seco casi desata un incendio forestal. Tienen acceso al agua porque la tierra es húmeda y los aljibes abundan.

La mayoría de los habitantes de este balneario rochense se dedica a las artesanías, a la pesca, al trueque, al cultivo y al reciclaje de basura, además de los dos meses de temporada de veraneo. Durante la temporada son los pobladores quienes se dedican a barrer la basura de las playas que dejan los turistas. Y si algún vecino necesita ayuda, puede comunicarse con la comunidad a través de un grupo de Whatsapp, “Sólo para valiceros”, donde se potencia la vida cultural y autosustentable de la comunidad que habita el ecosistema sin pretensiones de dañarlo. O quienes deciden radicarse allí porque comer dos veces al día y mirar un cielo sin contaminación lumínica antes de dormir es la vida que quieren para su familia y es el lugar que habitan.

Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.