La obra El caso Astesiano. Una trama de espionaje y corrupción en la Torre Ejecutiva (Sudamericana, 2024), del periodista Lucas Silva, es una demostración contundente del Uruguay turbio. La evidencia contenida en la investigación es una fuerza que tensiona con la imagen hegemónica del país ejemplo de la región que religiosamente difunde la ortodoxia creyente de las instituciones estatales fuertes, los grupos de interés y algunos negacionistas de los delitos de poder y de cuello blanco.
Uno de los mayores logros del libro es construir una narrativa coherente, en red y secuencial, de una serie numerosísima de hechos delictivos y de acciones de apariencia delictiva. Esta tarea se dice fácil, pero es un esfuerzo intelectual enorme que debemos agradecer al autor porque nos permite, a los ciudadanos, comprender con profundidad y extensión temporal el funcionamiento de las redes de poder y las mercancías que se ofrecen en el mercado ilícito de la protección.
Lo que popularmente se conoce como “caso Astesiano” es, en realidad, un “complejo Astesiano”. En primer lugar, el Sr. Astesiano no es el caso sino el nodo visible de una red compleja de poder donde se anudan la corrupción y el lobby político, pero también las estructuras –no solamente las búsquedas “personales”– de reconocimiento simbólico y estatus económico. Estamos ante una compleja red de delitos de poderosos, un conjunto de diversas acciones irregulares e ilegales, enrevesadas e intrincadas, de distinta jerarquía, vistas desde la posición (o nudo) de una persona, pero bien podría observarse desde otros nodos de la red. Por eso, más que un caso, estamos ante un complejo.
El Sr. Astesiano creía estar en el círculo íntimo de las decisiones, pero, en realidad, a la vista de los resultados, fue la pólvora para gastar en chimangos y el sujeto descartable para hacer los trabajos sucios. La investigación de Silva demuestra que no fue el único vendedor de favores, información y silencios. Tampoco fue un ejecutor solitario de falsos positivos delictivos y de los montajes de las ficticias investigaciones policiales. Esto no le saca responsabilidad al Sr. Astesiano, pero debe quedar claro que él no bailaba la danza de los poderosos, era un sapo, en parte alienado, de otro pozo. Nunca entendió que en el abecé de todo entramado de poder turbio está crear un “no lugar” de dominación para que, en la ficción de “acá nadie domina”, resulten impunes los poderosos y desprotegidos los débiles de poder.
El Sr. Astesiano estuvo imbuido de lleno en la carrera de emular a quienes le daban órdenes. Al mismo tiempo, se obsesionaba con lograr el reconocimiento de sus “pares” y sacar alguna tajada económica que lo dejara bien parado para toda la vida. Su hambre por lograr cucardas de respeto era tal que, como un impulso irresistible, a las personas les dejaba en claro que andaba junto al “1”, mano a mano con “Luis”. Se lo hacía saber a su familia, a sus colegas, compinches y “clientes”. Comerciaba con su cercanía geográfica al presidente, mercancía que confundió con tener poder real.
El Sr. Astesiano estaba en el negocio de la protección y al final él mismo quedó desprotegido. Por un lado, hizo un largo recorrido de labores (un híbrido guardaespaldas y chofer) con el presidente, su padre y otros correligionarios del Partido Nacional. Por otra parte, además de ofrecer servicios de lobista y de intermediario entre lobistas y Presidencia, era vendedor de información, desinformación, inteligencia policial y rumores. Para esto recibía información privilegiada y utilizaba los recursos policiales del Estado. A veces ofrecía un producto real y otras veces vendía espejitos de colores. Así las cosas, el oficio real del Sr. Astesiano era la protección, en el amplio sentido de la palabra, y no lo hacía en soledad.
¿Qué lecciones podemos aprender de todo esto? Una de las enseñanzas del complejo Astesiano es la imperiosa necesidad de “salir de la cloaca”, como diría Vincenzo Ruggiero, para trasladar el foco de atención de los individuos –en especial de las personas débiles de poder– a los grupos de poder, mercados y organizaciones públicas y privadas. Quedarnos en la cloaca implica impedir la comprensión del intercambio continuo entre economías irregulares, semilegales y abiertamente ilegales donde oscila el trabajo ilegítimo, el trabajo semilegal y la criminalidad convencional. Allí fluyen y confluyen la criminalidad organizada y la criminalidad desorganizada, la economía legal y la economía ilegal para la mutua promoción empresarial.
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