Hace un año se encontraron colgados en San José los cuerpos de una pareja. Parecía un pacto suicida, pero era el asesinato de ella y el suicidio de él.

Un sábado de noviembre de 2019, en un pueblo de Florida, un joven de 22 años mató golpeando con un fierro en la cabeza a su pareja de 20 años, con quien convivía desde los 18, y luego se suicidó colgándose de una baranda.

Un domingo de noviembre de 2019, en Pajas Blancas, un hombre mató de dos disparos de escopeta a su pareja y luego se suicidó con esa arma, mientras sus dos hijos dormían en un dormitorio contiguo.

En enero de 2020, un femicida se ahorcó en su celda. La fiscalía había pedido que cumpliese 45 años de penitenciaría por el crimen que conmocionó a Ciudad Rodríguez. Había asesinado nueve meses antes a su pareja, quien estuvo desaparecida muchas semanas porque él se negaba a decir dónde había dejado la bolsa con el cuerpo.

En 2015, se suicidaron nueve de los 26 hombres femicidas. En 2019, de 25 femicidas, ocho se suicidaron (ahora son nueve) y otros tres intentaron autoeliminarse poco después de cometer el delito.

Los casos de homicidios por violencia basada en género que culminan en suicidio o intento de suicidio del agresor han impactado en nuestra sociedad en los últimos años. Es una circunstancia delictiva que era infrecuente hace un par de décadas.

Como reconoce la resolución presidencial que declara el estado de emergencia nacional en materia de violencia basada en género, “es un problema estructural complejo” que no disminuye. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la violencia es el resultado de la compleja interacción de factores individuales, relacionales, sociales, culturales y ambientales. Define la violencia como el uso intencional de fuerza física o poder, amenazado o real, contra uno mismo, otra persona o contra un grupo o una comunidad, que resulta o tiene una alta probabilidad de causar lesiones, muerte, daño psicológico, mal desarrollo o privaciones.

Investigar desde múltiples puntos de vista estos casos, que son los más extremos de la agresión hacia la pareja, la ex pareja o hacia sí mismo, a la vez que también son los hechos que provocan la máxima repercusión trágica sobre los niños dependientes, podría ayudar a entender aspectos más generales de la violencia sobre las mujeres, que permitan mejorar lo que propone la resolución presidencial sobre “la responsabilidad del Estado en la prevención, investigación y sanción de la violencia basada en género”.

La mirada psiquiátrica

Un camionero de 32 años, con dos antecedentes por haber herido a su anterior pareja, llevaba pocos días separado de su concubina. Ella se había llevado al hijo de ambos, de pocos meses de edad, y había comenzado a trabajar en casa de un matrimonio. Ve pasar a la joven por la calle y, con el pretexto de conversar, la hace entrar a empujones a su habitación, donde la mata produciéndole 28 heridas de arma blanca.

La ira motiva a actuar como advertencia y a atacar a quienes son percibidos como amenazas. El individuo vulnerable desde el punto de vista de su narcisismo responde con furia a alguna frustración real o a lo que perciba como tal. Las formas más violentas de furia narcisista surgen en los individuos para quienes resulta indispensable abrigar un sentimiento de absoluto control sobre su mundo psíquico, porque su autoestima depende de ello.

La mirada antropológica

Las pautas de la cultura (que incluyen creencias, costumbres, normas y prohibiciones, modos de crianza, patrones de conducta aprendidos, ideologías, instituciones sociales, rasgos espirituales y materiales, modos de vida implícitos y explícitos, tradiciones) moldean todos los actos de los individuos que integramos una sociedad. Las normas culturales influyen negativa o positivamente sobre las formas en que se exterioriza la violencia, y muy especialmente se han manifestado en las formas de violencia basada en género, por ejemplo, en algunas sociedades que disimulan las violaciones cometidas por grupos de hombres o que toleran los homicidios de familiares por motivos “de honor”. En nuestra propia sociedad, los cambios culturales a favor de los derechos de las mujeres que se han dado a partir de la década de 1980 han mejorado la posibilidad de denunciar la violencia basada en género.

