Si bien en cuanto empezó 2020 llegaban noticias de un nuevo coronavirus en China, era difícil prever que trastocaría el mundo entero y que nos enfrentaría a lo vulnerables que somos. No creíamos que hablaríamos tanto de lavarnos las manos, de evitar la dispersión de las partículas que salen de nuestras bocas y narices y de medir la distancia. No sabíamos que muchas personas dejarían de tener trabajo por la paralización de las actividades por motivos sanitarios, que a tantos se les haría tan difícil tener qué comer ni que se tenderían muchas manos solidarias. No imaginábamos la irrupción del teletrabajo, de las videollamadas y de las clases virtuales, ni que los abrazos, los bailes, los besos, los mates, las manos ya no podrían desplegarse igual que antes. No sabíamos que las personas más veteranas tendrían que replegarse en sus casas durante meses, que los niños sufrirían sus propios miedos y el de los mayores, ni que dejarían de ir a la escuela y al liceo por un virus que mayormente los afecta muy poco, como se supo hace ya unos cuantos meses pero que pese a eso nunca se volvió a la normalidad.
Desde el 13 de marzo, los artículos de Salud, y por varios días las de toda la diaria, estuvieron dedicadas al SARS-CoV-2 y a la covid-19. Escribimos sobre los síntomas de la enfermedad y de la transmisión del virus, sobre los testeos y sobre la contribución de la Universidad de la República, del Institut Pasteur y del Clemente Estable, sobre cómo el sistema de salud potenció la atención telefónica y domiciliaria, sobre el cierre de policlínicas barriales y su posterior apertura, sobre el aumento de camas de CTI, sobre los envíos a seguro de paro en mutualistas.
La salud mental es una de las áreas más resentidas. La Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) creó la línea 0800 1920 de apoyo emocional y el aluvión de llamadas demostró, una vez más, que esta sigue siendo una de las grandes carencias del sistema de salud y de nuestra sociedad. Interactuamos con organizaciones de vecinos, como los del Municipio A de Montevideo, que impulsaron huertas comunitarias, charlas sobre problemáticas sociales y ambientales, y recorrieron senderos para curar las penas.
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Si tuviera que elegir una foto de 2020 sería la de los habitantes de la Casa Buceo, una residencia con apoyo de ASSE para personas que estaban internadas en el Vilardebó y en las colonias psiquiátricas y que ahora viven integradas a la comunidad. En esa foto estaban sentados viendo un video sobre ellos y una charla del Día del Futuro que trató de su experiencia y la de la casa de medio camino de San Carlos, que demuestran la importancia de salir del encierro de instituciones que otrora llevaban el término “de alienados”. Esas experiencias, así como la de Radio Vilardevoz y la de Juntas Podemos, del oeste de Montevideo –que también participaron en la charla– señalan que hay otras formas de abordar la salud mental. ASSE trabaja para continuar con la desinstitucionalización, aunque a un ritmo más lento que el que pauta la ley y el que merecen quienes siguen internados.
Dimos cuenta, también, de los movimientos de las nuevas autoridades del Ministerio de Salud Pública y de ASSE, que buscaron desmarcarse en algunos aspectos de sus antecesores, sobre todo al sustituir cargos de confianza y al matizar los logros de la administración anterior, que habían sentado las bases para responder en buena medida a esta pandemia, aunque con algunos debes.
Los medios de comunicación pusimos la lupa sobre la covid-19 y, como todo lo que es influenciado por el rating y la inercia, esto terminó provocando distorsión y cansancio. En mayor o menor medida, los medios desatendimos otros temas de salud, algo que pasa siempre, incluso con otras enfermedades respiratorias: cada año la gripe mata en Uruguay entre 1.000 y 1.500 personas, y el virus sincicial respiratorio provoca la internación de decenas de niños cada invierno, pero rara vez aparecen en titulares. En Uruguay, en promedio, cada día se suicidan dos personas, 23 mueren por cáncer y 24 por enfermedades del aparato circulatorio –esas dos últimas causas sumaron 17.292 muertos en 2019, es decir, 49,6% de los fallecimientos–. La prevención y atención de esas afecciones, así como los diagnósticos y tratamientos de dificultades de aprendizaje de niños y niñas, se vieron resentidos por las escuelas cerradas y por el repliegue del sistema de salud en su afán de no expandir el contagio del virus, y debería estarse trabajando para compensar el tiempo perdido.
La mala alimentación incide en las principales causas de muerte, y la obesidad, la diabetes y la hipertensión son factores de riesgo para la covid-19. Sin embargo, el 11 de marzo el gobierno pospuso la aplicación del etiquetado frontal de alimentos y bebidas que advierte de manera clara sobre contenidos con exceso de sodio, azúcares y grasas; esa disposición había sido aprobada por decreto en agosto de 2018 –si se hubiera aprobado por ley tal vez habría tenido mejor suerte– y empezó a regir 18 meses después, el 1° de marzo. Ahora comenzará a regir el 1° de febrero, pero el gobierno evalúa modificarlo nuevamente y, si así fuera, difícilmente darían los plazos. Después de un año con mayor sedentarismo del habitual, con la postergación de consultas y diagnósticos y con la amenaza que representa tener comorbilidades, sería deseable que las políticas se correspondan con el valor que le asignamos a la salud.