“Dentro de cada persona hay dos formas de tomar decisiones: una que es consciente, voluntaria, racional, y otra que es automática e irreflexiva, llena de sesgos cognitivos en la forma de procesar la información”, explicó, en diálogo con la diaria, Verónica Nin, docente del Centro Interdisciplinario para la Cognición en la Enseñanza y el Aprendizaje de la Universidad de la República (Udelar) e integrante del Grupo Uruguayo Interdisciplinario de Análisis de Datos de Covid-19 (GUIAD-Covid-19). Nin es bióloga, tiene un doctorado en Ciencias Biológicas y está cursando un doctorado en Psicología. Desde las ciencias del comportamiento –“que buscan entender cómo somos irracionales de forma predecible”, señala– es que Nin está haciendo aportes al GUIAD y a otro grupo interdisciplinario que se conformó recientemente, a pedido del rector de la Udelar, Rodrigo Arim, para atender uno de los puntos centrales para evitar la propagación del nuevo coronavirus: definir qué mensajes habría que transmitir y cómo para que surtan efecto en los diferentes sectores de la población, que son muchos y variados.

Nin planteó que todas las personas tenemos “dos grandes sistemas en relación al procesamiento de información y toma de decisiones”. El primero, descrito por el psicólogo estadounidense-israelí Daniel Kahneman en el libro Pensar rápido, pensar despacio, se refiere a “la capacidad de pensar, de analizar, de ser reflexivos e intentar tomar decisiones de esa forma”, algo que no siempre se cumple, aun poniendo todo el empeño.

El otro sistema es “una forma de pensar que es mucho más rápida y automática” y que se da porque “tomar decisiones lleva muchos recursos mentales”, ya que no se puede estar constantemente analizando todas las variables. “Para aliviar un poco esa carga cognitiva tan grande, en general tenemos atajos mentales, formas rápidas de decidir, que tienen que ver con otras cosas, que son no conscientes, que tienen que ver con las emociones que estamos sintiendo, con cómo se nos plantea el mensaje”, explicó.

“No es lo mismo un mensaje que se nos plantea de forma positiva o negativa; por más que sea exactamente equivalente, lo procesamos y decidimos distinto. Tiene que ver con quién nos transmite el mensaje, si le creemos, si no le creemos; tiene que ver con las normas sociales, aquello que consideramos adecuado y no, con los miedos que pueden estar asociados a violar esas normas sociales que pila de veces son no dichas. Todo eso configura un escenario mental al que no accedemos necesariamente y que está detrás de las decisiones que tomamos”, indicó.

Echar luz sobre esos aspectos es crucial y fue tema de esta semana, en la que el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) anunció que estamos ante una transmisión a nivel comunitario del SARS-Cov-2, que hay un crecimiento exponencial de casos que es necesario frenar y que las medidas dispuestas el 1º de diciembre no tuvieron efecto. Para eso, el GACH incorporó esta semana al equipo liderado por el psiquiatra Ricardo Bernardi y al sociólogo Fernando Filgueira, para conformar un observatorio socioeconómico y comportamental. En esa línea, en el informe del miércoles los epidemiólogos del GACH expresaron que era “crítica” la resolución de las limitantes al acatamiento de las medidas para controlar la pandemia –distanciamiento físico, uso de tapabocas e higiene de manos– y señalaron que “existen debilidades importantes en estrategias de comunicación que no han logrado un cambio en el nivel de la adherencia”. Por eso, pidieron campañas de comunicación accesibles, creíbles, pertinentes y logrando el involucramiento y el empoderamiento de la comunidad. Hacia allí confluyen, entonces, los esfuerzos del GACH, del GUIAD y de la Udelar.

Querer, saber y poder

¿Por qué no se acatan las medidas? Para explicarlo, Nin recurre a un modelo de trabajo sobre los cambios de comportamiento que señala tres factores esenciales: uno es la motivación – “es tener ganas de hacer algo, en este caso podríamos pensar la motivación que nos lleva a cuidarnos” –, otro es tener la habilidad de hacerlo –“significa saber con claridad qué significa cuidarnos y contar con los recursos internos para procesar esa información” – y el otro es “tener la capacidad de hacerlo”.

“No alcanza con querer y saber; para generar cambios de conducta en una serie de poblaciones más vulnerables, se necesita apoyo de políticas públicas especiales para que puedan lograr esos cambios. Yo puedo saber que tengo que usar tapabocas pero puedo no tener 50 pesos para comprarme uno, o puedo saber que la higiene es recontra importante, pero en mi casa no tener las condiciones. Se está haciendo mucho énfasis en la responsabilidad personal e individual para enfrentar este problema, y está muy bien, es parte central, pero una parte importante del cambio comportamental a veces no radica en nosotros, radica en las posibilidades que los demás habilitan para poder hacer esos cambios; hay parte de esa responsabilidad individual que la habilitan las políticas de Estado”.