Desde el siglo XIX los antropólogos describieron ciertos tipos de homicidios llamativos denominándolos “trastornos psiquiátricos exóticos”. Uno de los más conocidos es el de los “corredores de amok” (término malayo que significa “anzarse furiosamente a la batalla”), para describir esos homicidios de ataques de furia salvaje contra personas que sólo estaban presentes en determinado lugar por casualidad, precedidos de una etapa temprana de oscura tristeza. Lo menciono porque uno de cada tres casos que fueron estudiados en la segunda mitad del siglo XX terminaba en suicidio. Stefan Zweig llevó el término amok a la novela en 1922; el cine francés lo llevó a la pantalla en 1934, e incluso ahora hay una película policial polaca sobre cold cases de 2017 titulada Amok. Cuando estudiábamos antropología en la década de 1980, estos casos eran denominados “síndromes ligados a la cultura” de determinadas sociedades no occidentales o de pueblos etnográficos por aquellos ámbitos académicos internacionales que todavía estaban muy influenciados por conceptos colonialistas.

En este siglo XXI, la antropología ha procurado desligarse de sus turbias relaciones con el colonialismo y se ha propuesto revisar clasificaciones y denominar a ciertos determinados síndromes psiquiátricos “síndromes relacionados con la cultura”. Así, se considerarían amok los homicidios masivos en campus universitarios y secundarias estadounidenses.

Uruguay tiene el problema de una muy alta tasa de suicidios. Cuando se trata de suicidios en general, respecto de nuestro país el antropólogo Nicolás Guigou opina que “si bien no hay un ritual de rechazo socialmente codificado hacia el suicida, existen ritualísticas, como la estigmatización de los vivos del entorno del suicida, que colaboran a que la situación suicida no se vuelva visible y trate de mantenerse en secreto. Aquí nuestra cultura local posee varios déficits simbólicos que colaboran en parte a promover una situación suicida”.

“Se ha demostrado que el cambio de las normas sociales en torno a la construcción de la masculinidad actual previene el contagio de la violencia familiar. Podría ser fructífero investigar los aspectos culturales de estos casos extremos de femicidios-suicidios en Uruguay desde una mirada antropológica, para aplicar eso a la prevención de nuestra violencia basada en género”.

Las pautas y las costumbres culturales son un factor que puede tanto exacerbar como mitigar la difusión de la violencia, y también influencian la efectividad que pueden lograr las intervenciones gubernamentales o sociales. Se ha demostrado que el cambio de las normas sociales en torno a la construcción de la masculinidad actual previene el contagio de la violencia familiar. Podría ser fructífero investigar los aspectos culturales de estos casos extremos de femicidios-suicidios en Uruguay desde una mirada antropológica, para aplicar eso a la prevención de nuestra violencia basada en género.

La mirada neurobiológica

Las nuevas técnicas de imágenes cerebrales (PET, resonancia magnética, etcétera) permiten investigar mejor los cerebros vivos en funcionamiento, y se han usado en estudios con sujetos violentos agresivos. Se suman al conocimiento actual de las sustancias químicas cerebrales que realizan la transmisión entre las células nerviosas, caracterizadas por una disminución del metabolismo de la serotonina, que se puede agravar si ese individuo vivió en un ambiente desfavorable a temprana edad. También hay aumento de la secreción de hormonas relacionadas con el estrés: noradrenalina. Las imágenes cerebrales de individuos violentos muestran afectación en la corteza prefrontal (ese lugar que a todos nos impone los frenos morales), y también alteraciones de la función en los centros límbicos (que los animales tenemos relacionados con muchas emociones e instintos: el miedo, la “respuesta de lucha o huida”, la ira, el inicio del placer). El descubrimiento de las neuronas espejo y su rol en la imitación y la empatía también ha motivado el planteamiento de hipótesis a estudiar por investigadores de la violencia y el suicidio. Múltiples procesos dentro del cerebro podrían explicar los cambios fisiológicos que resultan en un mayor riesgo de violencia.

Los enormes avances en la investigación neurobiológica actual permiten comprender mejor el fenómeno de la violencia, y también alientan la esperanza de futuros avances en la prevención y el tratamiento de la violencia entre seres humanos.

