“Fomentar la unión y asociación de todos los médicos escritores uruguayos que desarrollen actividades relacionadas con el quehacer literario en sus distintos géneros y subgéneros literarios” es el principal objetivo de la Sociedad Uruguaya de Médicos Escritores (Sumes). Las asociaciones de médicos escritores son comunes en otros países y existen desde hace décadas, pero hasta hace poco no existían en nuestro país, explicó a la diaria Nedy Varela, presidenta de la Sumes, que se gestó en 2017 y tuvo su segundo encuentro este fin de semana en Florida; el primero había sido en 2018 en Tacuarembó. Además de literatura, reunió también otras expresiones artísticas: pintura, fotografía y escultura, con una exposición en el Centro Cultural de Florida.

El sábado se hicieron mesas redondas de temas relacionados con la literatura y se entregaron los premios del concurso literario “Dr. Juan Carlos Reynés”. El primer premio lo obtuvo el cuento “Memorias”, escrito por la médica Marina Weinberger, que acompaña esta nota. La convocatoria promovía microrrelatos (con una extensión de una página) sobre “el consultorio médico”. Según informó la Sumes, se presentaron 12 cuentos de varias ciudades (Montevideo, Florida, Rivera, San Carlos, Palmitas, Minas, Durazno, Colonia). Al premiar a Weinberger, el jurado reconoció “los valores de este cuento realista y con honda sensibilidad por un problema social muy vigente” y que haya sido “narrado con enunciados breves y adjetivación mesurada que colaboran en la creación del efecto sobre los lectores”.

En diálogo con la diaria, Weinberger aclaró que el desenlace del cuento no fue real, pero sí el caso y sus protagonistas. Weinberger trabajaba en la policlínica de Recién Nacidos de Riesgo en el Hospital Pereira Rossell. Su relato muestra la cruda realidad de las “niñas-madres” y las disímiles trayectorias de vida de niñas y adolescentes, en función del contexto en que crecen. En los últimos años, nuestro país ha logrado disminuir la tasa de fecundidad adolescente: en 2004 y hasta 2013 se situaba en el entorno de 60 nacimientos cada 1.000 adolescentes de 15 a 19 años, pero a partir de 2014 comenzó a bajar de manera notoria, alcanzando, en 2018, un mínimo histórico de 36 nacimientos cada 1.000 adolescentes de 15 a 19 años. Aun así, sigue preocupando el embarazo temprano: en 2018 hubo 71 nacimientos de madres que eran niñas de 14 años o menos, y las adolescentes de 15 a 19 años tuvieron 4.553 nacimientos.

Años atrás, Weinberger coordinó una materia optativa en la Facultad de Medicina titulada Narrativa y Arte, que se discontinuó porque el equipo interdisciplinario que la daba trabajaba de manera honoraria. La médica resaltó las virtudes de la expresión artística, y destacó que “mejora empatía y protege del burn out”.

Memoria

Recuerdo ese día porque llovía a cántaros. La entrada al Hospital de niños estaba inundada. Había olor a humedad. Llegué a la policlínica y, antes de ponerme la túnica y sacarme la ropa mojada, vi a Adela en la sala de espera. La madre, una niña de quince años, le hizo un gesto que su hija comprendió y me saludó al instante. Luego ella hizo lo mismo. Entramos al consultorio las tres juntas. Ni siquiera me puse la ropa blanca, cosa que Adela festejó con una sonrisa. Unos ojos oscuros y enormes observaban mis movimientos. Me mostró orgullosa el cabello castaño que su madre trenzó, adornado con unos brochecitos color rosa. Mientras nos acomodamos pensé en mi hija: Lucía quedó durmiendo en casa, soñando con la fiesta de los quince y el viaje a Disney.

La mamá de Adela sacó el carné de una bolsita de nylon y entre las dos observamos las curvas de crecimiento, las fechas de las vacunas y la alimentación de la niña de tres años. Le pedí que esperara en el hospital hasta que amainara la lluvia. Para llegar a su casa en un asentamiento de la periferia de Montevideo necesitaba, me dijo, tomar dos ómnibus y luego caminar unas cuadras. Tenía que llegar antes del mediodía para llevar a sus hermanos a la escuela y, antes, terminar el guiso de arroz que almorzarían. Lejos estaba de las recomendaciones que debía y no podría cumplir. Tenía muchas responsabilidades que cargaba sobre sus hombros adolescentes...

Tantas, que dicen los que la vieron, que corrió hacia el ómnibus con su hija en brazos intentando subir. El conductor del bus no la vio. Yo sí: tirada en la calle en el centro de un charco de sangre, rodeada de ambulancias y médicos, los ojos fijos puestos en su hija. Adela no sufrió ni un rasguño. El cuerpo de su madre amortiguó el golpe. En brazos de una enfermera me quiso saludar, pero no le permitieron. Sólo atiné a mandarle un beso por el aire.

Nunca olvidaré ese día, por la lluvia torrencial, por la madre niña y por los ojos negros de Adela que aún me persiguen cada vez que entro al consultorio.

Lucía festejó y viajó, pero todavía está aprendiendo a hacer trenzas.

Marina Weinberger