En ese sentido, dijo que se pueden dar incentivos externos, por ejemplo, “un apoyo económico a los sectores vulnerables para que no se vean obligados a salir a trabajar día a día, ya que tienen un nivel de movilidad muy alta y con condiciones de salubridad que están lejos de las óptimas. Ese es un ejemplo de que sé que me tengo que quedar quieto y quiero hacerlo, pero no puedo, a no ser que alguien me ayude a quedarme en mi casa con un apoyo financiero”.

Asimismo, señaló que es la responsabilidad de las políticas de comunicación que “la información llegue a todas las franjas etarias, a todos los grupos demográficos, a todos los segmentos que podemos pensar que componen nuestra población”.

Poblaciones diferentes, mensajes diferentes

“No existe una única población”, afirmó la investigadora. Dijo que, en el caso de la covid-19, hay poblaciones con distinta percepción del riesgo. “Hay personas que por su edad o por sus condiciones de salud se sienten más vulnerables a la enfermedad, entonces la motivación de cuidarse a sí mismas es bastante alta, de forma natural. Eso se llama motivación intrínseca, un deseo de autocuidado que surge de adentro. Hay otra población que se siente menos vulnerable; acá hay un sesgo cognitivo muy conocido que se llama “sesgo del optimismo”, descrito a partir de estudios y experimentos que muestran que, en general, nos sentimos menos susceptibles a los problemas, a los desenlaces terribles que el promedio de la población”, resumió.

Lo que propone Nin es pensar mensajes diferentes para cada segmento. “Para aquella población que tiene menos percepción de riesgo, que se siente menos vulnerable a la enfermedad, quizás el mensaje que más les llegue no sea el ‘cuidate’ sino el ‘cuidá a los demás’, ‘cuidá a las personas que querés’. El asunto es determinar cuál es la sensibilidad de cada segmento poblacional a qué tipo de mensajes”, dijo, y saludó la iniciativa del GACH de crear el observatorio, para estudiar cómo inciden los factores de la idiosincrasia cultural.

Foto del artículo 'Verónica Nin: Hay que elegir bien los mensajes que se quieren transmitir a la población, y no hacerlo desde la culpa y el castigo'

Distancias culturales

Al referirse a la idiosincrasia, Nin puntualizó que en el plano internacional se tiene registro de dos tipos de comportamientos: “más colectivos”, típicos de los países asiáticos, y “más individualistas”, entre los que se suele catalogar a países de América del Norte y de Europa occidental. La forma en que adhirieron ambos grupos a las pautas para combatir la pandemia fue diferente. “Las regiones que suelen catalogarse bajo la etiqueta de comportamientos más tendientes a lo individual muestran, por ejemplo, una postura más crítica hacia la autoridad, con una valoración muy alta de las libertades individuales, factores que tienen su peso, en momentos en que es necesario seguir pautas claras que podemos sentir como restrictivas”, explicó. En cambio, dijo, en el comportamiento asiático “acatar ‘en pro del bien común’ y el valor de lo colectivo suele primar sobre el valor de lo individual; el sacrificio personal por lo colectivo tiene mucho valor social, está muy bien visto dejar mi granito de arena en pos de colaborar con un bien común”. Aclaró: “No estoy haciendo juicios de valores sobre estas dos posturas, creo que las dos tienen consecuencias distintas, pero sí hay que tener presente que los factores culturales inciden”.

Nin expresó que es muy importante que el observatorio del GACH “pueda aportar datos sobre cómo estamos percibiendo los uruguayos estos mensajes de cuidado: ¿los percibimos como mensajes de cuidado?, ¿como mensajes de control?, ¿en qué casos los percibimos de una forma o de otra?, ¿qué factores juegan? La literatura indica algunos factores: la edad, la autopercepción de riesgo, las posturas políticas. Son cosas que se han estudiado en otros países pero todavía no conocemos cómo sucede y cómo influyen en nosotros, uruguayos, a la hora de adherirnos a las pautas”, advirtió.

Por otra parte, están las costumbres. “¿Por qué dejarnos de saludar con un beso es tan difícil si sabemos que es mejor no hacerlo en este momento?”, pregunta Nin, y ella misma responde: “Porque es un hábito, es algo que hacemos de forma automática, inmediata, sin reflexionar”. “Romper con los hábitos es de los grandes desafíos de las ciencias comportamentales. No hay un secreto para eso, ni una receta ni un protocolo único”, dijo y aclaró que “hay que identificar con mucha claridad cuáles son los hábitos que se desean cambiar, siempre dentro del marco de la no coerción, respetando que cada persona tiene derecho a decidir cómo se comporta”.

Afirmó que a medida que la sociedad entienda que en este contexto de pandemia no darse un beso o no sacarse el tapabocas es un gesto de cuidado hacia el otro, “nos va a ser cada vez más fácil incorporar esa costumbre, porque no darse un beso va a empezar a tener valor social, que ahora no lo tiene”.