La mirada estadística

El caso del camionero que cité anteriormente estuvo incluido en una investigación de tres años sobre delincuentes reincidentes en lesionar gravemente o matar a otra persona que se hizo a fines de la década de 1980 en Uruguay. Hubo procesados que agredieron hasta cuatro veces a sus parejas femeninas. En ese entonces comprobamos que quienes agredieron a víctimas mujeres tuvieron 1,7 más frecuencia en reincidir que quienes agredieron a hombres.

El escenario contemporáneo (2012-2016) más probable de un hecho de sangre cuya víctima sea una mujer es que la víctima y el homicida no sólo se conozcan, sino que su vínculo sea de carácter emocional. Cuanto más cercano, más riesgoso para las mujeres: 55,4% de las mujeres asesinadas en ese período fueron ultimadas por parejas o ex parejas, y en menor frecuencia por familiares o por amigos o conocidos; apenas el 12,6% restante fueron muertas por personas que no conocían. Cuatro de cada diez mujeres asesinadas en forma intencional en Uruguay en esos años fueron ultimadas por un varón con quien mantenían o habían mantenido una relación sentimental. La repercusión que tienen los femicidios sobre las futuras generaciones es una penosa herencia familiar y social, porque 42,3% de las víctimas tenía hijos menores a su cargo al momento del incidente. El predador podía ser un lobo con piel de cordero: aunque algunos tenían denuncias de violencia doméstica, ocho de cada diez no poseían antecedentes penales por ningún delito.

Cuando matarla a ella implicó también morirse, influyó que ambos compartieran un techo: más de la mitad de quienes convivían con la víctima al momento del hecho se quitaron la vida, mientras que solamente atentaron contra su vida entre 6% y 9% de quienes nunca convivieron o habían convivido alguna vez en el pasado. Hubo un elevado monto de violencia ejercida en el acto, por la alta efectividad del medio que utilizaron para terminar con su vida, y también porque entre los femicidas las tentativas que no consumaron el suicidio fueron muy poco frecuentes (con porcentajes de un solo dígito).

La mirada epidemiológica

“La fábrica de Shenzhen es la más importante de Foxconn. Allí llegaron a trabajar 450 mil personas, hasta que en 2010 estalló un escándalo internacional cuando se reportaron 18 intentos de suicidio –14 muertos entre ellos– de trabajadores que se arrojaban al vacío desde los dormitorios, en protesta por las deplorables condiciones laborales, que incluían jornadas interminables y supervisores que imponían multas y castigos por pequeños errores e incumplían promesas de beneficios”, publicó Infobae en 2017. Los suicidios o los intentos de suicidio que se sucedieron entre empleados de la empresa taiwanesa Foxconn en sus plantas de Shenzhen, China, en 2010 y 2011 motivaron que sus clientes Apple, Nokia, Dell, Nintendo, Motorola, HP y Sony se vieran obligados a investigar las deplorables condiciones laborales de los jóvenes empleados en China.

En los últimos años se ha enfocado la violencia como un problema de salud, que puede ser estudiado con los métodos que se aplican a las enfermedades infectocontagiosas. Los modelos epidemiológicos pueden servir para la prevención y el control del comportamiento violento, al ayudar a identificar situaciones de alto riesgo. Todo lo que escuchamos cuando se habla de una epidemia o una pandemia respecto de los tiempos de incubación, el foco inicial de un brote epidémico, la rapidez de su propagación o la vulnerabilidad de determinadas personas de cada población puede ser aplicado al contagio de comportamientos violentos. La mirada epidemiológica desde la salud debería ser utilizada para detener focos y brotes y para reducir su propagación.

Son numerosos los estudios epidemiológicos que muestran evidencia de que el suicidio o su intento tienen características de comportamientos por contagio, y así se estudiaron los agrupamientos (clusters) que se suceden por proximidad dentro de un período o de un área territorial. Hay, por otra parte, evidencia de una fuerte relación entre haber sufrido una infancia temprana con adversidades (maltrato o abuso sexual, por ejemplo) y el riesgo de suicidio a lo largo de la vida, lo que en términos epidemiológicos se describe como un larguísimo “período de incubación”.

