Angirú significa “amigo del alma” y da nombre a la cooperativa que se presenta como una “alternativa de convivencia para la vejez activa, acompañada y plena”, que actualmente cuenta con 18 socios que convirtieron una utopía en un proyecto de vida. Se trata de un modelo de cohousing cooperativo, donde cada persona tendrá su casa pero compartirá espacios comunes y decisiones con el resto del grupo. El predio está ubicado en la localidad de Estación Atlántida, en el departamento de Canelones, y ahí van a convivir hombres y mujeres mayores de 50 años para transitar y resignificar en colectivo su vejez: “Nosotros tenemos nuestra vida, nuestras ideas y queremos decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir”, sostuvo Cristina García, una de las socias.

El proyecto logró el reconocimiento de “interés municipal y departamental” en Atlántida y en Canelones; además, tienen como finalidad ser un espacio de intercambio, “abierto a la sociedad, a la vecindad, a instituciones educativas, organizaciones sociales”. También contó con el apoyo del Instituto Nacional del Cooperativismo (Inacoop) en la etapa inicial, lo que les permitió solventar la inversión en infraestructura y mantener el objetivo de construcción sustentable y amigable con el ambiente, mediante un sistema de saneamiento ecológico de humedales que consiste en reciclar las aguas residuales que serán utilizadas para el riego.

Decidir dónde y cómo morir

En 2001 fue el primer reencuentro de un grupo de estudiantes de Medicina que se conocieron en las luchas estudiantiles contra la intervención universitaria en la década de los 70, recordó Julio Braida, uno de los primeros integrantes.

En 2017 el grupo empezó a fantasear sobre lo que hasta ese momento era una utopía: “Envejecer entre amigos”. En un inicio eran comentarios al pasar, pero hacia 2018 se transformó en un deseo de formalizar esa fantasía en un proyecto de vida colectivo, por lo que en 2019 comenzaron a hacer reuniones, que se consolidaron en diciembre de 2020 –en plena pandemia– con la obtención de la personería jurídica.

Ese momento implicó la incorporación de nuevos integrantes con otras trayectorias profesionales, pero con la misma proyección sobre su vejez. “Nosotros tenemos nuestra vida, nuestras ideas y queremos decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir”, sostuvo García, e insistió en que se niega a morir en una casa de salud: “Ya lo viví con mi madre y no lo voy a vivir yo”.

Formalizar la utopía

la diaria fue recibida por cinco de los 18 integrantes de Angirú un lunes. Los días de reunión son sábados o domingos, por lo que ese día estaban quienes pudieron acercarse, ya que todavía no viven en el lugar.

El predio es de tres hectáreas y media. Hasta ahora, lo que está construido es la casa principal, con cocina, comedor y una estufa a leña, donde en un futuro se desarrollarán actividades comunes tanto culturales como de promoción de salud. Además del servicio de enfermería, también cuentan con una piscina y una barbacoa con parrillero, donde da el sol directo.

Braida, García, Patricia Larre Borges, Dana Dellepiane y Gabriela Rodríguez se ubicaron alrededor de una mesa de pool. Una de ellas comentó que quería aprender a usarla “ahora que iba a tener tiempo”. Luego Braida desplegó los planos y señaló dónde se ubicaría cada casa, así como la ubicación de las obras subterráneas. El camino hacia las cámaras sépticas –que todavía son pozos de los que sobresalen hierros y alambres– lo recorrieron con cuidado mientras él explicaba que los mojones de hierro marcarán las futuras calles internas y detallaba la disposición de los ocho dúplex, que conforman en total 16 casas, destinadas a nueve parejas y 11 personas solas.

Durante la caminata se siguieron el paso, se acompañaron y se cuidaron: “Ojo cuando pisen acá”, “ojo con el alambre”, se advertían. Dellepiane, que es arquitecta, iba describiendo el terreno, lleno de cimientos que marcaban futuras viviendas. Más adelante, guiaron el trayecto hacia los árboles de olivos de los que colgaban algunas aceitunas negras y verdes. Conversaban alrededor del arbusto sin dejar de observar el piso, todavía desnivelado.

Aunque la idea original había partido de aquel grupo de exestudiantes de Medicina y compañeros de militancia, algunas personas no continuaron con el proyecto pero son parte de su “entretejido”, y con el tiempo se incorporaron nuevos socios.

El grupo es heterogéneo. Algunos piensan el proyecto como un horizonte para cuando se jubilen y otros ya están jubilados, pero aún mantienen actividades cotidianas en sus lugares de residencia actuales. Según expresaron, eso les genera una sensación de “ambivalencia”: incertidumbre por dejar atrás lo conocido, al tiempo que están llenos de entusiasmo por el cambio.

Informaron que los arquitectos estiman que la obra tomará 18 meses. Algunos manifestaron mayor urgencia por mudarse: “Algunos estamos más viejos que otros”; “yo ya vendí mi casa en Montevideo y estoy en una casita de playa, en cuanto esté me vengo”. Otra de ellas expresó: “Yo todavía tengo dos hijos que viven conmigo”, en referencia a la fase de construcción prevista para dentro de dos años.

Criticaron que muchas veces se relaciona el término cohousing con una nueva tendencia que –según ellos– “se presta para confundirse”, ya que consiste en un edificio donde personas mayores alquilan apartamentos y el portero asume el rol de “solucionador de cualquier problema”. Según advirtieron, eso no responde a los principios de cooperativismo, comunidad y convivencia que sí promueve el modelo original de cohousing.

