Elvira Lutz pasa los 80 años pero tiene una vitalidad contagiosa, estimulante. Se recibió de partera en 1964, y además de asistir cientos de partos y de educar en salud sexual y reproductiva, ha defendido los derechos de las mujeres y de las embarazadas dentro y fuera del país. Su apostolado llega hasta hoy, cuando sigue inquieta, produciendo contenidos e invitando a escribir relatos que cuentan parte de la historia del país y de su disciplina. Eso fue, justamente, lo que le agradecieron el martes de noche estudiantes, docentes y egresadas de la Escuela de Parteras de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, cuando se presentó su nuevo libro: Provocaciones de una partera. Pasado, presente y futuro. Parteras, partos y algo más.

La publicación presenta varios escritos y discursos de la autora, así como textos nuevos, de ella y de otras parteras. Se aborda la historia de la especialidad, la importancia de la sexología y de la educación sexual en la partería, la humanización del parto y diferentes experiencias del ámbito obstétrico. Desde el título al final, el libro apunta a la reflexión, pero también a la acción. En el epílogo, Lutz escribió: “He transversalizado todo, porque nada me es ajeno, desde una perspectiva feminista fui encontrando omisiones, marginaciones, discriminación en las disciplinas en las que me capacité; en obstetricia, en sexología, en educación sexual, y me transformé en una activista en el campo de los derechos humanos y en la humanización del parto”. Ese es el eje principal de su libro, así como de la discusión durante la presentación.

Precariedades

Lutz repasa sus años de partera. Cuenta que cuando se recibió –formada “desde el punto de vista de la obstetricia convencional y en el marco de un modelo tecnocrático”– sintió que salía “a la guerra con un tenedor”. Las condiciones de salud y sociales que relata de los años 60 hablan de aquella precariedad. Cuenta cómo llegaban las mujeres a la puerta de la maternidad del hospital Pereira Rossell entre 1967 y 1968, cuando ella trabajó como voluntaria. “Llegaban mujeres, acompañadas o solas, con miedo, angustiadas, muchas veces a los gritos, en ambulancias, en taxis, en patrulleros, en ómnibus; algunas veces, el parto se había producido en alguno de estos vehículos en el trayecto a la maternidad. La mayoría de estas personas eran provenientes de barrios de contexto crítico de la periferia de Montevideo, mujeres de escasos recursos, cursando embarazos no controlados, sin información, con sangrados, a veces importantes, con amenaza de aborto, en trabajo de parto, o partos ya efectuados en domicilio o en el trayecto”. Narra, también, las condiciones asistenciales, que eran estresantes y violentas por falta de materiales básicos, e incluso menciona casos de “dos mujeres compartiendo una sola cama, con escasez de sábanas y abrigo”. Pero hace referencia, también, a otros factores violentos que se encontró: “la distancia con la usuaria, en un sistema que aplica rutinas hospitalarias, más conveniente para el equipo médico que para la persona que se atiende, sin respetar los derechos, realizando prácticas francamente invasivas, rutinas innecesarias, sometidas a innumerables tactos ginecológicos con el fin de ‘hacer la mano’”.

Describió, también, algunas situaciones que vivió durante 1969 y 1973, cuando se desempeñó como partera de guardia en el Servicio de Asistencia Externa del Ministerio de Salud Pública, o un parto que asistió en un precario cuarto de un boliche de La Paz, porque la mujer, que ya tenía dos hijos, había ido a la maternidad pero el doctor le había dicho que volviera cuando sintiera dolores más fuertes; volvía y su bebé comenzó a nacer en el ómnibus y lo tuvo sin ninguna asistencia, y así prefirió seguir, al margen de un sistema que la expulsó. Años después, Lutz comenzó a trabajar en planificación familiar y educación sexual, y en el año 2000 se vinculó con el Movimiento por la Humanización del Embarazo, Parto y Nacimiento.

Impacientes

“La mayoría de los embarazos y de los partos son normales, no patológicos; la embarazada no es una enferma, no es una paciente, término corriente que se usa en las maternidades tanto públicas como privadas”, disparó Lutz en el prólogo. Y agregó: “Con frecuencia vemos en TV que algunas mutualistas ofrecen anestesia para el parto y salas de nacer; se vende seducción e intervencionismo, pero no hay ninguna información sobre el parto digno y respetado, sobre la atención y asistencia de las parteras, sobre el acompañamiento que prestan las doulas. Hay personas que siguen preguntando: ¿existen las parteras?”.

Cecilia Fernández, directora de la Escuela de Parteras entre 2004 y 2012, ahora jubilada, es una de las tres personas que comentaron el libro. “El empoderamiento de las mujeres va muy de la mano del empoderamiento nuestro, de las parteras”, dijo, y habló específicamente de la necesidad de no dejarse dominar “por la lucha de poderes”. Dijo que no se refería al poder médico solamente sino a la “hegemonía médica, que vivimos permanentemente”. “Hay ciertas situaciones que llevan, de alguna manera, a lo que hemos llamado violencia obstétrica o violencia institucional”, expresó. “Esa sumisión que muchas veces hemos tenido las parteras, porque hemos sido sumisas ante muchas situaciones, no nos ha ayudado a que podamos ayudar a su vez, a que las mujeres puedan empoderarse. La manera es luchar codo a codo con las mujeres, con las familias, vamos a vencer esos obstáculos que muchas veces nos hacen sentir cómplices de situaciones que no quisiéramos que se vivan en lo cotidiano”, reclamó.