“A medida que colectivamente les demos valor a todos los gestos de cuidado, va ser cada vez más fácil incorporarlos, y que dejen de estar en el lado de las decisiones pensadas y reflexivas y pasen a estar del lado de las conductas automáticas. Cuando lleguemos a que los cuidados se den de forma automática vamos a haber ganado buena parte de la batalla”, resumió.

Hay formas y formas

Nin sugiere “elegir bien los mensajes que se quiere transmitir a la población y transmitirlos con mucha claridad”. Consideró que “ha habido cierta tendencia a transmitir desde un punto de vista más bien de la culpa, del castigo”, y que “es momento de dar vuelta esa forma de transmitir los conceptos que importan”. En ese sentido, se refirió a la transmisión del concepto de burbuja social –ver recuadro- y dijo que si bien puede verse como una restricción, “también se puede pensar, formular y transmitir como una forma de ganar libertad: permite ganar libertad en nuestro entorno más íntimo, con nuestros vínculos más importantes”.

Lo mismo dijo en relación a los mensajes para los jóvenes, y citó los ejemplos de dos campañas europeas. Una, la del gobierno de Alemania, que en el marco del lockdown les pide a los jóvenes que se cuiden poniéndolos en el lugar de héroes y diciéndoles “vos podés ser el héroe que salve, la persona que hace la diferencia”. El otro ejemplo es el de una campaña española que apela a la culpa, y es de un joven que está en su casa con un montón de amigos y le avisan que su abuela está grave. “Hasta que no hagamos experimentos en Uruguay no sé cuál es la forma más eficiente de transmitir el mensaje acá, pero esas dos campañas transmiten el mismo mensaje de formas muy distintas. La campaña alemana no sólo los motiva poniéndolos en este lugar de personas heroicas, sino que les dice con claridad lo que tienen que hacer: ‘Tirate en el sillón a mirar series’. Es muy clara la directiva y es algo realizable, y ahí están los tres factores: la motivación, la habilidad y la capacidad de hacerlo, quiero hacerlo, sé cómo hacerlo y puedo hacerlo”.

El tono de la campaña de comunicación que están pensando desde la Udelar no será culpabilizador; la idea es “que sea más promotor de solidaridad, empoderador de la gente, que cada uno de nosotros se sienta con la capacidad de aportar al bien público, de ser solidario con los demás, con aquellos que no están pudiendo cuidarse o que son muy vulnerables y corren mucho riesgo si se enferman”.

La investigadora advirtió la evocación de la sensación de miedo “puede que en el corto plazo nos ayude a cuidarnos, pero a largo plazo es extremadamente estresante vivir con miedo”. En relación a esto, señaló el rol de los medios de comunicación: “Cuando se está todo el tiempo hablando del porcentaje de muertos y de infectados, si bien tiene la cara positiva de ponernos alerta ante el riesgo, tiene el lado negativo de que si estás constantemente bombardeado por noticias negativas, aumenta el miedo y te genera estrés, y podés tener respuestas de ansiedad y de evasión: ‘Yo dejo de darle bola a todo esto, no quiero que me hablen más de covid, de números, de muertos, ya no me da la energía para tolerar este nivel de negatividad’”. Por eso, aconsejó darles un lugar a las cosas que se hacen bien.

Elegir las burbujas

“Yo no me cuido con un grupo de gente íntimo y con el resto de las personas mantengo cuidados estrictos”, explicó Nin para resumir el rol de las burbujas sociales. “Imaginate una burbuja que te rodea, adentro estás vos y tus contactos más íntimos, aquellos con los que sabés que vas a bajar la guardia, esos que vas a abrazar, que vas a besar, con los que vas a compartir un mate; suelen ser las personas que viven con uno. La burbuja es el límite que nos protege del covid que está afuera; cada vez que yo salgo de la burbuja me expongo, entonces me cuido muchísimo, porque si yo me enfermo, cuando vuelvo a entrar a mi burbuja los enfermo a todos”, detalló.

Cada persona elige su burbuja: “Si parte de tus vínculos prioritarios es tu familia y alguno de tus amigos, quizás puedas tener una especie de contrato social con ese amigo donde decís ‘yo contigo no me cuido, pero vos asegurame que te cuidás con el resto’”. También puede ser que los vínculos prioritarios sean los amigos, por ejemplo para los más jóvenes, “y está bueno que sea así, que tengan derecho a elegir poner en su burbuja a sus amigos, a la gente con la que se van a ir de vacaciones y van a compartir mate”, expresó.

Eso sí, aclaró que “si tu burbuja son tus amigos, pero el domingo te dieron ganas de visitar a tu familia, cuidala mucho. La familia tiene que saber que la burbuja de esa persona es otra, por lo tanto, cuando viene a visitarme, se tienen que cuidar. No puedo depositar toda la responsabilidad de mi salud en el otro; cuando veo a alguien que no es parte de mi burbuja, yo también hago mi esfuerzo personal por cuidarme”.

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