Inclusión reflejada en la arquitectura y la cogestión

Una de las bases del proyecto es “combatir la soledad, reivindicar la autonomía y aliviar a las familias de los cuidados”, con el objetivo de decidir desde el deseo individual, pero hacerlo en compañía de otros y otras con quienes comparten ideología y afinidades. Entienden que es crucial “elegir” con quiénes convivir manteniendo determinados valores y principios en común, además de la armonía.

Las decisiones se toman en colectivo, y el reglamento de convivencia se continúa modificando, ya que siempre surgen nuevas ideas, que se renuevan con aquellos que se siguen incorporando al proyecto de covivienda. Detallaron que para las reuniones cuentan con un organigrama colectivo, y la cooperativa funciona a través de diferentes comisiones: mantenimiento, finanzas, obras, cultura y otras que surgen en el proceso para responder a nuevas necesidades.

Además, contaron que van a aportar a un fondo de cuidados como uno de los recursos, aunque el primer sistema de cuidados va a ser cuidarse entre ellos. Destacaron la importancia de compartir con personas de la misma generación como un factor clave para el bienestar, y citaron estudios de otros países sobre las “zonas azules”, que indican que las personas viven más tiempo, en gran parte debido al sostén de relaciones comunitarias cotidianas.

Consideran que una ausencia prolongada puede ser una señal de malestar, y que ese “exceso de individualidad” también puede ser una forma de pedir ayuda. Por eso, uno de los focos del proyecto será cultivar el equilibrio entre el compartir y el respeto por la soledad, reconociendo que la vida colectiva también puede ser una forma de cuidado.

Desde el punto de vista arquitectónico, el proyecto tiene un enfoque inclusivo en el que se contemplan todos los panoramas posibles de salud. Lo describen como “multidiseño”, ya que incluye aberturas que habiliten circular con silla de ruedas, el pasaje de camillas, un terreno nivelado, entre otros detalles más macro y otros menos visibles pero igual de importantes.

“Lo único que cambia es la forma de producir”

La jubilación y la vejez son dos conceptos que el grupo busca resignificar. Cuestionaron la idea del rol “pasivo” asociado a las personas que pasan los 60 años, como una “desvalorización de la vejez” que, según ellos, deviene de la sociedad de consumo, porque “dejás de ser un productor” –excepto para los laboratorios que producen medicamentos–, criticaron. Sin embargo, “lo único que cambia es la forma de producir”, advirtió Larre Borges.

Al ser consultados por la imagen de la vejez que impera en la sociedad, casi de forma unánime respondieron: “Casa de salud, silla de ruedas, bastón”. Manifestaron que quieren ser los que cambien la idea preestablecida de que los jóvenes tienen que “cargar” con los viejos: “Yo lo hice con mis padres, pero ya está, se acabó ahí”, sentenció una de ellas. Además, dijeron que en referencia a esto se autoperciben como una “generación bisagra”, ya que enfrentaron estos cambios como “protagonistas”.

Una de las integrantes más recientes relató que pensar en la jubilación que se aproximaba significaba para ella ver “un avión en bajada”, como verse sin proyectos, sin cosas por delante. Sin embargo, la invitación a sumarse al proyecto fue una “motivación” que recibió como un “regalo para el resto de la vida”.

El deseo, coincidieron, era un factor que podía tender a “apagarse” en esta etapa de la vida. Por eso, Rodríguez subrayó la importancia de contar con una motivación que despertara la “energía vital” y mantuviera viva la “libido de la vida”.

“¿Qué es una persona sin un proyecto?”, cuestionó una de las cooperativistas. “Tener un proyecto de vida es fundamental, si no te vas apagando”, afirmó Larre Borges. A pesar de haber sido médica toda su vida, observaba que muchos colegas padecían esta etapa. En cambio, ella la concibe como “una etapa más de la vida, donde pueden existir otros proyectos”, en vez de un final.

“El sistema no está preparado para estos proyectos”

El grupo expresó que su objetivo es que el proyecto sirva de referencia y se integre como parte de las políticas públicas del país, y que apuntan a que se “democratice la idea”, ya que entienden que una de las mayores limitaciones es el factor económico.

“Cada vez tenemos más edad, pero somos más jóvenes, tenemos mejor salud y proyectos”, advirtieron. Sin embargo, sostuvieron, “el sistema no está preparado para este tipo de proyectos, no hay un sostén”. Explicaron que uno de los obstáculos a los que se enfrentan es la complejidad de acceder a créditos o préstamos y el ser reconocidos como cooperativa de vivienda debido a la edad, “porque no podemos cotizar muchos años”, agregó García. No obstante, esto implica para ellos un “estímulo” que los motiva a “construir algo que pueda tener trascendencia” para otros.

“Se hace camino al andar, pero se van abriendo puertas”, celebró Braida al mencionar que uno de los logros que se habían propuesto fue convertir el proyecto en interés municipal y departamental, cosa que lograron luego de persistir en un proceso en el que se presentaron al municipio con una carta y dialogaron con distintas entidades de la intendencia hasta lograr consagrarse de interés en el departamento donde van a habitar los próximos años de su vida.

Según mencionaron, han recibido comentarios de personas que admiran el proyecto pero se ven imposibilitadas para concretarlo, y aseguraron que esto sería diferente si fuera una política de Estado. En esta línea, planean que su proyecto logre tener un efecto de “concientización” sobre la importancia de que las personas mayores tengan otras posibilidades para hacer frente a la soledad y al aislamiento, que no implique únicamente “enchufarlos en un hogar” donde tendrían que acatar un sistema de reglas preestablecidas, y afirman que no están dispuestos a permitir que decidan por ellos.