Los investigadores sostienen que las normas sociales contribuyen a ese contagio, pero también que los cambios positivos en las normas tienen el potencial de interrumpirlo. Comprender la relación entre múltiples formas de violencia es importante para detectar qué factores de riesgo influyen para la manifestación de futuras transmisiones de violencia, y el modelo del contagio puede usarse para iluminar tales vías.

Según la OMS, hay aumentos en los suicidios cuando sube la frecuencia de las notas sensacionalistas en los medios sobre suicidios, especialmente si difunden mitos o detallan el método utilizado. Las pautas globales que actualizó la OMS en 2017 para el manejo de la difusión de todos los suicidios en general recomiendan no dar un lugar preponderante a las historias de suicidios y no repetirlas excesivamente; no emplear un lenguaje sensacionalista ni que normalice el suicidio; no describir explícitamente el método utilizado; no facilitar detalles acerca del lugar (puente, vía férrea, edificio alto), que podría adquirir reputación de “sitio de suicidios”; no utilizar titulares sensacionalistas; no usar fotografías ni videos de la escena de un suicidio ni publicar enlaces a redes sociales; no publicar notas, correos electrónicos ni mensajes finales en redes sociales; y poner mucha cautela al informar sobre suicidios de celebridades. Sí se han visto beneficios en la publicación de notas que eduquen al público acerca de los datos sobre el suicidio y su prevención, así como en informar sobre las maneras de enfrentar situaciones estresantes y pensamientos suicidas, o respecto de dónde buscar ayuda.

“Una investigación similar a la que fue realizada en nuestro medio por autopsias psicológicas de adolescentes suicidas nos permitiría saber las relaciones tempranas del femicida-suicida, los eventos traumáticos y los duelos padecidos, sus posibles trastornos mentales, si hubo señales de aviso previas al suicidio, sus vínculos familiares y las características de su entorno”.

La mirada forense: la autopsia psicológica

La autopsia psicológica es una reconstrucción de la vida de la persona fallecida, con énfasis en aspectos de su estilo de vida, su personalidad, eventos vitales estresantes, posibles enfermedades mentales y en si hubo comunicación de ideas de muerte. Se hace a través de la información recogida por medio de entrevistas a personas allegadas al muerto y revisando documentos (historia clínica, notas suicidas, mensajes en redes sociales, etcétera). Desde el punto de vista ético, la autopsia psicológica requiere cuidados especiales a la hora de contactar a familiares y a amigos de un suicida, aunque hay investigadores que han percibido que, en algunos casos, lograr expresarse respecto de su duelo puede aliviar el estigma de los deudos. Es crucial la buena capacitación de los entrevistadores, y que tengan un instructivo claro.

Una investigación similar a la que fue realizada en nuestro medio por autopsias psicológicas de adolescentes suicidas nos permitiría saber las relaciones tempranas del femicida-suicida, los eventos traumáticos y los duelos padecidos, sus posibles trastornos mentales, si hubo señales de aviso previas al suicidio, sus vínculos familiares y las características de su entorno.

La autopsia psicológica es de utilidad porque aporta información para crear perfiles suicidas, que ayudan a la detección precoz de factores de riesgo y a disminuir las muertes por esta causa. Conocer póstumamente a esos protagonistas homicidas-suicidas de casos extremos de violencia basada en género podría ser esclarecedor para entender los mecanismos y los detonantes que motivaron sus actos violentos hacia su (ex) pareja y hacia sí mismo. Pueden surgir circunstancias no conocidas que sean variables estadísticamente significativas (por ejemplo, en una investigación sobre violencia en adolescentes homicidas de Uruguay entre 1991 y 1993, hallamos que 80% eran huérfanos de padre o madre por un duelo precoz, o que cursaban un duelo reciente). La autopsia psicológica pretende también conocer aspectos cualitativos que den cuenta de sus trastornos mentales, de si hubo revelaciones de aviso antes del suicidio, de sus modos de relacionarse con otras personas o de su manera de vivir su masculinidad, que permitan una mejor comprensión de esas formas de violencia.

Saber quiénes fueron ellos y cómo vivieron podría ayudar a mejorar la prevención de la violencia basada en género.

Yubarandt Bespali es médica psiquiatra y licenciada en Antropología. Es ex profesora adjunta de Medicina Legal de la Universidad de la República.