Gilda Vera, partera e integrante de la Red Latinoamericana por la Humanización del Parto y Nacimiento, también insistió en el rol de su especialidad. “La partera no debe quedarse solamente con la atención del parto y nacimiento”, dijo, y destacó la oportunidad de trabajar con mujeres sanas no sólo en el parto sino también en la adolescencia, con la educación sexual, y en la menopausia, acompañando los cambios. “Es importante cambiar el paradigma de atención y trabajar desde los derechos que tienen las mujeres en este período de su vida; el equipo de salud, trabajando con y para el embarazo normal, logrando embarazadas responsables, cuidados por su protagonista y por todo el equipo, con un diálogo continuo en donde se escuche lo que quieren las mujeres y sus parejas, para dar la bienvenida a sus hijas e hijos”, escribió Vera en el libro.

Fanny Samuniski, asistente social fundadora de la organización feminista Mujer Ahora, estableció un paralelismo con su profesión, porque dijo que también se da un “avasallamiento” y la “anulación de las mujeres”, donde los informes no valen si no llevan la firma de un técnico. Se explayó sobre la tecnificación del parto y respecto de un servicio a la medida de los médicos; para eso puso el ejemplo de que “las camas de parto son la cosa más inadecuada para parir pero más adecuada para agarrar el bebé cuando sale”.

A su turno, Lutz comentó que las parteras muchas veces han sido “víctimas y cómplices”, porque han dejado pasar “muchas cosas que se podían haber frenado”. “Cuando estamos reclamando determinadas formas de actuar y de hacer en nuestra especialidad parteril, nos encontramos con muchísimos obstáculos porque nosotras no trabajamos esos aspectos para ir allanándolos y dejamos que nos invadan las opiniones negativas y el poder que tienen otros integrantes de los equipos”.

Citó a Michel Odent, médico obstetra francés defensor del parto natural, quien dijo que “se ha producido una masculinización del entorno del parto, a nivel internacional”. “Se han masculinizado a partir de un enriquecimiento de parafernalia. El tema de las compañías farmacéuticas, la producción de medicamentos, la aplicación de todo tipo de estudio a las mujeres embarazadas, cuando ¿sabemos el impacto que pueden tener en el bebé? ¿Qué impacto puede tener, por ejemplo, hacer ecografías todos los meses? Es una cosa atroz, la gente va entrando, parecería que cuanto más sofisticado estamos mejor atendidas, sin pensar en los efectos secundarios. La tarea de las parteras va quedando relegada, en muchos lugares se limitan a llenar formularios”, reclamó. Enumeró también las técnicas innecesarias aplicadas a partos normales. “¿Para qué hacerle cesáreas innecesarias, para qué introducirle oxitocina si nosotras la tenemos si estamos en un medio sereno, un medio calmo, acompañadas por las parteras? La oxitocina es la hormona del amor, la tenemos cuando tenemos nuestra vida sexual, cuando tenemos el orgasmo, cuando amamantamos, está ahí la oxitocina. ¿Por qué nos dan la oxitocina sintética si no la necesitamos? Porque claro, lo que pasa es que con ese clima de tensión, de parafernalia, de introducir todo tipo de prácticas innecesarias, la mujer empieza a estar en un estado de estrés y la oxitocina desaparece”, explicó. “El parto se transformó en un negocio; es una vergüenza”, remató.

En su libro reúne propuestas no siempre validadas a nivel institucional, como que la pareja bese a la mujer durante las contracciones para la estimulación de la oxitocina y distender la situación. Lutz y otras autoras aseguran que los resultados son muy buenos, baratos y placenteros.

La llamada “hormona del amor”

La oxitocina tiene un papel oxitócico, corroborado por los receptores de oxitocina existentes en las fibras musculares uterinas; de hecho, para inducir artificialmente un parto, se utiliza oxitocina sintética.

En un proceso fisiológico natural, la oxitocina la segregan la madre y el feto cuando llega a término (parece que la iniciativa la toma el bebé y la madre responde). El hecho de que sea la hormona del amor, la oxitocina, la que pone en marcha el sistema neuro-endocrino-muscular del parto, es otra prueba de que la fisiología natural del parto comportaría el placer y no el dolor.

La oxitocina natural se segrega de forma pulsátil, rítmicamente, como el latido del placer; en cambio, la oxitocina artificial inyectada en vena llega en tromba al útero y produce las “brutales” contracciones de los haces musculares en bloque.

Como dice Leboyer, estas contracciones son interminables, porque no ayudan a relajar el cerviz; el espasmo del útero “no afloja la garra”, o lo hace muy lentamente, a costa de muchísimas de esas contracciones brutales. Por eso, cuando se induce un parto, la probabilidad de que acabe en cesárea es muy alta.